A veces la soledad, a veces el silencio, nos recuerdan que nuestra mente está llena de vericuetos y galerías insondables, a las que sólo podemos acceder en estos momentos mágicos en que la convivencia se detiene y nuestro ser se serena y mira hacia sí. El resto del tiempo las puertas a estos misteriosos caminos están cerradas a cal y canto.
Yo tuve una alumna (¡cuánto aprendemos los profesores de los alumnos!) que, por cierto, no sé que habrá sido de ella, tanta distancia y tanto tiempo después, que dejó escrito en una redacción algo que decía más o menos así: “En la soledad de mi habitación, cuando me envuelve el silencio, entonces miro a mi corazón. Una a una paso las hojas que hay escritas en él, y poco a poco voy leyendo los pormenores de mi corazón.” Ella me explicó que los sentimientos y todas las emociones que iba sintiendo a lo largo del día, se iban esculpiendo en su corazón. Y allí quedaban indelebles. Sólo esperaba que la ocasión le fuera propicia para releer aquellos escritos. Y, según me confesó, a veces lloraba de nostalgia. O de felicidad. Las lágrimas, pensaba yo, resbalarían prístinas sobre sus mejillas entre el silencio, inevitablemente sonoro de su habitación, y la soledad próxima de las voces apagadas de sus padres tras la puerta cerrada de su cuarto.
Desde entonces siempre he tenido presente aquellas razones de mi adolescente alumna. Y he comprobado que la edad nada tiene que ver con estos cuidados.
La soledad buscada y el silencio encontrado son los dos pilares sobre los que se sostiene el ejercicio de indagar entre los intrincados corredores de nuestro entendimiento. Me gusta encontrarme silenciosamente a solas, y, entre el murmullo del silencio abrazarme a mi soledad y, como aprendí de aquella alumna, pasar cuidadosamente las páginas de mi corazón.
Como profesor siento el peso de tantas horas de miradas a lo largo del día. El silencio y la soledad son un bálsamo que conviene dosificar. Gracias por tus palabras.
ResponEliminaPasear por nuestra propia alma se ha de hacer en soledad, cubiertos de silencio, tienen tanta verdad las palabras de aquella alumna... y es que la soledad esta condenada de ser desgarradora y cruel, pero es a veces necesaria para llegar a comprendernos.
ResponElimina