Son las fiestas de San Pedro en el Grao de Castellón. Como todos los años, el sábado vamos a cenar a casa de mi madre. Después de cenar salimos a tomarnos un café mi mujer, mi hija, yo, y la perrita “Lluna” a uno de los numerosos bares que han habilitado terrazas ahora en fiestas. La noche es serena. El viento está en calma. El bullicio es casi ensordecedor. Petardos, voces en grito. Sones de charangas… y de pronto un cohete que anuncia la inminente suelta de un toro embolado. Hay un movimiento general entre la gente que va acudiendo a las barreras. Es hora de pagar y marcharnos a casa. Llamo a la camarera, pago y nos vamos.
Desde el balcón de la casa de mi madre se ven los toros. Miramos cómo embolan a un astado negro y descomunal. Sus cuernos iluminados por unas terribles antorchas dan una imagen que divide opiniones. A mí, lo confieso, no me gustan. Me da pena el pobre animalote. La gente lo torea. Las músicas trepidan. Los cohetes no cesan. La diversión es general. Pero a nosotros nos aburre este espectáculo. Se ha hecho la una. Y creemos que es hora de volvernos a Benicàssim. Mi madre nos dice que no nos olvidemos de unos “ximos” (bocadillos fritos rellenos de tomate, atún, piñones, huevo duro y pimiento verde) que nos ha preparado para llevarnos. Los cogemos y nos disponemos a marcharnos. Entonces, voy a coger mi bolso y no lo encuentro encima de la mesa del comedor. Alarma general. Allí, a parte de las llaves del coche tengo todo. Dinero, llaves, móvil, tarjetas de crédito, carnets…. Buscamos y buscamos y mi bolso no aparece. Entonces caigo en la cuenta, ¡me lo he dejado en la terraza de aquel bar! ¡encima de una silla, ahora lo recuerdo bien!
Rápidamente, con el miedo metido en el cuerpo, me voy al bar a ver si alguien se la ha encontrado y se la ha dado a la dueña. Esa era mi inocente esperanza. Llego al bar casi a trompicones. Cegado por el miedo a que me digan que no saben nada de mi bolso. Y llego al bar. Me dirijo directamente a la barra en busca de la dueña. La dueña me ve entrar y me sonríe. Le pregunto si se han encontrado… y no me deja acabar la frase mientras me lo enseña y me dice que una camarera se lo ha encontrado en una silla. Alegría inmensa y un gran alivio. Le doy las gracias, y raudo y feliz me voy a casa de mi madre. Cuando entro y me ven llegar con el bolso, hay una sensación de tranquilidad en mi familia difícil de describir. “Mira a ver si lo tienes todo” que me dice mi esposa. Lo hago nervioso, y sí, está todo, las llaves, el móvil, las tarjetas, los carnets, la cartera… abro rutinariamente la cartera, y miro donde guardo los billetes ¡vacía! Me han quitado los ochenta euros que tenía en la cartera. No es posible. Miro y remiro y los ochenta euros no aparecen. ¡No es posible que se los haya quedado la camarera! ¿O sí? ¿Qué hacer? Y aquí me gustaría pediros vuestra opinión. Yo no hice nada. Me sentí un tanto defraudado y me fui a Benicàssim. ¿Vosotros qué habríais hecho?
Desde el balcón de la casa de mi madre se ven los toros. Miramos cómo embolan a un astado negro y descomunal. Sus cuernos iluminados por unas terribles antorchas dan una imagen que divide opiniones. A mí, lo confieso, no me gustan. Me da pena el pobre animalote. La gente lo torea. Las músicas trepidan. Los cohetes no cesan. La diversión es general. Pero a nosotros nos aburre este espectáculo. Se ha hecho la una. Y creemos que es hora de volvernos a Benicàssim. Mi madre nos dice que no nos olvidemos de unos “ximos” (bocadillos fritos rellenos de tomate, atún, piñones, huevo duro y pimiento verde) que nos ha preparado para llevarnos. Los cogemos y nos disponemos a marcharnos. Entonces, voy a coger mi bolso y no lo encuentro encima de la mesa del comedor. Alarma general. Allí, a parte de las llaves del coche tengo todo. Dinero, llaves, móvil, tarjetas de crédito, carnets…. Buscamos y buscamos y mi bolso no aparece. Entonces caigo en la cuenta, ¡me lo he dejado en la terraza de aquel bar! ¡encima de una silla, ahora lo recuerdo bien!
Rápidamente, con el miedo metido en el cuerpo, me voy al bar a ver si alguien se la ha encontrado y se la ha dado a la dueña. Esa era mi inocente esperanza. Llego al bar casi a trompicones. Cegado por el miedo a que me digan que no saben nada de mi bolso. Y llego al bar. Me dirijo directamente a la barra en busca de la dueña. La dueña me ve entrar y me sonríe. Le pregunto si se han encontrado… y no me deja acabar la frase mientras me lo enseña y me dice que una camarera se lo ha encontrado en una silla. Alegría inmensa y un gran alivio. Le doy las gracias, y raudo y feliz me voy a casa de mi madre. Cuando entro y me ven llegar con el bolso, hay una sensación de tranquilidad en mi familia difícil de describir. “Mira a ver si lo tienes todo” que me dice mi esposa. Lo hago nervioso, y sí, está todo, las llaves, el móvil, las tarjetas, los carnets, la cartera… abro rutinariamente la cartera, y miro donde guardo los billetes ¡vacía! Me han quitado los ochenta euros que tenía en la cartera. No es posible. Miro y remiro y los ochenta euros no aparecen. ¡No es posible que se los haya quedado la camarera! ¿O sí? ¿Qué hacer? Y aquí me gustaría pediros vuestra opinión. Yo no hice nada. Me sentí un tanto defraudado y me fui a Benicàssim. ¿Vosotros qué habríais hecho?
Hoy (una semana después) hemos vuelo al mismo bar, como si tal cosa, y la misma camarera que nos sirvió la otra vez es la que lo hace ahora. Observo su cara. Su expresión la delata. Nos mira raro y con sorpresa, o con miedo... ¿fue ella quien se llevo los ochenta euros...? Nosotros no dijimos nada.
Hay gente para todo, si tu dices que cara la delato porque fue ella, pero haber que vas a decir ni nadie la vio, dale gracias a Dios que te a pereció el bolso negro con toda tu documentación, llaves, tarjetas etc.
ResponEliminaUnas fiestas para recordar por todo, por el éxito de la firma de tu libro y por ese percance, ahora el bolso siempre bien cogido.
Un saludo, el amic d'infansia
Jose Francisco: Tú lo has dicho: lo dejaré como una anécdota más que recordar, y no le daré mayor impoprtancia; formará parte de los recuerdos de unas fiestas de Sant Pere donde la firma de libros seguró que será lo más entrañable. Gracias por pasarte por aquí Martín.
ResponElimina¡Ay! Miguel, dónde tenemos la cabecita. Mira que dejarte el bolso. vete tú a saber quién fue: o la camarera, o la dueña o cualquiera que lo pillara a mano cuando nadie lo viera. Vaya usted a saber. La tentación es la tentación...
ResponEliminaBesos.
Pues podías haberle dicho así, como en tono medio en broma medio en serio:-"Disculpe, ¿se encontró usted el otro día 80 euros que eran míos y que no los encuentro por ninguna parte?... A lo mejor se cayeron del bolso cuando lo encontró..."-.
ResponEliminaNá, sólo para ver qué te decía. Y si se le trababa la lengua o se quedaba toda pillá, tú hubieses saltado con el dedo índice todo amenazador, señalándola:-"Ajá!! Lo sabía!!"-.
Pero me da que tú no eres así ni mucho menos, eh?
:)
Yo, como tengo la vergüenza justa para pasar el día, pues...
Un beso, Miguel!
PD:Y que sea la última vez que se te olvida el bolso, por Dios... ;)
Pues yo creo que hubiese hecho lo mismo que tú, no creo que hubiese dicho nada.
ResponEliminaLO que sí te digo es que yo no entiendo la gente que es capaz de hacer estas cosas, yo sería incapaz de abrir el bolso y rebuscar la cartera!
intenta no hacerte mala sangre!
Besines y feliz comienzo de semana!
Pues si ha sido ella, es una gran actriz... yo es que no te podría aguantar la mirada...
ResponEliminaBesicos
Lo siento si este relatillo me ha hecho sonreír, pero ver que hay gente tan despistada como yo me tranquiliza.
ResponEliminaUN saludo.
Me da igual si fue ella o no, lo importante es que has hecho de esta camarera un personaje ambiguo, cargado de potencialidad narrativa. Un relato bien planteado, sencillo, sin pretensiones, que se deja leer muy bien y que resulta interesante al lector.
ResponEliminaEn cuanto a los toros embolados coincido contigo en que no me gusta esta tradición que somete al animal a una situación de pánico y sufrimiento que no tiene tampoco la idea asociada de belleza ritual o estética como se presume en el toreo. No soy contrario a la fiesta de los toros, pero nunca he asistido a una corrida y no he contemplado esa barbarie del toro embolado.
¡Qué bien que recuperaste tu bolso! Y me pregunto si este relato es real. Es verosímil y suculento. Está bien.
Yo personalmente hubiera actuado como tú. Dicen que los ojos son el espejo del alma, y es cierto. Si le notaste inmediatamente eso en la cara es porque algo haría...Los refranes casi siempre tienen razón, así que "piensa mal y acertarás".
ResponEliminaBesitoss!
Angie: Yo creo que fue la camarera. Seguro.
ResponEliminaLou: Es verdad no soy yo muy de broncas, cuando la cosa no está clara clara del todo, prefiero callar.
Vane: Yo soy incapaz de apropiarme de algo que no es mío.
Belén: Buena actriz no sería porque te digo que se le notaba algo rarillo en su mirada, como de desasosiego, no sé...
Recuerdos perdidos: Sí, hay gente despistada por ahí, no somos los únicos.
Joselu: Fue fácil montar el relato porque fue real. Y la mejor ficción (para mí por lo menos) sale de la realidad. Lo otro lo dejo para los maestros o los genios.
Vanessa: Y es que claro solo con la mirada es poca prueba para dalatarla.
Si lo hizo,desde luego no te lo va a decir y claro...no todo está en las palabras,hay gestos delatores...
ResponEliminaPero qué vas a hacer,¿arriesgarte a un tira y afloja?
No vale la pena.
Ya de vacaiones,¿eh?
Me alegra volver a leerte.
Un beso,Miguel
Una vez devolví una cartera con el dinero, lo dejé en la recepción del hotel donde la encontré al dueño concretamente, si antes miré lo que había y me miré la foto del carnet de identidad de la persona. Al día siguiente me la encontré y le pregunté si le habían devuelto la cartera que yo había dejado en la recepción también le informé de que la devolví con el dinero que había en la cartera. Me dio las gracias pero me explicó que se la encontró sin dinero. Tal vez a veces nos sorprendamos de que las cosas no sean lo que parecen, en mi caso se quedó el jefe el dinero.
ResponEliminaUn abrazo.
didi
Marinel: Claro, si no está uno totalmente seguro de una cosa como esa, no puede echar el resto y montar un numerito. Pero yo apostaría por que fue la camarera.
ResponEliminaDidi: Muy fuerte, muy fuerte. No se puede uno fiar de nadie.
joe, para mí 80 euros son un pastón... :S
ResponEliminaMe ha encantado lo del ximo! Me voy a hacer uno!
A cambio, te comento de qué va el super bocata donostiarra: atún con guiendillas (yo le pongo también antxoas).
Que rabia.
ResponEliminaPor un momento pensé que todavía quedaba gente buena.
Podrías denunciarlo pero no te serviría para nada.
De todas formas yo se lo hubiera dicho a ella.
Como mínimo que lo pase mal.
Saludos.
Cris: Seguro que te gustarían los ximos. En Castellón son muy comunes. Y están buenísimos. Los hay en muchos bares, pero me gustan más los que hace mi madre.
ResponEliminaToro: A mí me embargó la rabia... y el desaliento.
Miguel, cuando perdemos algo importante confiamos en la bondad y honradez de la gente para recuperarlo. A veces ocurre el milagro, otras no. Yo he devuelto cosas que me he encontrado (una buena cámara de fotos en el Oceanografic, por ejemplo) pero no he recuperado otras perdidas por mí. No suele ocurrirme, pero un despiste lo tiene cualquiera. En cualquier caso, estupendo relato, te felicito.
ResponEliminaA ver si un día de éstos tengo tiempo para escribir algo. Ahora estoy liada con la limpieza de la nueva casa, la semana que viene ponen la cocina y debería empezar a empaquetar y llevar cosas, pero me da una pereza horrible con este calor y me parece una tarea titánica. Habrá que tomárselo con calma, qué remedio...
Disfruta mucho de tus vacaciones junto al mar. Te seguiré leyendo. Un abrazo, colega.
Yolanda: Gracias por tu comentario. Espero y deseo que el trabajo de la casa te sea satisfactoriol. Espero que pases unas buenas vacaciones. Supongo que pronto os vais hacia el norte...¿no? Allí estaréis más fresquitos.
ResponEliminaVaya bien has contado esta historia mi querido MIGUEL,
ResponEliminasiento la desilusión final... yo, creo que hubiera hecho lo mismo que tú, pero dudo que hubiera podido volver a esa terraza. Lo mala de estas cosas es que el que ha tenido la cara dura y la desfachatez de actuar como parece ha hecho esa camarera, al final encima nos lo hace pasar pero a nosotros...yo preferiría no encontrármela delante, solo verla, me lo haría pasar mal. Por otro lado, consuélate, al menos lo importante no te desapareció... lo de los toros embolaos, comprendo que es una tradición...pero es una pena...¡¡vaya terror debe sentir el pobre animal, mientras todos lo vuelven loco!! esto sí que es una incongruencia del gobierno catalán... prohiben las corridas y esto no...no lo comprendo la verdad.
En fin MIGUEL, paciencia...que es la madre de la ciencia jajaja ¡¡ah!! y... graaacias por lo que dejaste en mi casa...eres un cielo:-)
Un beso muuuy grande y sigue disfrutando de tus vacaciones a ser posible sin más percances.
María: Gracias por tus palabras. La verdad es que volvimos al bar porque en el fondo quería ver cómo reaccionaba la camarera...y ¡cómo reaccionó...! Pero en fin, una anécdota más que contar, al fin y a la postre.
ResponEliminaTendrías que tirar mano de los clásicos de la literatura negra (Hammer, McDonald,...) para saber qué técnicas investigatorias llevar a cabo para salir de dudas. Yo no puedo ayudarte, Miguel.
ResponEliminaSonrío.
Raúl: Pues yo pensaba que tú podrías ayudarme, pero veo que eso será un caso perdido.
ResponElimina