Las dos Españas




Hacía poco que se había muerto Franco. Se hablaba en la prensa de una Ley para la Reforma, y de un referéndum. Estoy en casa de mi primo Toni. En la habitación estamos Toni y yo sentados en sendos sillones. En el fondo de la sala está nuestro abuelo Andreu. Tiene un puro caliqueño en su boca que provoca intermitentes bocanadas de humo. La habitación está llena de humo blanco. Estamos hablando, mi abuelo calla. Parece no escuchar. Mi primo y yo estamos hablando sin ton ni son. Hablamos por hablar. Y de pronto surge el tema de la política casi sin querer.
-Aunque parezca ingenuo –dijo mi primo- te diré que si todos pensáramos igual, no habría conflictos. Todos estaríamos de acuerdo con todos. Ni derechas ni izquierdas. Todos iguales.
-Pero –le contesto- tendrían que ser todos de izquierdas o todos de derechas, con lo cual, una posibilidad (la de ser de izquierdas, o ser de derechas) se eliminaría.
-Sí, pero como todos aceptarían las ideas del que manda, la gente estaría feliz. Con lo cual me es igual que sean todos de derechas o de izquierdas, lo importantes es que todos piensen igual.-Me contestó muy seguro de lo que decía mi primo.
-Esto es imposible. Fíjate, aquí somos dos y cada uno piensa diferente. Yo estoy por la pluralidad, y tú por todo lo contrario. Además, vas contra la lógica, lo que propones es imposible, solo puede conseguirse por la fuerza.
-Sí- me contestó Toni- ya lo sé. El régimen de Franco, como todas las dictaduras, es una buena muestra. Pero yo te estoy hablando en términos de utopía. Ya sé que esto que digo no es posible, pero si lo fuera, habría paz. La culpa de todas las guerras son las opiniones diferentes, y las maneras diversas de ver las realidades políticas.
Entonces, de improviso, intervino nuestro abuelo.
-Yo esto lo solucionaba muy pronto. Está claro que hay rojos y azules. Hay dos Españas. Unos que son  de izquierdas y otros que son de derechas. Y como no pueden vivir juntos porque se pelean, pues yo cogería el mapa de España y trazaría una raya por la mitad. Y diría, a ver, los de izquierdas, los rojos, aquí, todos juntos, nombrad un presidente de la República y a vivir. Y a la otra parte, los fascistas, y junto con ellos, todos los de derechas. Así bien separados, sin que se mezclen. Así no habría problemas. Porque si se juntan, ya ves lo que pasa.

Visita al instituto



Como todos los años por estas fechas, los alumnos y alumnas de sexto de primaria del colegio de mi mujer van de visita al instituto.
El año que viene tienen que cambiar de centro. Dejan la escuela donde han estado desde los cuatro años y se van a un sitio desconocido para ellos.
El instituto se presenta a los ojos de los candorosos pipiolos como un ignoto monstruo de torvas intenciones. Un lugar donde los peligros acechan por todas partes. Un lugar lleno de profesores de serio semblante y frío ademán. Hay alumnos mucho mayores que ellos que van y vienen por los pasillos con sobrada solvencia y porte resuelto. Los alumnos de mi mujer y su compañera van todos agrupados como un rebañito que se junta más según se van adentrando por las galerías del instituto.
Les ha recibido el jefe de estudios, que muy amable y solícito les ha ido mostrando y explicando las distintas dependencias del centro docente. Los alumnos se sienten seguros en tanto en cuanto no se separen del grupo. Y no se separan.
El jefe de estudios les conduce hasta la sala de actos. Allí les proyecta un pequeño documental donde se ve lo que es la vida del instituto. Los escolares miran con los ojos bien abiertos aquellas costumbres tan diferentes de los alumnos que cursan enseñanza secundaria. Pronto ellos formarán parte de este grupo. Y la verdad es que es todo un reto para ellos. En el fondo les gusta este reto.
Una vez terminado el documental toma la palabra el jefe de estudios. Y las palabras con las que lo hace son lapidarias:
- Para empezar quiero que tengáis muy en cuenta esto que os voy a decir: El cariño y la ternura que os han dado vuestras profesoras en estos dos últimos años –señalaba a mi mujer y a Pepa, su compañera de nivel-  aquí no los vais a tener. Esto quiero que lo tengáis bien claro.

 Bueno. Yo creo, que llegado este punto es momento de pensar. De pensar y de comentar. ¿Creéis que el jefe de estudios estaba en lo cierto? ¿Qué opináis?

El lazo azul



Este sábado nos hemos venido al apartamento de Benicàssim a pasar el verano. Los que me conocéis ya sabéis de esa costumbre que tenemos muchos castellonenses de tener dos casas. Una, para el invierno, en Castellón. Y otra, el apartamento, en Benicàssim; a escasos trece kilómetros de Castellón, para el verano. No entraré en disquisiciones sobre la conveniencia, o no, de tener dos inmuebles tan cercanos. Esto ya lo expliqué en otro post. Se trata, en resumidas cuentas, de una ancestral costumbre “castellonera” que se remonta a tiempos decimonónicos. Lo que pasa es que antes eran alquerías y hoy son apartamentos.
Pues bueno, el caso es que cuando hemos llegado, me he dispuesto a colgar unas prendas de vestir en la percha que tenemos detrás de la puerta del dormitorio, y entonces me he dado cuenta. La percha estaba vacía. ¡No! Había un alargado lazo azul colgando en la despejada percha. Un lazo azul casi imperceptible. Pero me llamó la atención. Lo miré detenidamente. Lo toqué. Su textura me recordó al lazo rojo que hay en mi casa de Castellón. Ya sabéis, el lazo rojo que hay por la parte de dentro de la puerta que da acceso al baño y que un día fue motivo de un post.
Me quedé pensando. ¿Desde cuándo estaba eso allí? Se lo preguntaría a Sole (mi mujer) seguro que eso eran cosas suyas. O a lo mejor no se lo preguntaría. Me quedaría con la duda, la dulce duda de no saber algo que me es próximo y a la vez me es ajeno. Tal vez ese lazo azul estuviera allí desde hace casi treinta años. No me extrañaría. Y hoy me he dado cuenta. Me propuse, igual que hice con el lazo rojo, obviarlo. Pero una duda, una duda trivial, una duda casi festiva me invadía. ¿Qué pintaba aquel lazo azul allí? ¿por qué estaba allí? Y otra cosa, ¿desde cuándo estaba allí? No me decidía a preguntárselo. No por miedo, sino por precaución nostálgica. No quería romper la magia.
Pero al fin pudo más la curiosidad, y me decidí a preguntarle a mi mujer por qué estaba aquel lazo azul allí. Me dijo: “¿Te acuerdas del lazo rojo…? Pues lo mismo… Y no preguntes más…” Me dijo mi mujer con una sonrisa casi diría que pícara, o lasciva… que culminó con un beso rápido y sensual…