La corbata o el sabio arte de no desaprovechar las ocasiones


Hace mucho tiempo, tal vez a mediados del siglo pasado, ocurrió en el desierto del Sahara un hecho insólito.
Un solitario aventurero se perdió en medio de la arena abrasadora del desierto. Su coche todoterreno tenía el depósito lleno. Pero su cantimplora estaba prácticamente vacía. Se moría de sed. Circulaba presuroso por un camino de arena que parecía conducir a algún lugar civilizado.
Tras salvar una enorme duna acertó a ver lo que parecía una casa junto al camino.
-¡Ojalá sea un bar…!
Cuando llegó, le sorprendió el letrero que había en el umbral de la puerta de aquella casita: “Ties”, “Cravates”, Cravattes” “Corbatas”
-¡Qué pinta una casa de corbatas en medio del desierto!
Paró el coche. Entró en aquella casita y vio que sí. Allí solo había corbatas. Corbatas de todas clases…
-¿Habla español?
-Un poco…
-¿Tiene agua?- hacía el gesto de beber con la mano llevándose el dedo pulgar a la boca.
-No agua. Corbatas. Muchas corbatas. Buenas. Corbatas buenas…
-No, no. Yo no quiero corbatas, quiero beber…
-No beber. Aquí corbatas. Beber, lejos… más 50 Km.
Se fue dando un portazo y maldiciendo cosas de  las que luego se arrepentiría.
Subió al Jeep y siguió camino. Nada. Aquel desierto era infernal.
Enfiló una recta y a lo lejos advirtió algo en la cuneta.
Cuando estuvo cerca, vio que se trataba de un vendedor ambulante. Había un camello sentado tranquilamente con un cargamento bien atado a su lomo. Su dueño estaba de pie, como esperando la llegada del Jeep. Con algo en la mano. Algo que, resultó ser un manojo de ¡corbatas!
Paró el coche.
Enseguida aquel lugareño se acercó hasta el vehículo, y sin dejar que bajara del coche, le mostró las corbatas.
-¡No quiero corbatas! ¡Quiero beber! ¡Me estoy muriendo de sed…!
El vendedor puso cara de extrañado y de no comprender nada.
El viajero aún comprendía menos.
-¡A la porra las corbatas! ¡Se han vuelto todos locos! Y diciendo y haciendo apretó el pedal del acelerador y se perdió envuelto en una nube de polvo.
El Jeep enfiló una recta infinita que se perdía en el horizonte. Ni rastro de civilización.
Pasó una hora, y después de adelantar a una pequeña recua de camellos cargados de corbatas, divisó a lo lejos en medio de la nada lo que parecía un pequeño hotel.
¡Por fin la civilización!
Aparcó el Jeep en el parking y raudo y veloz se dirigió a la entrada. La entrada estaba custodiada por dos encorbatados guardias jurado que miraban inquisitivamente al recién llegado.
Cuando llegó a la altura de la entrada del hotel, ambos le impidieron el paso.
El sorprendido viajero se paró en seco. Y su silencio fue tan elocuente como una pregunta.
El más alto de los vigilantes le señaló el cuello.
-No corbata.
-…Y dale con la corbata.
Entonces el viajero pensó en los vendedores de corbatas que había despreciado olímpicamente a lo largo de su camino. Y se sintió abatido y vencido.
-Si no corbata, no poder entrar. Ir a comprar corbata. Muchos vendedores por el camino. Tú comprar corbata y tú poder entrar en hotel…




11 comentaris:

  1. Sería `por corbatas¡¡¡¡
    Me gusta el relato¡
    Bss

    ResponElimina
  2. Mar: Pues sí, eras por corbatas. En este mundo, nunca se sabe...

    ResponElimina
  3. Pero ea, ¿y uno qué sabe? Joé, a toro pasao, todos somos mú listísimos...
    En la vida, pasa igual, no? La típica frase ésa de "Volvería a empezar con tó lo que sé ahora"... ¡Pues claro que sí! Pero eso no funciona así.
    :)

    ResponElimina
  4. jajaja! y claro si por allí solo vendían corbatas por algo era!.Este hombre no se dio cuenta de que en todo lugar el vendedor ambulante es el que lleva siempre artículos de primera necesidad,si le ofrecían tantas corbatas pues debió comprarlas,ahora que va de regreso y con la cola entre las patas,ahora los ambulantes le van a cobrar fortuna por esa corbata eso seguro!Me encantó!

    ResponElimina
  5. Lou: Por eso digo que es un arte propio de sabios saber aprovechar lo que la vida te ofrece en un determinado momento. Nada es casual.

    Isol: Como le decía a Lourdes, nada es casual en esta vida, todo tiene una explicación. Saber captar eso es propio de sabios.

    ResponElimina
  6. jaja si es que todo tiene un por qué en esta vida.. hasta lo más surrealista e inexplicable, lástima que en momentos de desesperación justo cuando más necesitamos que nuestro cerebro esté al 100 % se nos apaga y la ofuscación nos ciega... y si no hay corbata.. ya se sabe... ni hay agua, ni nada de nada como con la Casera jaja nos vamos!


    Muuuchos muuchos besos así a gustito de sport en plan veraniego de andar por casa mi querido MIGUEL.

    ResponElimina
  7. María: ¿Por dónde andas estos días...? Hacía tiempo que no aparecías por este mundo virtual de los blogs. Supongo que de vacaciones ¿no?
    Bueno, pues yo estoy de vacaciones en el apartamento de Benicàssim. Ahora mismo acabamos de llegar de la playa (como casi todos los días). Se está divino por aquí, la verdad. Y no son ganas de hacer los dientes largos a nadie. Pero esto es maravilloso.
    Bueno, a lo que íbamos. No hay que desaprovechar los guiños que nos ofrece la vida. Pues luego, ya ves, pasa lo que pasa.

    ResponElimina
  8. Lo tendré presente cuando alguien me ofrezca una corbata o algo inverosímil cuando esté perdido en el desierto poseído por la sed. Podría ser un buen anuncio en la televisión de corbatas. No sé si a alguien se le habrá ocurrido en estos tiempos en que desafortunadamente ya no llevan corbatas más que los políticos y ellos, precisamente, no nos caen demasiado bien.

    ResponElimina
  9. Joselu: Hay que tener corbatas siempre a manos, si no, ya ves.

    ResponElimina
  10. Es un chiste muy antiguo. Pero tiene vigencia.

    ResponElimina