Espíritu navideño


Ya es Navidad. Por unos días la ciudad y los pueblos se transforman. Un aire ameno y luminoso invade las calles. Hay grupos de niños y niñas que de pura alegría gritan  o cantan y desean felices fiestas a los viandantes. Se ven gorritos de papá Noel, cuernecitos de reno. En la plaza Mayor han puesto un árbol de Navidad gigantesco. La gente va y viene con bolsas y paquetes. Otros años hacía más frío. Pero los abrigos, las bufandas y los guantes lucen en la noche invernal. En algunas calles han puesto altavoces y se oyen villancicos. 
Parece que la vida sigue igual. Que aunque han cambiado muchísimas cosas, en el fondo, nada es distinto. Aquella cantinela de los niños de San Ildefonso mientras jugábamos en la calle, aquellos villancicos que nos habían enseñado en la escuela y que sin darnos cuenta tarareábamos, aquel pavo vivo que llevaba la señora Rosita recién comprado del mercado, aquellas ilusiones de los juguetes que nos traerían los reyes magos, aquella sensación de libertad por tener vacaciones, y aquella cena de nochebuena en la que comeríamos turrón, melocotón en almíbar y algún bombón...
En la escuela poníamos un belén. Y en nuestras casas también. Un año, creo recordar que fue en 1963, por la tarde doña Angelita nos llevó a las casas de los alumnos que habían puesto un belén para que lo viéramos. Y delante del belén cantábamos un villancico: "Pero mira cómo beben los peces en el río..." Yo me quedaba mirando los tres caballos del belén que llevaban a los reyes magos...
Esto hay quien dice que es el espíritu navideño. Bueno, podría ser. En cualquier caso, a mí me gusta.
Por eso no me parece bien que en alguna escuela no se celebre la Navidad. Y lo digo porque en la escuela (pública) donde va mi sobrino tienen prohibido cantar villancicos, hacer postales navideñas, poner belenes, nada de árboles de navidad, de estrellas y ni mucho menos, mentar a San José, la virgen María y el niño Jesús...
No sé qué opináis vosotros, pero a mí esta actitud que ha adoptado esta escuela (propiciada por la directora, me consta) me parece un acto de rebeldía estúpido y un gesto de totalitarismo. Porque sé de muchos profesores y profesoras que bien a gusto habrían cantado algún villancico con sus alumnos y habrían confeccionado alguna actividad de plástica con motivos nadiveños... pero esto está estrictamente prohibido en esta escuela.

Que tengáis todos y todas unas felices fiestas y un feliz año nuevo.


Jubilación




Después de treinta y cinco años de estar compartiendo pupitres, pizarra, tiza, ordenador, cañón, powerpoint, con alumnos y alumnas... me llega la jubilación. 
Cientos, millares de vivencias se agolpan en mi mente. Yo las miro y las voy ordenando poco a poco. Son tantos los recuerdos, que embotan mi mente. Por eso, con el cuidado de un orfebre, trato de sacar brillo a estos dorados aconteceres que labraron mi vida como enseñante.
Tal vez sea bueno comenzar estas ensoñaciones por el principio. 
Diciembre de 1983. Escuela "Mártires del magisterio" (Colegio Herrero) en Castellón. La clase es la de Don Alberto Más Usó. El curso es el 4º B. Don Alberto va a cumplir los sesenta y cinco años. A final de mes se jubila. La administración ha tenido a bien que yo comparta la clase con Don Alberto este mes. El último para él, el primero para mí.
Ahí empezó todo. Don Alberto se jubiló el día que empezaban las vacaciones de Navidad. Justo el mismo día que yo (35 años después). La vida, a veces, te hace un guiño, y uno no puede por menos que sonreír sin saber bien por qué...
En estas tres décadas largas de enseñar a los niños a ser mejores personas han pasado muchas cosas. La mayoría buenas. Por eso ahora me voy feliz. Con la sensación de haber hecho lo que buenamente podía. 
Como dije, empecé en Castellón, luego fui al Grao de Castellón, Almassora, Alcora, Cabanes, Villafamés, Quesa, Oropesa y finalmente llegué donde iba a jubilarme: a Benicàssim. Al IES "Violant de Casalduch". Allí pasé veintiún años.
Me voy de las aulas feliz. Sin prisa, y sin apremios. Dejo la enseñanza con la ilusión pueril de descubrir otro mundo. Otro mundo que quizá me esté esperando para compartir conmigo el resto de mis días. Son días mágicos y emocionantes. Jornadas en que no me canso de dar las gracias a todos y todas por haber estado conmigo. Y en estos momentos en que las palabras se hacen cortas para expresar los sentimientos que uno siente, quisiera irme diciendo simplemente que fue bonito mientras duró. El mundo de la enseñanza sigue y seguirá. Un mundo mejor, quiero pensar, les espera a los jóvenes profesionales que tomarán el relevo. A todos ellos y ellas (y el alumnado, por supuesto) me gustaría dedicar esta despedida.