Invierno


El viento se ha tornado gélido y cortante. Una vez dentro de casa, me quito la bufanda y el abrigo y me pongo el batín. Me siento en el salón y veo en la televisión que en las montañas hay un manto de nieve que emblanquece sus laderas. En un remoto pueblo, unos lugareños armados de palas, despejan de nieve las calles y las entradas de sus hogares, mientras una espesa cortina de copos de nieve difumina sus siluetas. Desde mi casa, al confortable calor de una estufa, recupero el aliento y las ganas de recordar las frías calles de mi ciudad. Sigo mirando la televisión al tiempo que me arrebujo en mi sillón favorito al socaire de mi mantita verde que siempre me acompaña en estos fríos días. En silencio, saboreo con verdadera fruición mi privilegiada situación. Al amparo de los cercanos desvaríos climatológicos que golpean mi ventana, yo me siento sumamente fuerte y capaz. Sé que es una sensación imaginaria, pero me gusta sentirme así. Hay quien dice que esta percepción de seguridad que nos produce estar a salvo de la lluvia, del viento, del frío glacial, nos viene de remotos tiempos, de antes de nuestra infancia, casi de otra vida, de cuando estábamos en el claustro materno… no sé, pudiera ser que sí. Bien pensado, me gustaría que fuera así, que aún conservara retazos y memoria de aquellos tiempos no natos. La verdad es que pensarlo estimula mi imaginación. El tiempo se derrama todo de golpe sobre mí y se diluye. Y desaparece. Todos mis pensamientos se tornan suaves y mullidos; me abrazan y me envuelven dulcemente. Fuera se oyen los ateridos ladridos de un solitario perro. Luego, silencio. Únicamente el viento al arañar el frío cristal parece murmurar algo, pero yo no le presto atención. Sólo dejo pasar despreocupadamente el tiempo. Sin mirar el reloj. El tiempo es algo que me sobra. Lentamente hundo mis manos en los bolsillos. Aprieto los puños de pura satisfacción. Una sonrisa imperceptible queda dibujada en mis labios. Sigo mirando la televisión. El invierno ha hecho que me recluya en mí mismo y soy completamente feliz…

Postal navideña


Llega la Navidad. El cielo se impregna de una clara luminosidad que exhala esencias de colores a través de miles de lucecitas centelleantes, de rojo, verde, anaranjadas, amarillas y azul. La Navidad huele a leña fresca que se está quemando poco a poco en el hogar, a turrón, mazapán, libros nuevos, juguetes sin estrenar y a ilusiones intactas.
Yo, cada año, por estas fechas me siento abierto a la fantasía. Mi mente se abre de par en par y penetro en ella. Y entro en un mundo tan irreal como fantástico. Es allí donde todos los deseos se reblandecen. Donde las pasiones se aplacan. Donde las emociones se tornan amables y llevaderas. Donde las estrellas manchadas de copos de nieve mullida caen suavemente del cielo y se abrazan en silencio a las verdes ramas de los árboles tiñéndolas de un tacto blanquecino aterciopelado. Es un lugar donde vuelan por el aire simpáticas y saltarinas notas musicales que acarician mis oídos. Un coro de niños y niñas canta con sus blancas voces mientras tañen con sus cariñosas manitas risueñas campanillas. Me siento bajo un esbelto abeto manchado de blanca nieve y miro el paisaje. He visto un trineo volador elevándose grácilmente en busca de la luna. Un muñeco de nieve gigante y luminoso sonríe bonachón. Tres vigorosos camellos caminan en busca de un portal. Una estrella, la más grande del firmamento, ríe a carcajada batiente en medio del espacio sideral. Una mula y un buey pasan ante mí y me miran cachazudos. El pastor que guía a las bestezuelas, tocado de curtida zamarra y repleto zurrón, me saluda efusivamente y desaparece después de esbozar una sonrisa cómplice.
La paz lo invade todo tiñéndolo de un anhelo universal de armonía y concordia para todas las personas. Yo me siento inmensamente feliz, me levanto y sigo caminando dulcemente, saboreando cada uno de mis silenciosos pasos que me llevan apaciblemente hacia el confín del paisaje navideño, mientras me invade un profundo deseo de abrazarme al mundo y musitarle al oído que es posible, que si todos queremos, este mundo será mejor, más justo, más habitable…más humano.

¡
FELIZ NAVIDAD!

Esperanzas




La tarde se estremece al son de las terribles noticias que lanzan los medios de comunicación. No quiero mirar a otra parte. Quiero ser fuerte y mirar hacia delante. La pena me agobia. La rabia me corroe. Sólo la esperanza nutre mi mente aturdida.
Ella, la esperanza, ha sido mi compañera de viaje desde que era pequeño. Desde aquellos años en que tenía la lejana esperanza de llegar a ser mayor.
No sé vivir sin ver el sol que sale cada mañana a pesar de todo. Sin mirar su haz de luz sideral que se diluye entre la copa de los árboles. Me gusta ver la vida volar a través del viento como un ciclón de esperanzas que alimentan mi presente. Siempre espero que la luna se asome entre una nube lechosa en medio de la noche. Cuando miro el empedrado suelo reseco, tengo la secreta esperanza de escuchar la leve música líquida de la lluvia al manchar de agua las calles.
El devenir es fértil en emociones. Las emociones no saben volar y se incrustan en el alma como aguijones de hielo. Ahí se funden y se convierten en vivencias que engrandecen nuestra alma. Espero el futuro con alegría. No sé esperar triste, sino alegre. La felicidad, la auténtica felicidad, puede aparecer a la vuelta de cualquier esquina. Hay que estar alerta. No hay más que caminar con firmeza por los vericuetos de la vida, salvando cada obstáculo, cayendo y levantándose a cada tropiezo, mirando al frente, volviendo la vista atrás para reencontrarnos con nuestros recuerdos, y esperar, esperar, siempre esperar en un mañana mejor.

Paradoja del olvido




Todos tenemos recuerdos olvidados en algún rincón de nuestro entendimiento. Ahí donde se guardan las vivencias que ya no recordamos, habitan los fantasmas del olvido. Es tiempo furtivo, escapado, tiempo que no existe más que en la fantasmagórica mente del olvido. Pero no es tiempo perdido. Nunca el tiempo es vano. En este desván de nuestra alma podríamos encontrar montones de historias olvidadas que yacen a la espera de que algún susurro, alguna nota de una canción, algún olor, les insufle vida nueva y los convierta en recuerdos.
Hoy acabo de olvidar aquellos días luminosos en que jugábamos bajo la luz del día mis amigos y yo sin miedo al futuro. No logro recordar, porque lo he olvidado, aquellas calles de mi infancia vacías de coches. Ya no me acuerdo de los momentos que pasé junto a mi padre navegando en un frágil bote junto al faro. No quiero olvidar aquellos años de principio de la década de los setenta en que mis amigos y yo íbamos a pescar gambas en las rocas del puerto bajo la mortecina luz de una farola que manchaba de oro las aguas calmosas. Haré memoria y veré aquel niño cargado de libros que, subido al autobús, iba camino del instituto. Quiero rescatar del olvido aquel día que me miraste con ternura y con un tanto de malicia, hace ya tanto… que lo he olvidado. Podré olvidar aquellas tonadas suaves y acariciadoras de una canción que me hizo decirte que tú me gustabas. No quiero olvidar, pero he olvidado, tu mirada de niña enamorada que pedía mis inexpertos besos. Hasta he olvidado, amor mío, que cuando nos conocimos, te mentí, y te dije que tenía quince años, cuando en realidad tenía diecisiete. He olvidado tanto que mis recuerdos se han convertido en sueños.