Es la clase de 2 C . Se trata de una clase difícil.
Hay tres alumnos seriamente disruptivos. Repetidores. Alumnos que rozan los
dieciséis años, y que están esperando a cumplirlos para salir del instituto. El
resto de la treintena de alumnos no colabora demasiado en el buen discurrir de
la docencia. Siempre que pueden se suman a la fiesta. Y el profesor se las ve y
se las desea para poder dar la clase con dignidad.
En este ambiente hostil es poco
probable que el profesor se vaya a su casa con la sensación de que allí en
clase haya pasado algo positivo. Pero hay días, como hoy, que son una excepción.
Ya sé que soy un soñador. Pero me
gusta serlo. Ya sé que un gesto no quiere decir nada. Y que no soluciona nada.
Pero el gesto ahí está. Y hoy, en clase, nadie se ha dado cuenta de ello, pero
ha pasado algo, algo nimio, algo infantil, algo absurdo, algo, casi diría, que
sin sentido. Pero que ha hecho que hoy me siente delante del ordenador a
compartirlo con vosotros y vosotras.
Estoy explicando cosas que les
vienen grandes a mis alumnos. Les miro mientras hablo y veo mentes alejadas de
mí. Algunos hablan. Otros miran por la ventana. Y hay quien parece escuchar mi
perorata.
Pero de entre todos, me llama la
atención una alumna. Está sentada justo delante de mí. Y desde que ha empezado
la clase que no ha dejado de escribir. Casi sin querer, y sin dejar de hablar,
aguzo mi mirada y trato de descifrar aquello que escribe mi alumna. Parece una
copia de castigo. Pues da la impresión de estar escribiendo siempre lo mismo. Pero
lo escribe con diversos colores.
Sigo tratando de hacerme
escuchar. Y ella sigue escribiendo. Y escribiendo. Y termino mi explicación.
Mando unas tareas. Y yo me siento. Y ella, sin levantar la vista de su escrito,
sigue febrilmente escribiendo.
Me pica la curiosidad.
-Oye Leticia… ¿Quién te ha
castigado?
La niña, sorprendida, levanta la
mirada y sin pestañear me dice:
-¡Nadie!
-…Y entonces esto que estás escribiendo…
Maquinalmente, mi alumna, con una
mano tapa el escrito y se lo acerca a su cuerpo. Su semblante se torna tierno y
yo diría que soñador.
-¿Me puedes decir qué estás
escribiendo?
Con una pizca de vergüenza me lo
acerca.
Lo leo. Y leo “Te amo”, “Te amo”,
“Te amo”, Te amo” “Te amo”. Así hasta centenares de veces…
Me quedo mirándola. Una mirada
que es una pregunta.
-Es para un chico que he conocido hoy en el recreo. Hace tercero de ESO y le llaman Alberto.…