Recostados sobre una de las
paredes del pequeño faro, mi primo Toni y yo mirábamos la mar abierta. Enfrente
se elevaba altivo y poderoso el nuevo faro. El nuevo faro es alto y espigado, y
está pintado a franjas negras y blancas.La bocana del puerto, franqueada por
los dos faros, es lugar ameno y muy transitado. Por la entrada del puerto
discurren sin prisa, cabeceando armoniosamente, buques de todos los tamaños y
condición. A veces es un fugaz y saltarín velero, a veces un pesado remolcador,
otras veces es un pequeño bote, o una atareada barca de pesca, o también, un
monstruoso carguero que semeja un gran animal marino…
El horizonte, desde nuestra
atalaya, se ve cercano. Son casi las cinco de la tarde. Pronto, desde aquella
infinita y enigmática línea marina empezarán a surgir formas imprecisas que
enseguida adquirirán maneras de barca de pesca.
Nosotros, después de todo un
verano, hemos aprendido a distinguir desde la lejanía las barcas de arrastre
del Grao de Castellón. Cada una tiene unas hechuras o algún rasgo que la hace
particular. La de nuestros padres, el “Joven Miguel”, es el palo. Un palo
rematado con un triángulo metálico de color blanco. Cuando la veamos aparecer, iremos
a buen paso por la escollera de Garbí camino de la lonja a ayudar en las labores
de pesaje y venta del pescado.
Mientras tanto, mi primo Toni y
yo estamos sentados apoyados en la fría pared del pequeño faro (el “faret
roget”) y hablamos de nuestras cosas. De vez en cuando nos reímos. Cualquier
motivo es bueno para reírnos. Nos reímos, casi diría que gratuitamente, sin
malicia ninguna, sin venir a cuento. La verdad es que nos reímos de pura
felicidad.
Está acabando el verano. Con el
otoño vendrá el nuevo curso. Este año emprendemos el cuarto de bachillerato. La Física y Química es la
asignatura que más respeto nos impone. Y es que tanto Toni como yo somos de
letras. Pero hay confianza en nuestras posibilidades. Y sabemos que en quinto
cogeremos la rama de letras y dejaremos las matemáticas, la física y la química
para quienes estén mejor notados en estos menesteres.
Mientras tanto, miramos el mar.
Se diría que hay calma chicha si no fuera por esta sutil brisa que apenas
despeina las sinuosas ondas marinas. Las primeras barcas ya están llegando. La
que tendrá el número uno esta tarde en la subasta será el “San Ramón”. Su
rechoncha figura bailotea en las verdes aguas costeras mientras la quilla
aparece abrumada de blanca y borboteante espuma. Su paso amarinado en altamar
se moderará ostensiblemente una vez entre en el puerto, pero en las aguas
salvajes de altamar las barcas no conocen la palabra moderación.
Otras dos barcas se adivinan a lo
lejos. Son la “Joven María” y la “Santa Mª de Blanes”. Van casi a la par. Más
hacia levante otras tres se acercan a puerto: la “Sagrada Familia” el “San
Facundo” y la “Marina”. En el extremo opuesto, por la banda de Garbí, aparecen “La Favorita ”, el “José”, el
“Joven Jaimito”, la “Carmen Luz” y la “Mari Pepa”.
Todas las barcas enfilan su proa
hacia la bocana del puerto. Nosotros, desde “el faret roget”, miramos con
fruición las variopintas barcas de arrastre llenas de marineros que aún se
afanan en preparar el pescado recogido en el último lance antes de llegar a
puerto. Cada barca se ve envuelta por un enjambre de volanderas gaviotas que
revolotean sobre cubierta a la espera de despojos marinos… el paisaje es
francamente animado. Y la espera se hace plácida y entretenida. Y de pronto, en
la lejanía acertamos a ver el singular palo de nuestra barca: el “Joven
Miguel”. Como movidos por un resorte, nos levantamos y dejamos de mirar la
frenética procesión de barcas que están entrando a puerto…
-Tendremos por lo menos el número
20.
-Cuando acabemos, iremos a buscar
a Juan y a Miguel. Aún tendremos tiempo de jugar al Monopoly.