Momentos mágicos



Yo desconfío del tiempo, porque es un asesino del presente. Un asesino impenitente. Sin descanso, sin escrúpulos, contumaz, el tiempo mata continuamente el presente y lo hace suyo convirtiéndolo en pasado. Y lo hace una y otra vez, vertiginosamente, sin tiempo para parar el tiempo. Y uno, cuando va a darse cuenta, ve que ya ha pasado su tiempo. Sí, desconfiad de él. No os dejéis atrapar por su fácil y sutil fluir porque el tiempo es implacable, desalmado, no atiende a súplicas, todo lo quiere para sí.
Y lo que es peor: arrebata la viva alma de las cosas animadas o inanimadas y va deteriorando su ser. Los objetos, el paisaje, los sentimientos, todos son víctimas de su desbocado galopar.
Por eso tuve que aprender a detener el tiempo. Fue tarea ardua y casi imposible, pero lo conseguí. No sin ayuda. Sería injusto no agradecer a las musas (a Nautika también) todo su apoyo, para que hoy, en ciertas ocasiones, haya conseguido que el tiempo se detenga para mí. Entonces el devenir pierde todo su poder destructivo y se transforma en algo benévolo, afable, cómplice, creativo. Son mágicos momentos en donde, libres del paso del tiempo, todo lo que es imposible se hace posible. Es entonces cuando se pueden oír las diminutas pisadas de los trasgos atravesando mi habitación, los leves susurros de las hadas, o los lejanos cantos de las sirenas que envuelven mi imaginación y la pueblan de buenas vibraciones…

A veces la soledad, a veces el silencio




A veces la soledad, a veces el silencio, nos recuerdan que nuestra mente está llena de vericuetos y galerías insondables, a las que sólo podemos acceder en estos momentos mágicos en que la convivencia se detiene y nuestro ser se serena y mira hacia sí. El resto del tiempo las puertas a estos misteriosos caminos están cerradas a cal y canto.

Yo tuve una alumna (¡cuánto aprendemos los profesores de los alumnos!) que, por cierto, no sé que habrá sido de ella, tanta distancia y tanto tiempo después, que dejó escrito en una redacción algo que decía más o menos así: “En la soledad de mi habitación, cuando me envuelve el silencio, entonces miro a mi corazón. Una a una paso las hojas que hay escritas en él, y poco a poco voy leyendo los pormenores de mi corazón.” Ella me explicó que los sentimientos y todas las emociones que iba sintiendo a lo largo del día, se iban esculpiendo en su corazón. Y allí quedaban indelebles. Sólo esperaba que la ocasión le fuera propicia para releer aquellos escritos. Y, según me confesó, a veces lloraba de nostalgia. O de felicidad. Las lágrimas, pensaba yo, resbalarían prístinas sobre sus mejillas entre el silencio, inevitablemente sonoro de su habitación, y la soledad próxima de las voces apagadas de sus padres tras la puerta cerrada de su cuarto.
Desde entonces siempre he tenido presente aquellas razones de mi adolescente alumna. Y he comprobado que la edad nada tiene que ver con estos cuidados.

La soledad buscada y el silencio encontrado son los dos pilares sobre los que se sostiene el ejercicio de indagar entre los intrincados corredores de nuestro entendimiento. Me gusta encontrarme silenciosamente a solas, y, entre el murmullo del silencio abrazarme a mi soledad y, como aprendí de aquella alumna, pasar cuidadosamente las páginas de mi corazón.

La II República


En estos días se han cumplido setenta y siete años de aquel 14 de abril de 1931 en que se instaurara por aclamación la II República en España. Y los adictos al republicanismo lo han celebrado, y los otros, lo han recordado. Es ésta una fecha importante, que no puede pasarse por alto, que a nadie deja indiferente. Más importante que aquel lejano 11 de febrero de 1873 en que se proclamara la I República española. Hoy nadie se acuerda ni de la fecha ni de la esencia de aquella decimonónica, primigenia y efímera I República española que pasó como de puntillas por la Historia de España. En cambio el 14 de abril es otra cosa. Aquí hay connotaciones muy intensas. Tanto, como la conciencia de pertenecer claramente, sin concesiones y con orgullo a uno de los dos bandos beligerantes en la posterior contienda bélica (aún hoy); o como la nostálgica y firme adhesión a los principios renovadores y revolucionarios de aquella República que surgió como de la nada en la ancestral España de aquellos años treinta del pasado siglo que pretendía con toda la buena intención del mundo curar en un pispas todos los males de la España de la España de entonces.

Hagamos un poco de Historia. Estamos iniciando la tercera década del siglo XX. En España han pasado casi de largo las revoluciones liberales del siglo XIX (hay excepciones: no podemos olvidarnos del teniente coronel Riego y el trienio liberal, de 1920 a 1923, cuyo himno, el de Riego, será el oficial de la II República) pero la España profunda, la España atávica no sufrió modificación alguna. Las revoluciones están pues, pendientes. Cuando empiezan los años treinta del siglo XX nos encontramos con una España que acaba de salir de una dictadura (con la aquiescencia del Rey) y que ahora está siendo gobernada por la llamada “dictablanda”. Es una monarquía decrépita en la que el rey no sabe tomar las riendas del Estado. Los intelectuales y el movimiento obrero están sedientos de cambios. Hay que modernizar España. Son ideas revolucionarias para aquella anquilosada y caciquil sociedad que representaba la monarquía de Alfonso XIII
Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 dan mayoría en las grandes ciudades a los partidos republicanos. La gente, dos días más tarde, se echa a la calle y los acontecimientos se precipitan. Se proclama la República, y el rey tiene e hacer las maletas. Se ha producido un cambio de régimen sin derramamiento de sangre.
Pero la proclamación de la República iba mucho, muchísimo más allá del hecho de que ahora el jefe del Estado fuera el Rey o fuera el Presidente de la República. La salida del rey en barco desde Cartagena era vista como la marcha de todos los males que aquejaban a España en aquel momento y que la gente personificaba en la figura del monarca.
Una vez proclamada la II República hay una explosión de libertad. De derechos. De romper con todo lo antiguo. De construir una nueva España. Enseguida se convocan elecciones, se convocan Cortes Constituyentes, pronto está lista la nueva Constitución; se acometen la reforma agraria, la reforma del ejército, hay un impulso como nunca en la educación, el asunto religioso es tema de debate… España hierve… Tanta libertad y tantos derechos en tan poco tiempo acabaron por atragantársele a los españoles (unos por demasiado y otros por demasiado poco). Total, que aquella situación de efervescencia estalló, y como todos sabemos, dio paso a una cruel guerra civil y a una posterior y no menos cruel dictadura. Luego vino la modélica transición que nos llevó hasta la actual democracia en la que los mismos derechos y libertades que se plantearon hace más de setenta años hoy se han hecho realidad.



Abril


Las flores han irrumpido a mi paso con exuberancia derrochando aromas tornasolados. Yo las miro sin pararme. Lilas, rojas, amarillas, verdes, lilas, rojas otra vez, es una explosión de colores. El aire es más denso y se respira mejor. Las flores, en reverente silencio y sensual movimiento, exhalan colores perfumados. Yo sigo mi camino y las veo cabecear levemente al compás del acariciante viento. Ellas no dicen nada. Parecen envueltas en una misteriosa danza. Yo las miro y las dejo hacer.
Una mariposa se ha cruzado en mi camino. Es amarilla y naranja, verde y añil. Vuela y vuela y se ha posado sobre una roja amapola. Me paro y la observo. Está lamiendo la encarnada corola de la flor. Sus alas, grandes y vistosas, parecen reflejar el amarillo del sol. Las mariposas no saben morder. Lamen con sigilo las entrañas de las flores y a continuación extienden sus alas y levantan el vuelo. ¡Qué libres deben de ser las mariposas!
Yo continúo mi marcha bajo un sol rutilante y un viento tenue. Volanderos insectos revolotean entre las flores. Yo los obvio y los miro de soslayo. Y mientras camino dejo la puerta de mi mente abierta de par en par. La fragancia del blanco azahar penetra en mis pensamientos. El monocorde trino de un pájaro agazapado entre el ramaje de un cercano árbol alegra mis razones. No hay lugar para el desaliento. Todo está a mi favor. Es la vigorosa primavera que se ha derramado sobre la ciudad. Es abril.