El "Joven Miguel" (óleo de Antonio Trilles)
Aquella primavera del año 1976 estaba
resultando amable y eficaz. Las blancas flores de azahar moteaban los
naranjales de la Plana
y derramaban su cálido aroma por el verde de los marjales.
Eran poco más de las siete de la
tarde. Ya el sol declinaba, pero la luz aún era clara y contundente.
El vespino lo habíamos aparcado en el muelle pesquero. Y sentados en
una roca, Marysol y yo esperábamos que llegara la barca de mi padre.
Cunado llegó el “Joven Miguel”,
nos acercamos hasta la barca y mi padre nos indicó con un ademán que subiéramos
a bordo. Así hicimos. Las cajas de pescado estaban expuestas sobre cubierta
listas para desembarcarlas. Los marineros iban y venían en un frenético ir y
venir. Mi padre cogió un par de langostinos y los metió en una bolsa de plástico.
Y dirigiéndose a Marysol le dijo: “Toma, esto es para tus padres. Son dos langostinos recién pescados. Hace poco más de una hora aún nadaban por el fondo del mar". Los cogió y saltamos a tierra.
Subimos al vespino y salimos
del puerto.
Enfilé “El Camino Viejo del Mar”
y puse rumbo a Castellón.
Marysol me acariciaba en un suave
abrazo desde el asiento de atrás de la pequeña moto.
Yo sentía su atractivo perfume a
colonia “Azur” que se mezclaba con las infantiles y dulces palabras de aquella
adolescente que aún me costaba decir que era mi novia.
A mitad camino me hizo parar.
-¿Qué quieres…?
-¡Qué solitario está esto…!
Sus palabras me sonaron a una
clara invitación al amor. Y sus ojillos y su sonrisa despertaron en mí un
profundo deseo de poner mis manos en el cuerpo de aquella chiquilla sabrosa
como un soplo de brisa marina.
Nos desviamos por un caminito
lleno de hierbas, verde a más no poder. Y allí encontramos la soledad
suficiente para entregarnos a nuestros deseos más sensuales.
Bajamos de la moto cogidos de la
mano. Nos dejamos caer alegremente sobre la mullida hierba y nos besamos en la
boca con pasión, recelo y rabia. No hubo palabras. Hubo miradas lascivas y
dientes cándidos. Y manos presurosas. Y camisas desabrochadas. Y sudor. Y piel
suave y tersa. Y pelo enmarañado entre las hierbas. Y un frenético abrazo
amoroso que acabó con una deliciosa sonrisa que desbordaba placer y
satisfacción.
Cuando nos montamos al vespino,
el sol ya daba claras muestras de esconderse tras las montañas.
Llegamos a casa de Marysol ya de
noche.
Sus padres estaban haciendo la
cena. Y entonces me acordé de los langostinos…
-¡Marysol, los langostinos!
Marysol se me quedó mirando, y
los dos nos echamos a reír…
¡También tu padre darles, bueno a Marisol, dos langostinos!
ResponEliminajajajaja.
Muy tierno y pasional el relato.
Besos
PD Me hiciste reír con lo de tu profe les mando y tu comentario sobre la utilidad de mi escrito para ti y La Busca. A ti ya no, pero quizás a otros chicos si le sirva jajajajajaja
Me ha sorprendido todo el relato, pero no acabo de entender el regalo de dos langostinos. Se ve algo escaso el detalle. En todo caso, muy fino y refrescante el tema del pequeño cuento lleno de sensualidad y que evoca un tiempo distante en que las cosas estaban recién salidas del horno, como recién hechas, y tú y Marysol erais dichosamente jóvenes como esos que llenan nuestras aula y que tienen tanto deseo y ganas de vida como muestra esta encantadora historia. Un abrazo.
ResponEliminaQue despiste...jejeje!Supongo que no se volvieron a mencionar sino habreis tenido que inventaros una escusa convincente digo yo..
ResponEliminaMiguel; tienes un don saber explicar las cosas de una forma sencilla y tan emotiva.Te felicito!
Un abrazo feliz semana que ahora comienza lo bueno:))
Myriam: Dos langostinos, para mi padre, eran una pequeña joya. Y por eso se los dio a la que entonces era la amiga/novia de su hijo. Era un gran regalo.
ResponEliminaPues sí, me tuve que leer libros y apuntes. ¡No tener a mano tu magnífica información!
Joselu: Dos langostinos suponían un regalo de postín. Y además, frescos, recién pescados. Antes, comer langostinos frescos era un signo distinción. Y mi padre quiso quedar bien con los padres de su amiga/novia. Pero los langostinos se quedaron por el camino...
Bertha: Gracias por tu comentario. Sí, ya nunca más se supo de los langostinos.
jajaja ¡¡pooobrecito! Rodolfo el langostino, perdido entre la hierba de la pradera... solo espero que tu padre no se encontrara con sus futuros consuegros y les preguntara si les habían sabido ricos los langostinos jajaja seguro que tu seguro le contestaría...
ResponElimina- Ricos no sé, pero llegaron con una cara de felicidad desbordante y el pelo llenito de hierba :-)
Preciosa historia MIGUEL, se nota que te pone contento hablar de Sole, es la historia más vibrante y ágil de cuantas te he leído. Me gustaría veros en casa cada vez que coméis langostinos jajaja yo solo los prepararía de dos en dos, ni uno más... si tu hija Marta pregunta jajaja le dices que es una tradición familiar :))
¿Existe de verdad el pequeño Miguel? muy bonito le cuadro y el nombre del barco.
Muuuchos muuchos besos, graacias y feliz próxima semana.
PD
Una mala noticia ¿sabes que Pescanova se ha declarado en quiebra? sus Rodolfitos también van a quedar perdidos por la hierba, pero mucho menos felices que los tuyos...una pena.
María: Me ha gustado tu comentario. Lo de los langostinos, ya nunca más se supo. Porque por aquel entonces mis padres aún no conocían a los padres de Sole. Por ahí nos libramos...
ResponElimina...El "Joven Miguel", que pintó al óleo mi inseparable primo Toni allá por el 82 y que fue su regalo de boda, era una barca que salió de los astilleros a mediados de los años cuarenta, y que mi padre y mi tío Antonio (el padre de Toni) compraron en el año 70. O sea, que lo del nombre, pura casualidad.
Una pena lo de Pescanova...
Y qué más daban el par de langostinos si este par de enamorados habían navegado en otras mareas profundas?
ResponElimina:)
Ternura y pasión aunadas y sobre todo, el profundo amor que destila este hermoso escrito, por el que os felicito a ambos de corazón.
Besos.
Que decirte¡ me ha gustado mucho tu entrada,pero mucho
ResponEliminaPor un momento, lo he vivido todo,según lo vas contando( bueno, cuando Marisol y tú, os bajasteis de la moto, me paré, jejeje (eso ya es íntimo)
Me ha gustado de verás
Escribes con una frescura,una naturalidad y siempre tan correcto en tus letras
Un beso Miguel¡ a ti y a ella
Pobres langostinos¡
(soy la Mar de siempre, lo que he cambiado, es la foto del señor cachas. jajaja)
ResponEliminaMarinel: Gracias por tus palabras. Me alegro mucho de que te gustara el relato. Los langostinos, pura anécdota.
ResponEliminaMar: Gracias por lo que dices en tu comentario. Me satisface enormemente que haya personas a las que les guste lo que uno escribe. Y también me ha gustado que nos acompañaras hasta donde se puede acompañar en el relato.
Jajajajaja, dónde teníais la cabeza?
ResponEliminaSaludos.
Toro: ...¡Ya te puedes imaginar donde...!
ResponElimina¡Los pobrecicos langostinos!!! Seguro que no los habéis olvidado en ningún momento...jajaj.
ResponEliminaUn tierno momento...bueno más bien un relato apasionante, seguro que ha sido uno de los más bonitos de vuestra vida.
Parece ser que esos bichitos os dieron suerte, ¿verdad?
Llevo días sin poder entrar en tu blog, no se a que es debido, bueno al fin lo he conseguido.
Besos Miguel.
Lore: Sí, fue uno de los episodios de nuestra lejana adolescencia más tiernos y que más felices nos hicieron.
ResponEliminaSeguro que desde entonces todos los langostinos vienen con sonrisas :D :D :D
ResponEliminaUn besote, Miguel. Y como en el anterior pero con distinta destinataria, otro para ella :)
Anda, y seguro que cada vez que ves un langostino te acuerdas del día "D" en cuestión... jajajajajajaja
ResponEliminaY seguro que a Marysol le pasa igual. jajajajajaja
Besos, Miguel!!
V: Sí, es verdad. Este es un secreto. Le mando el beso.
ResponEliminaLou: Fue un día "D", de verdad. Nunca se me olvidará.
¡¡¡Juventud, divino tesoro¡¡¡ Y encima entonces los langostinos no los comíamos como churros, como nos pasa ahora¡¡¡
ResponElimina¡¡qué tiempos¡¡¡ Además del nombre, comparto con tu costilla colonia de juventud...
Un beso, Miguel
Novi: Es verdad, los langostinos, entonces eran un pequeño tesoro...
ResponElimina...pues te diré que hoy en día aún sigue usando la misma colonia. Su olor siempre me recordará a ella.
Qué oasis de paz supone tu relato, querido Miguel... Nos empeñamos en buscar grandes hechos, hitos importantes, pero la vida está hecha de momentos como el que cuentas con dulzura y cariño. Dos jóvenes viven su amor olvidándose del tiempo y de unos langostinos que eran un regalo. La vida siempre se abre paso, y está ahí, en pequeñas historias que suponen el comienzo de una larga y feliz convivencia. Enhorabuena por el sensual relato y todo lo posterior.
ResponEliminaUn fuerte abrazo, colega.
Qué oasis de paz supone tu relato, querido Miguel... Nos empeñamos en buscar grandes hechos, hitos importantes, pero la vida está hecha de momentos como el que cuentas con dulzura y cariño. Dos jóvenes viven su amor olvidándose del tiempo y de unos langostinos que eran un regalo. La vida siempre se abre paso, y está ahí, en pequeñas historias que suponen el comienzo de una larga y feliz convivencia. Enhorabuena por el sensual relato y todo lo posterior.
ResponEliminaUn fuerte abrazo, colega.
Yoloanda: Me ha gustado mucho tu comentario, Yolanda. Tienes razón, no hay que despreciar, ni tan si quiera en forma de recuerdo, los buenos momentos que nos proporciona la vida.
ResponEliminaMiguel, creo que nos has recordado a todos nuestro "día de langostinos" contado muy discretamente y con mucho estilo, lo justo para evocar una época ya pasada pero que puede propiciar otras venideras.
ResponEliminaFelices langostinos.
Angie: Gracias por tu comentario. Es verdad, seguro que todos tenemos en nuestra mente ese día lejano, o no, que nos hace recordar la fortaleza del presente.
ResponEliminaGracias por la familiaridad y sencillez con que has compartido esa experiencia amorosa. Lo de los langostinos es una anécdota muy divertida
ResponEliminaUn abrazo
Luís Antonio: Gracias a ti por el comentario. Los langostinos, pues eso, pura anécdota.
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