La puerta misteriosa




En el año 1986 estuve de maestro en Alcora (Castellón).
Cuando, en septiembre, entré en el aula, lo primero que hice fue abrir los armarios para revisar lo que había allí, y tirar lo que fuera inservible. Las puertas de los armarios tenían la llave puesta y sin problemas pude acceder a los tres armarios que había empotrados en una de las paredes laterales. Más allá había otro armario, asimismo empotrado en la pared, pero estaba cerrado y no tenía llave. En un principio lo obvié. Y empezó el curso como si tal cosa.
Pasaron un par de meses, y un día hablando con el director, me dijo que el aula que yo ocupaba había pertenecido a don Rodrigo. Un profesor que se jubiló el año pasado, y que había estado allí, en mi aula, ni se sabía desde cuándo. Aquella era “su” aula, y allí sólo entraban sus alumnos. Ningún compañero osaba entrar en ella. Y es que el susodicho don Rodrigo tenía un genio del demonio. No se hablaba prácticamente con nadie. Y con el director, lo justo. Había tenido ciertos problemas con los padres de los alumnos por su difícil carácter, pero por suerte se subsanaron gracias a la diplomacia del director. Total, que nadie sabía nada de la vida escolar de aquel extraño maestro. Por eso, cuando yo le pregunté al director por la puerta cerrada a cal y canto, el director se puso en alerta. Y me dijo que los niños le hablaban de “la puerta secreta”. Una puerta que estaba siempre cerrada y que nunca se abría. Según contaban los chavales, esta puerta sólo se abría cuando don Rodrigo estaba solo y nadie le podía ver. Y que allí guardaba sus cosas. Algunos niños tenían miedo y no querían sentarse junto a la puerta misteriosa. Había quien aseguraba que a veces salía de allí un olor raro, como si fuera carne podrida…
Llegó el fin de curso. Y aquella puerta seguía tan cerrada como el primer día. Y entonces un alumno mío me preguntó por la puerta. Que su hermano le había hablado de una puerta endemoniada donde don Rodrigo guardaba sus cosas para comunicarse con el demonio. Yo le dije que eso eran todo bobadas, que aquella puerta estaba cerrada porque se había perdido la llave y ya está. Pero yo sabía que allí había un misterio. Y no me iría del colegio sin averiguarlo.
El último día de curso el conserje me facilitó una palanca de hierro y me dirigí hacia la puerta misteriosa. Cerré la puerta de la clase por prudencia y me dispuse a desentrañar el problema. La cerradura era frágil y cedió a los primeros golpes. La puerta quedó libre. La abrí lentamente y ví que allí no había nada. El armario estaba vacío. Eché una mirada escrutadora y al fondo acerté a distinguir lo que parecía una pequeña caja metálica. La cogí y la sopesé. Parecía vacía. La abrí y descubrí en su interior una hoja de papel cuadriculado doblada formando un cuadrado. ¡Allí estaba el quid de la cuestión! ¡El misterio estaba a punto de ser resuelto!
Desdoblé el papel con cuidado y con nerviosismo. Se trataba de una vieja página de un bloc. Por una parte estaba en blanco, y en la otra había unas grafías diminutas. Me acerqué para poder  leerlo mejor y entonces me enteré de lo que ponía allí: “tonto el que lo lea”.

Una niña escribe sobre el fin del mundo



El otro día vivimos una fecha muy rimbombante: 12-12-12. Algunos alumnos míos de segundo de la ESO llegaron a decirme que esta fecha indicaba que el fin del mundo estaba cerca. Esto me dio una idea para hacer un ejercicio a bote pronto. Estábamos en clase de Ciudadanía, y me pareció oportuno sacarle punta a semejante circunstancia.
Se me ocurrió que podrían hacerme una redacción sobre aquello que se apresurarían a hacer, que siempre han querido hacer, y que ahora, que se acerca el fin del mundo, es el momento adecuado para hacer. En pocas palabras: qué harías si supieras que la semana próxima se acaba el mundo.
Hubo redacciones para todos los gustos, pero de entre todas hay una que me ha llamado poderosamente la atención. Es densa, desconcertante y soñadora. La transcribo literalmente y ya me contaréis qué os ha parecido.

“Viajar por todo el mundo conociendo países, culturas y animales nuevos. Tirarme en paracaídas. Hacer puenting. Tener una metralleta. Conocer a mis familiares. Salir un día todos, TODOS los amigos. Conducir un coche. Hacer una película. Montar en un elefante. Tener un lince, un caballo y un tigre. Tener hijos. Casarme. Tener una casa. Tocar una estrella. Conocer a Justin Bieber y a Fernando Torres. Ver un amanecer. Un beso bajo la lluvia o bajo el muérdago. Volar como un pájaro. Tocar la guitarra, el piano y la batería. Recoger mis lágrimas en una botellita de cristal. Ayudar a los necesitados. Ser feliz. Recordar toda mi vida. Descubrir algo que nadie sepa.”

Eva. 2º D. trece años.



Papeleta del sorteo extraordiario de Navidad



Ayer estaba releyendo un viejo ejemplar que tengo en mi biblioteca, se trata de “El Jarama” de Rafael Sánchez Ferlosio. En un momento dado, de entre las macilentas hojas del libro asomó un papel de un color rosa, asimismo suavemente descolorido.
Lo tomé. Y cuando lo miré, me di cuenta de que se trataba de una participación de la Lotería Nacional del sorteo de Navidad del año 1978, que los alumnos de tercero C2 de Magisterio habíamos puesto a la venta con el fin de sacar fondos para el viaje de fin de carrera.
Enseguida vinieron a mi mente aquellos días pretéritos. Recuerdo que aquel año habíamos pensado hacer un viaje de final de carrera. Se hablaba de Italia. De Holanda…No importaba. El caso era ir de viaje. Además iría con la que entonces era mi novia (si sus padres le dejaban, claro) pero nuestro ánimo era positivo y pensábamos que sí. Que nos iríamos de viaje los dos. Sería la primera vez que lo haríamos sin nuestros padres. Porque viajes sí que habíamos hecho, no demasiados, pero alguno sí que habíamos hecho; pero eso sí, siempre, o bien con los padres de Sole o con los míos, así que aquello era un ocasión mágica. Con el pretexto del final de carrera, estaríamos por Europa sin la vigilancia paterna.
Llegó la Navidad. En la facultad la profesora de música preparó unos villancicos que teníamos que cantar en el salón de actos. Otros cantarían otro tipo de canciones. Se expondrían los trabajos manuales y habría una función del grupo de teatro.
Pero yo no lo pude ver. Tres días antes del festival cogí una gripe que me tuvo más de una semana en cama.
Pasó el festival, que no estuvo mal del todo, según me contó Sole, y se cantaron los números de la lotería. Nada, ni pedrea ni terminación.
Y aquella participación fue a parar al “Jarama”, que por aquel tiempo debíamos leer para elaborar un trabajo literario sobre el mismo. Y allí ha estado todos estos años.
Para remate final diré que cuando faltaba poco para el viaje, allá por la primavera de 1979, los estudiantes organizadores del viaje nos anunciaron que no había liquidez y que por lo tanto se suspendía el viaje. Nuestro gozo en un pozo…
…Pero quedó esta papeleta en el libro, y Sole y yo la hemos estado mirando y nos hemos mirado con amor…

¿...Irse de España?




Hoy mi mujer no se encontraba muy bien. Le dolía la garganta. Tenía pus. Tenía, pues que ir al médico. Y así hizo.
A media tarde vino del médico.
Nada de importancia, pero tiene que tomarse antibióticos. Paciencia.
Me comenta que el médico ha tardado más de la cuenta en atenderle porque ha venido una paciente con unas recetas en la mano diciendo que en ninguna farmacia le han encontrado el fármaco de la receta.
Cuando mi mujer ha entrado por fin en la consulta, el médico estaba cabreado. Muy molesto. Hay que recordar para los que no estén al corriente, que en la Comunidad Valenciana las farmacias están en huelga indefinida porque la Generalitat les adeuda casi quinientos millones. Sus razones, pues, tienen, creo yo, para estar en huelga. Pero la verdad es que para el ciudadano de a pie es un incordio buscar la farmacia que esté de servicios mínimos, además de que algunos medicamentos, como es el caso que nos ocupa, empiezan a escasear.
Pues bien, el médico le ha contado que está harto, muy harto de todo lo que está pasando en España. Sin ir más lejos, le ha dicho, a sus dos hijos los ha mandado a estudiar al extranjero, como primera medida para que luego se queden a vivir allí. No quiere que vivan (según sus palabras) en un país de ladrones. Y luego le ha espetado, “y yo porque no puedo irme, pero en cuanto me jubile me voy de este país de mierda…”
Y yo me pregunto: ¿Hay para coger el petate y marcharse de España…? ¿Qué opináis?

El momento ideal del día



Si en el anterior post hablábamos de cuál era la edad ideal, ahora en este post quiero tratar sobre cuál es la hora ideal. Más bien, el momento ideal del día.
Las veinticuatro horas de la jornada nos ofrecen una amplia variación de situaciones que convierten el tiempo en algo voluble, distinto y ameno.
Desde la alborada hasta el ocaso del sol nacen mil instantes únicos e irrepetibles.
Las personas estamos sometidas a este ritmo diario y no todas reaccionamos de igual manera. Las hay que disfrutan de los mortecinos rayos solares. Otros aman la luminosidad cegadora del astro rey en su cenit. También conozco gente que gusta de la tenue luz naciente del día. Los hay noctámbulos. Y los hay que odian trasnochar. De todo hay.
Por eso, es momento propicio para poner sobre la pantalla del ordenador las diferentes sensaciones que nos proporcionan las horas del día.
Yo lo he estado pensando. Y mi trabajo me ha costado decidirme por un rincón temporal del día. Pero al fin me he decidido. Me apunto al lánguido momento de la siesta. Ese paréntesis gratuito que nos regala el día en su devenir. Es momento de vivir con pausa y sosiego. Con calma y tranquilidad. Si uno creyera en los dioses griegos, se atrevería a decir que Morfeo y las Musas están de nuestra parte. Es momento, pues de dejarse llevar. De dejarse acariciar por los suaves brazos del dios y abrir la mente para albergar los fructíferos consejos de las Musas. Y ese breve instante del día se convierte en sublime…

La edad ideal



Es muy propio de la gente mayor querer parecer más joven. Pero a edades muy tiernas se tiende a querer ser mayor.
Parece una contradicción. Y a lo mejor lo es.
Tal vez se busca una edad intermedia e indefinida, el justo medio.
Lo cierto es que si se pregunta a alguien sobre cuál es la edad idónea de un ser humano, la edad en la que se es más feliz, se obtendrán las más variadas respuestas.
Dante decía que los treinta eran la mitad de la vida. Hoy esto ha quedado obsoleto. Hay quien ansía alcanzar la cifra de mayoría de edad, hay quien suspira por tener la edad de jubilación…
Yo pienso, pues, que esto de la edad es muy relativo. Siempre lo he pensado así. Siempre hasta que leí un informe sobre el particular. Un estudio donde aseguraba que objetivamente la edad más feliz del ser humano son lo ocho años.
Enseguida puse mi mente a viajar en el tiempo. Estamos en el año 1966. Estoy cursando tercero de primaria, luego, tras el verano, cuarto. Soy feliz. Mis maestros, Don Vicente y Don Antonio son unos excelentes profesionales que me instan a aprender y a ser mejor persona. Mis amigos nunca me abandonan. Todo el tiempo lo pasamos jugando en la calle. Mil juegos que me hacen ser feliz. No hay tiempo para otra cosa que no sea jugar. Correr, correr y divertirme. Pronto me comprarán una bicicleta. Hace poco que mi padre trajo una televisión a casa. Esto es una maravilla de las maravillas. Veo (en un precioso blanco y negro) los dibujos animados de "Los Picapiedra". Las series “El túnel del tiempo” y "Viaje al fondo del mar", el concurso "Cesta y puntos" y hasta a veces, me dejan ver “Historias para no dormir”. También, mientras cenamos, sale por la tele Franco inaugurando pantanos. Es una España feliz. Así nos lo hacen ver en el Telediario. Mi padre me cuenta historias de la mar. Él es pescador. A veces me lleva en la barca. La vida es bella.
A lo mejor tendrán razón los que han hecho este estudio. ¿Estáis de acuerdo?


Los tiempos están cambiando.



Tenía cita con el médico a las seis y cuarto. Llegué puntual. La enfermera me hizo pasar hasta un salón donde había una chica joven, tal vez aún no había cumplido los treinta años. La enfermera, muy amable, me dijo que me sentara y esperara, que llevaban un poco de retraso. Me senté en una silla que había junto a una mesita llena de revistas. Cogí una y empecé a hojearla. La chica que había en frente mío estaba absorta con su móvil. No levantaba la vista del aparato. Yo hacía lo propio con mi revista. Había encontrado un artículo muy interesante sobre la Guerra de Sucesión Española. El autor sostenía la tesis de que aquello era la primera Guerra Civil que hubo en España. Y la verdad es que daba razones de mucho peso para calificarla como tal. Llaman al timbre. Son una pareja joven. La enfermera les hace pasar a la sala donde estamos nosotros (la chica del móvil, que a estas horas aún no ha levantado la cabeza del móvil, y yo) Dan las buenas tardes y toman asiento. Ya he dicho que son jóvenes, parecen recién casados. Treinta y pocos años. Se sientan juntos en un pequeño sofá que hay al fondo. Yo sigo con mi revista, la chica del móvil sigue con su móvil. Y entonces los recién llegados echan mano a sus respectivos bolsos y sacan sendos móviles. Y con toda la naturalidad del mundo, obviando el montón de revistas que hay en la mesita, empiezan a manipular sus móviles.
De pronto, el joven, sin apartar la vista del aparato, le dice a su compañera:
-Mira cariño, Pedro me manda una foto del helado de chocolate que se está tomando…
-A ver…- La chica mira rutinariamente el móvil donde está la fotografía y enseguida vuelve a su móvil.
Otra vez silencio.
Miro con disimulo a las personas que hay en la sala de espera. Sus dedos recorren vertiginosamente el estilizado aparatito.  Sus caras parece que van al compás de sus dedos. ¿Qué deben de estar mirando?
Yo me quedo pensando. Y digo: tenía razón Dylan, “los tiempos están cambiando”.

Ser español...ser extranjero



Los domingos por la mañana, después del desayuno suelo bajar al kiosco de la esquina a comprar la prensa. Junto al kiosco hay un hombre sentado con un cartel. El cartel reza: “Soy español. Solo quiero tu ayuda para comer” Ya hace unas semanas que aparece por ahí todos los domingos. Yo lo miro de soslayo y le evito. Pero este domingo algo me ha llamado la atención. Un señor mayor estaba hablando con el pedigüeño, un hombre de treinta y pocos años, dicho sea de paso. Y al pasar junto a ellos pude escuchar que el señor mayor le decía:
-Que conste que te doy ese dinero porque eres español. Que si no… ¡ya les daría yo a los extranjeros que vienen a España a hacer el holgazán…!
Yo seguí mi camino. Pero me puse a pensar sobre lo que el anciano le había espetado a aquel joven que pedía ayuda. ¿En España tiene más derecho a pedir un español que un extranjero? ¿Será cierto que mucho extranjeros (en Castellón son mayoritariamente rumanos) vienen a España con el solo fin de vivir del cuento, es decir, sin trabajar, pidiendo, o rebuscando en las basuras? 

Recuerdos de infancia




Esta semana hemos llevado a cabo en el instituto la “evaluación cero”. Se trata en estas evaluaciones de intentar detectar incipientes problemas escolares y de anticipar al equipo docente un poco de la personalidad y situación familiar del alumnado.
Cada tutor, previamente, ha pasado tests y cuestionarios en la hora de tutoría y de ahí ha sacado la información para el resto de sus compañeros.
Entre todas las preguntas siempre nos llama la atención, por lo variadas que son, aquellas respuestas a los miedos y temores que tiene el alumno. Hay algunas coincidencias como por ejemplo el miedo a la muerte o el miedo a que le pase algo algún familiar próximo, o el miedo a que se separen sus padres… Pero de vez en cuando surge algún miedo o temor original, como es el que es motivo de este post.
En una clase de primero de la ESO (12 años) una niña contestó que su mayor temor es que en un futuro, cuando ella sea adulta, que se le olvide todo lo que está viviendo en esta etapa actual de preadolescencia. Según ella, quiere guardar para siempre estas vivencias actuales en su memoria porque son fantásticas, y según le han contado, ya nunca más se repetirá la infancia, ni la adolescencia. Será una mujer adulta toda la vida. Y ella no quiere desprenderse de esto que está viviendo ahora y que la hace tan feliz. Si pudiera guardarlo, aunque solo fuese en la memoria, volvería a ser feliz. Y ahí reside su miedo. Que no sea capaz (estoy hablando, recuerdo, de una niña que acaba de cumplir doce años) de conservar ese espíritu infantil de ahora el resto de su vida.
Yo me sentí identificado con esta niña. Y deseé que le pasara como a mí, que fuera capaz toda su vida de poder revolver de vez en cuando entre sus recuerdos infantiles y soñarlos con la misma intensidad con la que yo lo hago. 

Rosa




Hace justo ahora un año escribí este post. Ha pasado un año. La niña (Rosa), que como contaba en el post recibía ayuda desde el aula hasta su casa por medio de un ordenador habilitado con una cámara, al cabo de un mes vino a clase. Y lo hizo sentada en una silla de ruedas. Tenía la pierna derecha entablillada. Al cabo de unos meses cambió la silla de ruedas por unas muletas. Rosa estaba en tratamiento de un cáncer de huesos. De vez en cuando faltaba a clase. Le estaban haciendo pruebas, después del agresivo tratamiento a que había sido sometida. Pero Rosa es una niña muy sensata y muy positiva. Y siempre que volvía a clase volvía con ganas renovadas de ponerse al día en los estudios. Y así todo el curso. Al final aprobó todas las asignaturas y pasó de curso.
Este año vi en la lista que me dieron a principio de curso, que Rosa figuraba en ellas. Me alegré. Se trata de una buena alumna. Y eso siempre se agradece. La duda que me asaltó cuando supe que asistiría a mis clases era si vendría en silla de ruedas, o si por el contrario entraría a clase con la autonomía que le daban las muletas.
El primer día de clase no vino. Me dijeron que estaba en Valencia, que había ido al médico.
Pero el segundo sí que vino. Y no lo hizo con silla de ruedas, ni con muletas, sino que lo hizo por su propio pie. ¡Rosa estaba caminando sola! Me dio un vuelco el corazón. Me acerqué hasta ella y le pregunté cómo estaba, y mientras yo observaba la longitudinal cicatriz que tenía en la pierna derecha de arriba abajo, ella me explicaba que desde el mes de agosto ya andaba sin las muletas. ¡Que ya está bien! ¡Que se ha curado…!
Aquel día empecé la clase feliz, muy feliz. 

Extraterrestres




Este domingo estuvimos visitando el Castillo de Guadalest. Se trata de un sitio muy turístico donde abundan los turistas extranjeros. Cuando ya bajábamos del castillo, un hombre, que por su acento debería de ser inglés, nos dijo:
-¿Ser ustedes españoles…?
-Si.
-Entonces muy interesante para ustedes leer esto.
Metió la mano en un saquito que llevaba en bandolera y nos ofreció un folio doblado por la mitad. Y sin esperar respuesta, dio media vuelta y desapareció.
Desplegamos la hoja de papel y vimos que había algo escrito. Algo que decía así:
“En el año 1996 fui visitado por tres extraterrestres. Eran originarios del planeta APU. Un planeta situado a muchos miles de años luz de La Tierra. Me dijeron que ellos tenían un grado de evolución superior al de los humanos. Exactamente están dos peldaños por encima de los habitantes del planeta Tierra. Ellos están en un grado 4.5 y los humanos en un grado 4.3. Ellos me han dicho que hace muchos años que visitan el planeta Tierra y que hay muchos humanos con los que han contactado. Yo soy uno de ellos. En la Tierra tienen muchas bases. La mayoría están en el fondo del mar. Los que me visitaron a mí venían de una base que está situada cerca de la isla de Tenerife. Yo no podía hablar con ellos, pero ellos conmigo sí. Y es que ellos dominan la telepatía. Y por telepatía me dijeron muchas cosas. Lo más importante era que los humanos estamos haciendo mucho mal a nuestro planeta. Y a nuestros congéneres. Que tenemos que hacer algo para salvar el planeta. Y para poder evolucionar. Porque a este paso, no estamos evolucionando nada. Estamos igual que hace miles de años. Apenas hemos evolucionado. Y ya está llegando el momento en que ellos van a venir a la Tierra. No va a ser una invasión, pero la llegada va a ser masiva. Y tenemos que prepararnos para eso. Y tenemos que prepararnos especialmente los españoles porque piensan llegar a España. Y desde allí es desde donde piensan después dirigirse al resto del mundo. Pero España está mal. Los políticos lo han roto todo. Todos riñen. Aunque no haya guerra, todos riñen. Y eso no es bueno. Y sería conveniente que este mensaje llegara hasta los gobernantes para que supieran que se ha de gobernar por el bien común. Y así todo iría mejor. Pero en España se gobierna por el bien particular (o del partido de turno) y eso no está bien. Haz llegar este mensaje hasta todos los españoles que puedas. Que sepan que los políticos lo están haciendo mal. Levanta tu voz y di que quieres un gobernante que haga el bien común. Eso es lo que necesitan los humanos para seguir en la evolución.”
Leí el texto con mucho escepticismo, pero, extraterrestres a parte, el mensaje no está mal. Me lo apunto.

Rafael y Raquel






Jaime estudiaba segundo de bachillerato. Rafael y Raquel iban a su misma clase. Jaime nunca había dicho a nadie que estaba loco por Raquel. Ni si quiera a Rafael, que era su amigo del alma. Y eso que Rafael y Jaime no tenían secretos. Eran inseparables. Carne y uña desde que se habían conocido en primero de ESO. El mejor amigo que tenía, y en quien, seguro, podía confiar. Pero su amor desbocado por Raquel lo quiso guardar en su corazón. Y dejar pasar el tiempo. Tampoco tenía claro si Raquel le correspondiera en su amor, ni si ella era consciente de que él la amaba con todas sus fuerzas.
El tiempo fue pasando y el final del curso se acercaba. Jaime sintió la necesidad de no dejar pasar la oportunidad que el destino le había brindado de estar junto a Raquel. Tenía que declararle su amor. Tenía que saber si esa simpatía desbordante que mostraba Raquel cuando hablaba con él era sincera. Tenía que cerciorarse de si aquellos ojillos chispeantes que le miraban cuando él contaba alguna cosa, respondían a algo más que a simple compañerismo. Jaime quería saber si Raquel aceptaba ser su novia. Así de claro. Pero no tenía el valor suficiente como para decírselo a la cara. ¿Qué hacer? Pensó en Rafael. Él podría ayudarle. Podría hacer de celestina…. No, no, eso no le parecía lo más acertado. No le parecía conveniente involucrar a su mejor amigo en sus amoríos. Lo haría él personalmente. Y lo haría de la siguiente forma: le mandaría un mensaje al móvil de Raquel, y allí le expondría sus sentimientos. Y le diría que respondiese con un gesto a ellos. Así él sabría si sí o si no.
Después de mucho pensar formuló el mensaje que debía enviar a Raquel. Era como sigue:
“Estoy locamente enamorado de ti desde que te conocí. Me vuelves loco. Y creo que ya ha llegado el momento de que lo sepas. Pero no tengo la valentía de decírtelo a la cara porque no sé cuáles son tus sentimientos hacia mí.
El viernes yo me sentaré en la primera fila. Y antes de que venga el profesor de Literatura me levantaré y me dirigiré hasta donde tú te sientas. Si me quieres, si sientes lo mismo que yo siento por ti, levántate y ven a mi encuentro.”
Nerviosamente, busco en su agenda la “R” y apresuradamente (los dedos le temblaban) envió el mensaje.
Llegó el viernes. Y Jaime, nervioso como un flan, esperó el momento. Llegó la hora de Literatura. Ese era el momento acordado. Sacando todas las fuerzas que pudo, se levantó y se fue hasta los últimos pupitres, donde estaba su amada Raquel. Pero a mitad de camino ocurrió algo imprevisto. Su amigo Rafael también se levantó y fue a su encuentro, y en medio de todos los alumnos de la clase, le abrazó y le dio un beso en la boca apasionadamente.


El trenecillo fantasma




Aquel trenecillo veraniego cuando empezaba su recorrido, tañía una campanita. Yo me solía asomar al balcón de mi apartamento rutinariamente para ver a la gente que llenaba el pequeño tren de ruedas neumáticas. Las personas que llenaban el tren turístico estaban risueñas, alegres, y prontas al desenfado e incluso al jolgorio. El trenecillo partía lentamente y se perdía en la carretera. Y así todas las tardes del verano.
Este año no hay tren turístico.
El Ayuntamiento ha tenido a bien prescindir de sus felices funciones. No sé, será por la crisis, o tal vez por otros motivos, pero este verano no hay trenecillo turístico.
Pero este año, desde principio del verano, que cuando estoy en la terraza, de vez en cuando oigo el repetido tañido de una campana. Un sonido muy parecido al de la campana del alegre trenecillo. Impulsivamente me levanto y me asomo a la barandilla de la terraza. No hay trenecillo. La campana ya no suena. Me quedo mirando en dirección hacia el lugar de donde parecía venir el tañido. Nada. Solo un bar lleno de gente. Me vuelvo a sentar y pienso en el trenecillo.
Los días se suceden y los leves tañidos se suceden. Pero no hay rastro del tren turístico.
-Sole, ¿tú no oyes el repicar de una  campanita?
-Claro…
-¿De dónde viene…?
-De ahí abajo, del bar… Por lo menos eso parece.
Mi mujer lo tiene claro. La campanita que suena es una campanita mundana, metálica. Alguien en el bar ha dispuesto de ella para llamar a los camareros o vete tú a saber para qué. Y sigue leyendo el libro sentada cómodamente en la terraza sin darle ni poca ni mucha importancia a mi pregunta.
Ella no lo sabe. Yo sí, pero me lo callo. La campanita que suena, que está sonando todo el verano de vez en cuando no existe. No hay campana, pero hay tañido. Y eso es porque la voz del trenecillo no calla. Desde la lejanía del tiempo lanza su lamento. Y yo lo oigo y lo entiendo. Pobrecillo el trenecillo, que lo mataron por culpa de unos hombres vestidos con traje y corbata…

Acerca de la felicidad




A Bob Dylan, en el transcurso de una entrevista le preguntaron:
-¿Se considera usted una persona feliz?
A lo que lacónicamente respondió:
-Ser feliz no está entre mis prioridades.
Supongo que esta es una contestación propia de un ser humano inteligente. Y lo es porque esta respuesta puede abrir múltiples puertas. Cada cual es libre de interpretar las palabras de Dylan según su criterio. Y puede incluso abrirse un debate sobre qué es la felicidad.
Yo siempre había tenido por cierto que la felicidad, buscar la felicidad, era la más perentoria divisa del ser humano. Y que todo, absolutamente todo lo que las personas hacen y piensan va encaminado hacia ello. Pero esta contestación de Bob Dylan me ha abierto las puertas de mi mente. Y me ha hecho recapacitar si a lo mejor tendrá razón. Si la vida, tal vez, no debe basarse en el epicureísmo de buscar la realización personal basada en la consecución de la felicidad y la tranquilidad espiritual de uno mismo. A lo mejor, la vida es otra cosa. Es una lucha por conseguir el bien común, y no tanto el personal. Aunque este bien común desborde los límites de la felicidad personal.
No sé. Sigo pensando. ¿Qué opináis?

Patxi el vasco




En enero de 1980 estaba yo haciendo la mili en Madrid. Eran tiempos difíciles por lo que respecta al problema terrorista de ETA. Las acciones etarras eran tristemente frecuentes. Los asesinatos a manos de ETA eran moneda corriente en aquellos tiempos. En el ejército se notaba un cierto malestar,  un amargo cansancio. Pero nadie se pronunciaba. Solo la policía y la guardia civil luchaban (como hacen hoy) para que estos asesinatos no quedaran impunes. Pero la sangría continuaba.
Patxi era un amigo mío que había llegado a Madrid desde el País Vasco. Desde un principio nos caímos bien. Él, como yo, había terminado la carrera de magisterio el verano pasado, y estaba deseando licenciarse para poder ejercer su profesión (como yo). Solíamos hablar del problema vasco, que él quería derivar a la Comunidad Valenciana (él decía País Valenciano) con respecto a Cataluña de la que, según él, formábamos parte (a mí me llamaba “catalán del sur”). Yo le rebatía y le decía que no, que eran cosas distintas, y él que no, que igual que Euskal Herria, decía,  constituían territorios ajenos al estado español. Total, que Patxi, como habréis comprendido, era un auténtico abertzale. El peor insulto que le podías decir a Patxi era “español”. Un día, alguien le ató una cinta con la bandera española en su litera. No veas la que armó…
Una tarde, él y yo fuimos requeridos para acompañar al chofer de una furgoneta a hacer unos recados. Tengo que decir que el chofer no era militar, era civil, pero estaba adscrito a la Armada Española, era lo que llamábamos un maestranza.  Bueno, pues subimos a la paquetera (nosotros a la furgoneta de llamábamos así) y nos dispusimos a transportar el material hasta el lugar indicado. El conductor puso maquinalmente la radio. Estaban dando las noticias de las seis. Y entonces surgió la noticia. La ETA había matado a un policía nacional. El chofer no dijo nada. Pero Patxi, que lo tenía a mi lado, espetó:
-Bueno, un hijoputa menos…
Enseguida el conductor montó en cólera y le dijo que retirase inmediatamente lo que había dicho o daría parte hoy mismo al oficial de guardia. Patxi, sin inmutarse, y muy sereno, le dijo:
-No lo voy a retirar porque esto es lo que yo pienso.
Yo estaba asustadísimo, pero no abrí la boca. Después de este breve cruce de palabras se hizo el silencio. Y llegamos al cuartel sin más novedad.
Al día siguiente por los altavoces se requería la presencia ante el oficial de guardia de mi amigo Patxi.
Ya no lo volví a ver más. Me dijeron que a Patxi se lo llevaron al penal. Y ya no supe más de él.

Toros en la calle


En estos días la Universitat de València (UV) ha emitido un informe en el que rechaza la declaración como patrimonio cultural de las corridas de toros y los “bous al carrer” (toros en la calle) al considerar que estas prácticas con astados  “no reúnen los requisitos que establece la Convención de la Unesco”.



Quiero centrar el tema de este post no en los toros al uso, es decir los toros con torero y en la plaza, sino en lo que son los toros en la calle (“els bous al carrer”). Y es que en la Comunitad Valenciana fundamentalmente, es práctica muy común y de fuerte arraigo popular el celebrar ese tipo de corridas con toros que han venido en llamarse “toros en la calle”. Para los que no estén al corriente diré que en esta Comunidad es costumbre enraizada en casi la totalidad de los pueblos el organizar este tipo de corridas en sus fiestas patronales. La fiesta consiste en acotar unas determinadas calles del pueblo y luego soltar en ellas una vaquilla o un toro.
El programa taurino se divide en varias partes. La primera es la suelta de vaquillas (a veces también sueltan a algún toro). Aquí no se mata a la res. La vaquilla (o el toro) anda de aquí para allá persiguiendo a los mozos hasta que sacan al cabestro y la vaquilla, obediente, le sigue hasta el corro donde están sus compañeras de “trabajo”. A lo mejor, después de las fiestas de este pueblo, sin solución de continuidad se van a otro, y a otro, hasta que se acaba la temporada. La segunda parte de estos festejos la constituye “el bou embolat” (el toro embolado). Esto diríase que constituye el plato fuerte de “els bous al carrer”. Este toro lo compra una peña a una ganadería de más o menos renombre con el fin de matarlo al final del festejo. El festejo en sí consiste en lo siguiente: Lo primero es traer al toro encajonado con un camión al recinto donde se celebran las corridas de “bous al carrer”. A la hora prescrita se desencajona y el toro da unas vueltas por las calles acotadas persiguiendo a los mozos. Esto constituye lo que se llama “la prueba.”. Al cabo de media hora más o menos salen los cabestros y se le intenta reconducir hasta los corrales, tarea que no siempre se lleva a cabo con la prontitud y diligencia precisa. Hay veces que tras una hora de infructuoso empeño, se opta por lanzar una cuerda y prender al animal, y llevarlo casi a rastras hasta el corro. Aquí se acaba lo que sería “la prueba” del toro. Después, a la noche, normalmente suele ser a medianoche, se procede a la embolada. Esto consiste en sacar atado al toro desde los corrales y ensartar la cuerda en un pilón a la altura de uno de los cuernos. Allí el “embolador” le coloca dos antorchas, una a cada cuerno y después les prende fuego. Entonces corta la cuerda y el toro sale rebotado del pilón al que estaba atado. La imagen es la de un animal con dos antorchas enormes que va persiguiendo sombras por la calle. El espectáculo puede durar horas. Y cuando ya el toro está medio muerto de cansancio, se procede a sacrificarlo. Lo cual se lleva a cabo con más o menos gracia, descabellando al animal. Y esa es la fiesta del “toro embolado”.



En fiestas normalmente se suelen correr uno o dos toros embolados cada día, aunque hay días que se pueden embolar hasta tres toros. La verdad es que si se quitaran del programa de fiestas estos espectáculos taurinos la cosa quedaría en nada. La verdad es que en la Comunidad Valenciana esta costumbre es muy celebrada, pero últimamente se están oyendo voces que dicen que esto es una salvajada y que deberían suprimirse.
¿Vosotros qué opináis al respecto? 

Las dos Españas




Hacía poco que se había muerto Franco. Se hablaba en la prensa de una Ley para la Reforma, y de un referéndum. Estoy en casa de mi primo Toni. En la habitación estamos Toni y yo sentados en sendos sillones. En el fondo de la sala está nuestro abuelo Andreu. Tiene un puro caliqueño en su boca que provoca intermitentes bocanadas de humo. La habitación está llena de humo blanco. Estamos hablando, mi abuelo calla. Parece no escuchar. Mi primo y yo estamos hablando sin ton ni son. Hablamos por hablar. Y de pronto surge el tema de la política casi sin querer.
-Aunque parezca ingenuo –dijo mi primo- te diré que si todos pensáramos igual, no habría conflictos. Todos estaríamos de acuerdo con todos. Ni derechas ni izquierdas. Todos iguales.
-Pero –le contesto- tendrían que ser todos de izquierdas o todos de derechas, con lo cual, una posibilidad (la de ser de izquierdas, o ser de derechas) se eliminaría.
-Sí, pero como todos aceptarían las ideas del que manda, la gente estaría feliz. Con lo cual me es igual que sean todos de derechas o de izquierdas, lo importantes es que todos piensen igual.-Me contestó muy seguro de lo que decía mi primo.
-Esto es imposible. Fíjate, aquí somos dos y cada uno piensa diferente. Yo estoy por la pluralidad, y tú por todo lo contrario. Además, vas contra la lógica, lo que propones es imposible, solo puede conseguirse por la fuerza.
-Sí- me contestó Toni- ya lo sé. El régimen de Franco, como todas las dictaduras, es una buena muestra. Pero yo te estoy hablando en términos de utopía. Ya sé que esto que digo no es posible, pero si lo fuera, habría paz. La culpa de todas las guerras son las opiniones diferentes, y las maneras diversas de ver las realidades políticas.
Entonces, de improviso, intervino nuestro abuelo.
-Yo esto lo solucionaba muy pronto. Está claro que hay rojos y azules. Hay dos Españas. Unos que son  de izquierdas y otros que son de derechas. Y como no pueden vivir juntos porque se pelean, pues yo cogería el mapa de España y trazaría una raya por la mitad. Y diría, a ver, los de izquierdas, los rojos, aquí, todos juntos, nombrad un presidente de la República y a vivir. Y a la otra parte, los fascistas, y junto con ellos, todos los de derechas. Así bien separados, sin que se mezclen. Así no habría problemas. Porque si se juntan, ya ves lo que pasa.

Visita al instituto



Como todos los años por estas fechas, los alumnos y alumnas de sexto de primaria del colegio de mi mujer van de visita al instituto.
El año que viene tienen que cambiar de centro. Dejan la escuela donde han estado desde los cuatro años y se van a un sitio desconocido para ellos.
El instituto se presenta a los ojos de los candorosos pipiolos como un ignoto monstruo de torvas intenciones. Un lugar donde los peligros acechan por todas partes. Un lugar lleno de profesores de serio semblante y frío ademán. Hay alumnos mucho mayores que ellos que van y vienen por los pasillos con sobrada solvencia y porte resuelto. Los alumnos de mi mujer y su compañera van todos agrupados como un rebañito que se junta más según se van adentrando por las galerías del instituto.
Les ha recibido el jefe de estudios, que muy amable y solícito les ha ido mostrando y explicando las distintas dependencias del centro docente. Los alumnos se sienten seguros en tanto en cuanto no se separen del grupo. Y no se separan.
El jefe de estudios les conduce hasta la sala de actos. Allí les proyecta un pequeño documental donde se ve lo que es la vida del instituto. Los escolares miran con los ojos bien abiertos aquellas costumbres tan diferentes de los alumnos que cursan enseñanza secundaria. Pronto ellos formarán parte de este grupo. Y la verdad es que es todo un reto para ellos. En el fondo les gusta este reto.
Una vez terminado el documental toma la palabra el jefe de estudios. Y las palabras con las que lo hace son lapidarias:
- Para empezar quiero que tengáis muy en cuenta esto que os voy a decir: El cariño y la ternura que os han dado vuestras profesoras en estos dos últimos años –señalaba a mi mujer y a Pepa, su compañera de nivel-  aquí no los vais a tener. Esto quiero que lo tengáis bien claro.

 Bueno. Yo creo, que llegado este punto es momento de pensar. De pensar y de comentar. ¿Creéis que el jefe de estudios estaba en lo cierto? ¿Qué opináis?

El lazo azul



Este sábado nos hemos venido al apartamento de Benicàssim a pasar el verano. Los que me conocéis ya sabéis de esa costumbre que tenemos muchos castellonenses de tener dos casas. Una, para el invierno, en Castellón. Y otra, el apartamento, en Benicàssim; a escasos trece kilómetros de Castellón, para el verano. No entraré en disquisiciones sobre la conveniencia, o no, de tener dos inmuebles tan cercanos. Esto ya lo expliqué en otro post. Se trata, en resumidas cuentas, de una ancestral costumbre “castellonera” que se remonta a tiempos decimonónicos. Lo que pasa es que antes eran alquerías y hoy son apartamentos.
Pues bueno, el caso es que cuando hemos llegado, me he dispuesto a colgar unas prendas de vestir en la percha que tenemos detrás de la puerta del dormitorio, y entonces me he dado cuenta. La percha estaba vacía. ¡No! Había un alargado lazo azul colgando en la despejada percha. Un lazo azul casi imperceptible. Pero me llamó la atención. Lo miré detenidamente. Lo toqué. Su textura me recordó al lazo rojo que hay en mi casa de Castellón. Ya sabéis, el lazo rojo que hay por la parte de dentro de la puerta que da acceso al baño y que un día fue motivo de un post.
Me quedé pensando. ¿Desde cuándo estaba eso allí? Se lo preguntaría a Sole (mi mujer) seguro que eso eran cosas suyas. O a lo mejor no se lo preguntaría. Me quedaría con la duda, la dulce duda de no saber algo que me es próximo y a la vez me es ajeno. Tal vez ese lazo azul estuviera allí desde hace casi treinta años. No me extrañaría. Y hoy me he dado cuenta. Me propuse, igual que hice con el lazo rojo, obviarlo. Pero una duda, una duda trivial, una duda casi festiva me invadía. ¿Qué pintaba aquel lazo azul allí? ¿por qué estaba allí? Y otra cosa, ¿desde cuándo estaba allí? No me decidía a preguntárselo. No por miedo, sino por precaución nostálgica. No quería romper la magia.
Pero al fin pudo más la curiosidad, y me decidí a preguntarle a mi mujer por qué estaba aquel lazo azul allí. Me dijo: “¿Te acuerdas del lazo rojo…? Pues lo mismo… Y no preguntes más…” Me dijo mi mujer con una sonrisa casi diría que pícara, o lasciva… que culminó con un beso rápido y sensual…

Incipiente machismo



Son las tres de la tarde de un sábado de mayo. Hace buen tiempo. Casi diría que hasta hace calor. Acabo de fregar los platos y salgo de la cocina. Voy a acostarme un ratito. Es la hora de la siesta. La feliz hora de la siesta. La sala de estar está vacía. La puerta de la terraza está abierta. Voy hasta allí. Mi mujer está sentada en la terraza al amparo de la sombra que a estas horas inunda el balcón. Está escribiendo algo. ¡No! Está corrigiendo exámenes. Me acerco hasta ella. Y en este momento suelta una carcajada a medio camino entre la alegría y la rabia. Antes de preguntarle por el motivo de esta carcajada ella me lo dice:
- ¡Es increíble…! ¡Tan pequeñitos, y tan machistas!
Sole (mi mujer) es maestra de niños y niñas de sexto curso de primaria. Las edades oscilan entre los once y doce años. Es el examen de Lengua Castellana.
-Mira que me ha puesto este:
“Escribe una oración de cada tipo:
Exclamativa: ¡Toma, he marcado un gol!
Dubitativa: Tal vez, no vaya al partido
Imperativa: ¡María, abre el frigorífico y tráeme una cerveza!


El río



Estoy paseando solo por la ciudad. Camino junto a un río. La corriente es turbia y veloz. Me da miedo. Siempre me han dado miedo los ríos impetuosos. Me paro y lo miro. El agua del río es casi sólida de tan opaca como es. El río fluye con presteza y desenvoltura bajo el puente desde donde yo estoy mirándolo. Me quedo pensando. Si cayera al río, me ahogaría. Me ahogaría de miedo. Porque yo sé nadar, pero las entrañas del río me atenazarían las extremidades y la corriente enturbiaría mis intenciones… Me da miedo el río. Lo miro y veo el agua gris con tonalidades ocre. La suciedad del agua me agobia. Quiero tirar una piedra por ver cómo se hunde. Cojo una piedra del suelo y la lanzo. El río la engulle con  terrorífica gula. No se ve ni se adivina el suelo del río. Será profundo… seguro. La piedra habrá ido a perderse entre el fango pegajoso del lecho fluvial. Nadie sabrá nunca más de ella.
Me voy. Me he cansado de ver este monstruoso río.
Al cabo de un par de horas vuelvo al río. Siempre se vuelve al río. Siempre se vuelve a todas partes.
Me acomodo en la barandilla que hay al borde del río y me sorprendo, casi me río de mí mismo. Hay una niña de unos siete u ocho añitos que está cruzando el río, el abominable río, con una tranquilidad pasmosa. Ya está por el medio del cauce. El agua le llega a las rodillas. Ella sigue con una sonrisa en la boca ajena al peligro que yo adiviné antes. El río acaricia sus piernas y ella anda con firmeza a través de la corriente del río. Hasta que llega a la otra orilla…
…Y entonces yo me despierto.

Esto lo soñé el miércoles pasado. Me acuerdo perfectamente del sueño porque el despertador sonó con los últimos acordes del sueño. Yo no creo mucho, o casi nada, en eso de la interpretación de los sueños. Pero algún sentido tendrá esto, digo yo. ¿Qué opináis?

Una anciana de cincuenta años



Pérez Galdós dejó escrito en una de sus novelas “…se me acercó una anciana de cincuenta años…”
Leer esto un siglo después de haberse escrito suena raro. Pero quiero pensar que en su momento sería algo normal. ¡Ancianos de cincuenta años….!
Y sí, así es. De un siglo a esta parte la esperanza de vida ha aumentado de manera significativa. Hoy la delgada línea que se traspasa para entrar en el grupo de los ancianos está por lo menos en setenta años. Nadie llama anciano a un trabajador que está a punto de jubilarse con sesenta y pico años. Mi padre, con setenta cumplidos, me confesaba que se sentía casi ofendido cuando alguien le llamaba anciano.
Lo que ha pasado es que la gente (hablo de España) de hoy en día ha alargado mucho sus etapas de la vida. Se alarga la infancia, la adolescencia, la adultez, la senectud. Antes había niños de diez años que trabajaban de sol a sol. Hoy un niño de esta edad solo sabe de juegos. Se casaban pronto, y pronto tenían hijos. Hoy cada vez se retrasa más el momento tanto del casamiento como el de su primer hijo. Todo se dilata, hasta la hora de nuestra ancianidad. Pero valga esta cita con que se iniciaba el post como referente para valorar el proceso de la vejez. Y el de la muerte. Caminamos hacia un mundo donde se ha puesto la diana alta. Se quiere alargar el momento de la muerte. Y con ello, prolongar los días fértiles y poderosos de la juventud. La piedra filosofal de la juventud…. Dentro de nada, vivir cien años será casi una obligación. Mal hará aquel o aquella que no haya puesto su cuerpo a punto para ser centenario. Incluso, será motivo de crítica por dejadez, aquel o aquella que confiese su edad por sus arrugas faciales. Hoy estamos en camino de vencer a la vejez. A la muerte, aún no. Pero todo se andará…

El extraño caso de los dobles



Andaba paseando por el centro de Castellón cuando me encontré con un viejo amigo. Nos saludamos efusivamente y de pronto me preguntó entre sorprendido y confuso:
-No sabía yo que eras aficionado a patinar… la verdad es que no lo haces nada mal…
Yo le corté:
-Pero ¡qué dices… si yo en mi vida me he puesto unos patines… ¡
Se me quedó mirando con perplejidad como no sabiendo qué decir…
-Pero si te vi el miércoles por la tarde patinando por el paseo marítimo de Benicàssim, te saludé, y tú me devolviste el saludo…
No sé quién de los dos estaba más extrañado.
-Mira, justo el miércoles por la tarde no salí de casa porque tenía muchas cosas que hacer, ya sabes, corregir exámenes y preparar clases… o sea que, querido amigo, te confundiste de todas, todas… y si te devolvió el saludo, sería por compromiso.
-Que no, que no, que eras tú, joder, que te conozco de hace mucho y no me puedo equivocar en eso.
-Pues ya ves. El miércoles no fui a patinar. Además, yo no sé patinar. Ya me explicarás…
Mi amigo se puso muy serio y dio el tema por zanjado; aunque sé yo que no estaba convencido ni poco ni mucho de lo que yo le había dicho. Nos dimos un abrazo cargado de escepticismo y nos despedimos.
Yo me quedé pensativo, pero tranquilo. Estaba seguro que mi amigo se había confundido. La verdad es que siempre ha sido un despistado…
Pero lo peor ocurrió cuando llegué a casa.
Mi mujer me recibió con una cara larga y un gesto raro. Y de sopetón me espetó:
-¿Quién era esa chica con la que ibas esta mañana a eso de las doce por delante de la escuela?
-¿¿¿Qué??? Pero si a esa hora yo estaba dando clase a los de segundo C. Hasta las doce y media no acabo. Y luego tengo el camino de vuelta. A la una llegaba a casa. ¿Qué estás diciendo…?
-Pues yo te vi- me respondió lacónica mi mujer.
Me quedé callado sin palabras para contestarle.
-Lo raro es que llevabas unos pantalones y una camisa que no sé de dónde los has sacado…
La conversación acabó tan de improviso como había empezado, porque yo no tenía argumentos para negar nada, ni ella para rebatir mis coartadas. Además le conté lo de los patines… y nos quedamos los dos muy pensativos.


Pasaron unos días y le conté la experiencia a un compañero que además de psicólogo tiene conocimientos de parasipscología. Y enseguida, sin dudar, dio su veredicto: No eras tú, era tu doble.
-¿Qué…? ¿Mi doble…?


¿No os ha pasado nunca algo parecido a eso? ¿Existen los dobles?



I need you



Estoy escuchando una canción preciosa. Es una de mis favoritas. Se titula “I need you” de “América”. Su música es maravillosa. Simple, sensual, armoniosa, suavemente rítmica. Los cantantes modulan ingeniosamente sus voces y parece que están acariciando la melodía. Son voces delicadas. Aterciopeladas. Sedosas. No hay ni un solo grito, todo es sutil y dulce. El piano primero y luego las guitarras acompañan a las voces con un tañido machacón, envolvente, definitivo. El pausado y rítmico rasgueo de las guitarras cimienta el cálido color de las voces del trío.  La canción se ha convertido en un monumento al sosiego, a la calma, a la placidez. Son momentos para soñar. Y sueño.
No entiendo el inglés. Por lo tanto no sé qué dice la canción. Sé que el título significa “te necesito”. Pero ya no sé más. Y entonces es cuando paso a imaginar qué dirá la canción. Seguro que contará cosas preciosas. Trato de desentrañar los extraños vocablos que recitan los cantantes y entonces surgen en mi mente hermosas frases sin palabras que alegran mis sentimientos.
-¿Quieres que te la traduzca?
-¡No…! Se rompería el encanto. Los versos cobrarían sentido real. Las palabras serían materiales, mundanas. Se perdería la senda somnolienta por donde transito cuando oigo las misteriosas frases hechas con mágicas palabras que yo no entiendo pero sí que intuyo. No, no quiero que nadie me traduzca la canción.
¡Divinas palabras!

¿Monarquía o República? ¿Tal vez referéndum?


Después de los últimos acontecimientos protagonizados por nuestro rey (os aconsejo que leáis el interesantísimo post publicado por Joselu) ha saltado a la opinión pública el viejo debate sobre Monarquía o República. Todo el mundo tiene su opinión, pero opción no puede haber más que una. Opiniones las hay para todos los gustos, pero yo quiero centrarme en la dicotomía Monarquía-República.
Ni siquiera este post va encaminado a posicionarme en un sentido u otro. La intención es otra. Cayo Lara ha hecho públicas unas afirmaciones en el sentido de que lo que hay que hacer no es pedir perdón, sino convocar un referéndum sobre la Monarquía o la República al pueblo español. Al hilo de estas manifestaciones no ha faltado quien ha dicho que este partido lo ganan los monárquicos por goleada. No hay más que mirar el espectro ideológico de nuestro Parlamento. Solo una minoría son republicanos. Los del PP todos son monárquicos, y en el PSOE un importante número la ven con buenos ojos. Unicamente Izquierda Unida y algunos grupos minoritarios son abiertamente republicanos. O sea, que los republicanos tienen las de perder en el referéndum.
Pero yo no lo tengo tan claro. Y ahí es donde quiero que nos centremos. Ahí es donde me gustaría que os pronunciaseis. ¿Qué pensáis? Si hubiera un referéndum, ¿se reflejaría lo escrutado en las urnas en las elecciones generales, o no...?
Yo quiero añadir que hay un importantísimo número de abstencionistas (pensemos en el movimiento del 15-m) que no creen en este juego democrático, pero que estoy seguro que sí que abogarían por otro impulsado por una República. Y también quiero anotar aquí la importante abstención juvenil, que no se siente identificada con este modelo y quiero otro (qué quieren exactamente ya es otro tema...) pero que piensa que el cambio tiene que empezar por suprimir la Monarquía.
Total, que yo, desde aquí, doy mi opinión. Si hoy hubiera un referéndum sobre Monarquía o República, ganaría la República. Por poco margen, pero ganaría. ¿Y, vosotros y vosotras, qué pensáis? 

Han despedido a un trabajador



Hace poco más de un  año publiqué esta entrada. Hace unos días me enteré que aquel mecánico que venía siempre el primero, y al que nadie decía nada, ya no trabaja en el taller. Mi mujer me acaba de decir que le han despedido. Se lo ha contado Mari, la verdulera. No sé los motivos. Mari le ha contado a mi mujer que cuando la huelga del 29 de marzo él fue el único que la hizo. Los demás vinieron a trabajar. ¡No es posible que sea por ello! Me niego a pensar semejante despropósito o abuso de autoridad. Le habrán despedido por otras causas. Tampoco quiero pensar que la espoleta que ha hecho saltar esta decisión haya sido la nula o mala relación personal de la plantilla con este trabajador (que para más señas, es rumano). No, no quiero pensar en temas personales. Y sí quiero pensar (aunque me cuesta, la verdad) en motivos puramente económicos. Pero me extraña porque el taller va viento en popa. Los coches se agolpan en el taller. Hay faena a punta pala. Y aquel trabajador desempeñaba bien su función. ¿Ahora quién hará lo que él hacía?. Porque aunque no lo he dicho, es obvio que no han contratado a nadie más. Ahora tendrán que trabajar lo mismo, pero con un trabajador menos. ¿Es eso producto de la reciente aprobada ley de la Reforma Laboral....? No sé, pero a mí me da que algo indeseable está pasando aquí.

Cosas que pasaban en la Guerra Civil Española


Creo que García Berlanga, en su genial película "La Vaquilla", fue quien más acertadamente nos acercó, esta vez en clave de humor, a la intrahistoria de nuestra feroz Guerra Civil. Pero claro, aquello que se ve en el film no es más que producto de la fértil y jugosa imaginación del guionista. Aunque no deja de ser una auténtica sátira de la relidad, no se trata de hechos reales. Pero lo que os voy a contar a continuación, que perfectamente podría haber estado integrado en una escena de dicha película, sí que pasó de verdad. Y además me tocó de cerca, porque fue un tío mío quien lo vivió, y quien me lo contó.
Mi tío "Moreno" apenas tenía veinte años cuando fue llamado a filas. A la guerra. El, que no sabía más que pescar, que nada sabía de política, y que nunca en su vida había tenido un arma de fuego entre sus manos, ahora era llamado a empuñar un fusil y pegar tiros para matar a fascistas. Porque dicho sea de paso, él, que repito, nada sabía de política, había resultado que era rojo. Porque, como ya sabéis, Castellón se mantuvo fiel a la República tras el golpe militar.
Pues eso, que se marchó al frente. Y tuvo la desgracia de que en una escaramuza militar fue hecho preso.
Estaba en manos de los fascistas. Fue encerrado en una prisión militar y allí quedó junto a otros presos sin noticias de ninguna clase.
Al cabo de una semana, apareció un sargento en su celda; les conminó con ronca e imperiosa voz a que salieran de la celda y le siguieran. A empujones fueron llevados hasta una formación donde había hasta una cincuentena de presos, y allí se incorporó en posición de firmes.
Al cabo de una media hora el sargento de antes anunció a voz en grito la presencia del comandante. Todos los que había allí se cuadraron. Se hizo un silencio atroz que hacía que se oyeran las entrecortadas respiraciones de los allí presentes y el taconeo del comandante acercándose a la formación de presos. Serio el semblante, altiva la mirada, el comandante pasó revista a los allí recluídos sin decir esta boca es mía.
Mi tío "Moreno" me confesó que tenía mucho miedo porque en Castellón, nada más empezar la guerra, hubo una mascacre de guardias civiles, que fueron fusilados allí en el puerto de Castellón tras estar presos en el barco "Baleares", que estaba amarrado al muelle del puerto de Castellón. Mi tío temía si aquel feroz comandante buscara a alguien que tuviera algo que ver con aquello. Y aunque él nada tuvo que ver, existía la posibilidad de que fuera interrogado por aquellos lamentables hechos. Y la verdad es que él no sabía nada. Solo sabía lo que la gente del Grao de Castellón contaba por la calle.
Pues bien, aquel comandante estuvo a punto de hacer que mi tío se desmayara del susto cuando de pronto, el comandante, impostando la voz, espetó:
-¿Hay algún valenciano entre los presentes? ¡Si hay algún valenciano, que dé un paso al frente!
Mi tío creyó que había llegado su hora. Ya está, pensó, ahora me involucrarán en aquello del "Baleares" y me fusilarán. Porque estas cosas pasaban, la verdad. Estuvo a punto de quedarse en su sitio. Ahora fue el sargento quien con furia a preguntar:
-¿Qué no habéis oído...? ¡¡Si hay algún valenciano, que dé un paso al frente!!
Y entonces se decidió. Y dio un paso al frente. El silencio era sepulcral. Los ojos de los demás reclusos miraban de reojo al pobre soldado que se había ofrecido a los planes de aquel comandante fascista. Muchos temieron por vida del "Moreno". Mi tío también.
Entonces, el comandante se le quedó mirando y su gesto cambió poco a poco tornándose más bonancible. En tanto le decía:
-O sea que tú eres valenciano...
-Sí, mi comandante, de Castellón de la Plana.
-Pues entonces sabrás hacer una paella... hala acompaña al cocinero y ponte a hacernos la paella. A ver si para las dos ya está lista...

La goma de borrar



Cogió un papel y un lápiz y se puso a escribir. No escribía nada en concreto. Solamente dibujaba palabras torpes y sin sentido. Según las iba trazando las iba mirando de reojo sin intención de leerlas. Y ni siquiera le producía una sonrisa en su rostro aquel desbarajuste lingüístico. Las grafías inundaban el blanco papel hasta llenarlo de numerosos garabatos sin vocación de palabras. Pero ella seguía con ardor en su alocada tarea. Ya casi iba por la mitad del folio. Y entonces se paró y miró lo que había escrito. Sí, ahora era el momento. Miró sin leerlas las palabras escritas a lápiz con una delectación difícil de explicar. Y entonces sacó la goma de borrar.
Y empezó a borrar con fuerza todo aquello que acababa de escribir. Su mano adquiría un rítmico y armonioso moviento izquierda-derecha que eliminaba los vocablos uno a uno mientras dejaba un rastro de hilillos grisáceos sobre la cuartilla. Y a todo esto había surgido un olor a goma de borrar intenso y evocador. Y ella olía y olía mientras aplicaba la goma al folio. Era eso lo que ella buscaba, y no otra cosa. Captar las esencias olorosas que exhalaba la goma al eliminar las palabras. Y mientras esto sucedia, entornaba los ojos y alimentaba su mente con frenéticos y acogedores recuerdos de su infancia... de cuando su edad se medía con un solo dígito. Y seguía borrando y borrando... y entonces vio el lápiz sobre la mesa. Y pensó:
-Otro día le sacaré punta al lapicero....

Amor anónimo



Era un jueves a primera hora de la mañana. Un jueves anónimo. Un jueves sin ninguna brillantez. Un jueves que estaba aquí estorbando, justo en el medio de la semana. Un jueves que se le presentaba largo y duro a Luís, profesor del instituto, que a estas horas iniciaba la jornada.
La primera hora ya estaba casi terminando cuando un alumno le pidió a Luís que le diera permiso para bajar a hacer unas fotocopias. Luís se lo concedió sin ningún problema.
Al cabo de unos minutos volvió a clase el alumno que había salido a hacer fotocopias. Venía con una carta en la mano. Se la entregó a Luís.
-Estaba en el suelo, junto a la puerta.
Luís la cogió y la miró. Con grandes letras rojas ponía su nombre. No ponía remite. Luís no tuvo más remedio que abrirla. El resto de la clase miraba expectante.
Aquello era una declaración de amor en toda regla. Alguien, un niña de trece o catorce años, le confesaba su amor. Le explicaba que hacía dos años que estaba en el instituto, y que desde que le había tenido como profesor había descubierto el amor. También decía que aquel amor era secreto, que nadie sabía nada de ello, que a nadie se lo había dicho, pero que quería que Luís lo supiera. No dejaba claro si este año aún lo tenía como profesor o ya no. La carta terminaba con un dibujo de un gran corazón donde ponía: "Para que te des cuenta de mi verdadero amor por ti." Y una firma: "Anónima"
Al profesor casi se le subieron los colores al leerla. Los alumnos le preguntaron:
-¿Qué pone la carta?
-Nada, nada importante... - y guardándola, siguió la clase.
Nadie supo nada de este hecho... hasta hoy.