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La diversidad funcional en el cine español


Son las siete de la mañana. Llaman a la puerta de la casa de mi hija Marta. Es Reyes. Mi hija la estaba esperando a estas tempranas horas porque tenía que hacerle el pelo y maquillarla. Reyes es esteticienne. Y es la mejor amiga de mi hija.
Y es que hoy, 12 de junio de 2015, mi hija lee la tesis doctoral a las diez y media de la mañana.
Mi mujer y yo, que estamos en el apartamento de Benicàssim, hemos quedado con ellas a las nueve. Pasamos a por los abuelos y nos vamos a Castellón, a casa de Marta.
Cuando llegamos, ya nos están esperando. La perrita “Lluna” nos mira con cara de pocos amigos. Sabe que nos vamos a ir todos y la vamos a dejar sola. Ella también hubiera querido ir a la lectura de la tesis de su dueña, pero… se queda mirándonos con carita tristona desde la terraza del piso de mi hija mientras nosotros subimos a los coches y nos vamos camino de la UJI (Universitat Jaume I).
Llegamos con tiempo de sobra. En el hall está sentada en un banco Rosalía Torrent, directora de la tesis junto a su marido Joan Manuel Marín que también es director de la tesis de Marta. Subimos al salón donde se va celebrar la lectura. Es un salón de pequeño tamaño, cómodo, confortable y funcional. Calculo que con capacidad para medio centenar de personas.
Probamos la parte técnica. Luces, micrófonos, ordenador, power point. Todo perfecto.
Ahora solo hay que esperar a que se hagan las diez y media.
Poco a poco va llegando la gente. La mayoría son conocidos y amigos de Marta, a parte de algunos familiares.
Nos vamos acomodando en nuestros asientos.
Entran los miembros del tribunal, Ana María Collado de la Universidad de Castilla-La Mancha, Anacleto Ferrer de la Universidad de Valencia. Y ya por último el presidente del tribunal, Wenceslao Rambla, de la UJI.
Ya estamos todos.
La puerta se cierra.
Se hace un sepulcral silencio.
Marta está tensa mirando al tribunal, esperando que le den la palabra.
Pasa un minuto largo, larguísimo, sin que nadie diga nada.
Por fin, Wenceslao, traje azul marino, corbata rosa, rompe el hielo y le da la palabra a la doctoranda Marta Senent.
Marta empieza su alocución evidentemente nerviosa. Yo la conozco y sé que esto le dura poco más de sesenta segundos. Y así pasa. Poco a poco se tranquiliza y su gesto se relaja y sus palabras adquieren peso y solvencia hasta alcanzar un ritmo rápido, ágil y relajado. Y es que mi hija está muy acostumbrada a estas intervenciones en público. Pero claro, hoy es diferente.



A mi derecha tengo a mi sobrino José Manuel Marín Ramos, que es doctor en química, y no para de decirme al oído que lo está haciendo muy bien, que qué bien se expresa. Yo asiento con delectación sin apartar mi mirada de Marta, que sigue a lo suyo, apoyando sus palabras en amenas diapositivas ilustradas convenientemente con fotogramas de películas y algún que otro preciso y aclarador gráfico.
Han pasado treinta y cinco minutos. Era el tiempo pactado de exposición. Y Marta lo ha clavado. Aplauso espontáneo del público al acabar la exposición. Satisfacción en el rostro de Marta. Ella sabe que lo ha hecho de maravilla. Yo miro las caras del tribunal y advierto buenas sensaciones.
Ahora llega la hora de las preguntas (el fatídico momento de las preguntas que  tanto inquietaban a mi hija). En sus intervenciones, Ana María, Anacleto y Wenceslao se deshacen en elogios. Y formulan preguntas amables que Marta contesta con eficacia y solvencia.
Llega el momento de la deliberación.
Salimos todos fuera, menos los miembros del tribunal.
Pasan diez o quince minutos. La puerta se abre. Ya tienen el veredicto.
Entramos todos y nos quedamos en pie.
Wenceslao lee la valoración. La Tesis defendida por Marta Senent Ramos titulada “La diversidad funcional en el cine español” merece Sobresaliente. Pero, Wenceslao nos advierte que hay aún tres sobres más que se han de leer. Abre el primero. Cum laude. Abre el segundo. Cum laude. Abre el tercero. Cum laude.

Lágrimas de alegría.


                                     Un servidor con mi hija Marta

Solidaridad


Esta semana pasada hemos dedicado las clases a hacer el último examen. Es un examen de tres temas. Un examen que abarca tres sesiones. O sea, toda la semana.
En realidad son dos exámenes.
Uno de 25 preguntas (cortas y concisas) que he formulado yo. Y otro, de 50 preguntas de la misma naturaleza, que han propuesto mis alumnos y alumnas de 1º y 2º de ESO. Para ello les hice formular a cada uno 10 preguntas con sus correspondientes respuestas. El viernes las recogí. Si multiplicamos 10 preguntas por 150 alumnos, sabremos cuantas preguntas había que tener en cuenta. Y digo esto porque de ahí tuve que seleccionar las 50 preguntas más idóneas. A cada alumno que le elegí una pregunta le puse un positivo.
Pues bien, todas las cuestiones estaban sacadas del libro y de la libreta (apuntes que yo les expliqué y que no están en el libro). Un ejemplo de estas preguntas podría ser “¿Qué enfermedad padecía Carlos II El Hechizado?” o “¿Cómo le llamaban al hijo que tuvo Cleopatra con Julio César?”. O “De dónde viene la expresión castellana a buenas horas, mangas verdes?” Aquí puedo evaluar varias cosas. Y una de ellas es la capacidad de organización mental del alumno. Porque han de saber donde tienen que acudir para elaborar cada respuesta, amén de que también es buen momento para comprobar si la libreta está completa, o no. Pero como los datos son numerosos, en este examen está permitido tener a mano el libro y los apuntes. Aquí veré quién es capaz de ordenar sus conocimientos y alimentarlos con información que ellos han buscado en el sitio adecuado. Es decir, que es una prueba, no memorística, sino todo lo contrario.
Total, que el lunes pasado empezamos con los ejercicios o exámenes.
A unos les di las 25 preguntas mías y a otros las 50 elegidas por ellos. Terminadas unas, les repartiría las otras.
En un principio, expectación y muestras de alegría entre el alumnado al ver que se había escogido una pregunta de las suyas, después, concentración a tope.
Las hojas de la libreta volaban literalmente. Los libros se abrían y se cerraban. Caras de contradicción. Caras de satisfacción. Tensión. Labios apretados. ¡Esta pregunta no está en el libro! ¡Esto no está en la libreta…!
Pasa la hora de clase y los alumnos se aferran a su examen.
Tranquilos, mañana continuamos. Y el otro, también.
Me dan los exámenes inacabados.
Al día siguiente continuamos.
El ambiente empieza a relajarse.
Hay quien me pide alguna pista por alguna pregunta. Se la doy. “Página 224, donde habla de la sociedad…”
Poco a poco aumenta el deseo de perfeccionar sus respuestas. Acuden a mí. Yo no niego la ayuda. Y es más, a veces, me es más fácil remitirles a algún compañero que ha tenido la misma duda. El compañero es tan eficaz, o más, que yo.
Según pasa el tiempo, veo que hay alumnos que se levantan. Van a consultar con sus compañeros. Miro y no digo nada. Escucho conversaciones muy interesantes. “Oye, ¿tú tienes en la libreta lo que dijo Marco Poncio Catón…?” “¿Cuantos años tenía Julio César cuando le asesinaron?” “¿En qué página está lo de las características de la monarquía absolutista?"...
Yo les dejo hacer. Y no lo digo a nadie, pero estoy disfrutando como un enano en un campo de setas.
Todos, absolutamente todos, trabajando y ayudándose unos a otros.
La solidaridad es patente. Nadie niega nada a nadie. Ni siquiera yo. Yo también contribuyo al general estado de colaboración.
Ya por fin llega el viernes. Hay que entregar ya los ejercicios. Todos los han terminado, y por lo que he estado viendo, de forma satisfactoria.
Pablo, un alumno de primero de la ESO es de los últimos en acabar. Termina ya sonando la música que indica el cambio de clase. Se levanta y cuando está a mitad del pasillo, enarbola su examen completamente alegre y relajado y me dice:
-Miguel, este examen que hemos hecho ha sido el mejor de todos. Le podríamos llamar “El examen de la solidaridad”.
Le cojo el examen y le sonrío pleno de alborozo.

Y es que en esta profesión nunca se termina de aprender…

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