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Donde se trata del cabal coloquio que Sancho tuvo con su señor don Quijote y la simple forma en que éste concluyó



Cuenta esta verdadera historia que andaban don Quijote y su fiel escudero Sancho Panza por unas lomas que había no lejos de la venta donde habían felizmente y sin sobresaltos pasado la noche, y buscando un poco de sombra fresca, acertaron a entrar en un bosquecillo lleno de pinos armoniosamente jóvenes que allí crecían sin prisas, y quiso el cielo que nuestro caballero andante topara con un periódico viejo que por ventura quedó olvidado por algún excursionista y que, maltrecho por las naturales inclemencias del tiempo, yacía medio escondido entre los hierbajos.
Como sea que tan prosaico encuentro llamase la atención de don Quijote, mandó parar al aburrido Rocinante en su cansino caminar al punto que exclamaba:
-¿Qué es esto que con tanto disimulo se agazapa en el suelo que no parece sino que haya sido dispuesto por algún encantador de aquellos que me persiguen sin descanso ni demora, para que de mi voluntad sea recogido y averiguado su esencia, que sin duda alguna no será limpia y diáfana, sino turbia y difusa como corresponde a los manejos de estos encantadores?
-No parece -respondió Sancho Panza despreocupado- que haya tal cosa, sino que lo que aquí yo veo es un simple periódico que alguien tiró en la húmeda tierra de este feraz bosque. Y haría mal en cogerlo, porque, a pesar de que, como bien sabe mi señor, no sé leer, sé por boca del cura y del estudiante, de los desvaríos y atrocidades que cuentan estos papeles escritos con negra tinta.
Mientras Sancho Panza refería estas razones a don Quijote, éste, desoyéndolo, alargó su lanza hacia lo que él tenía por misterioso asunto y, ensartando el viejo periódico en la punta de la lanza, ya lo traía hacia sí.
-Mira, Sancho hermano -replicó don Quijote echando la mirada al arrugado y mohoso periódico- aquí hay impresa información de todo el orbe. Acaecimientos de lares que nosotros, humildes caballeros andantes, ni si siquiera alcanzamos a sospechar que existan. Pero es posible, Sancho, que en este mugriento papiro que yo he rescatado de la inopia, tal vez hallemos noticias de la sin par Dulcinea del Toboso, o de la recóndita Cueva de Montesinos, o de la suerte que corrieron aquellos gigantes que tomando forma de molinos de viento quisieron confundirme, o quizá hablen de las bienandanzas de Ana de Chiloé a quien, has de saber mi buen Sancho, tanto debemos tú y yo.
Calló Sancho confuso y admirado a un tiempo en oyendo a su señor, por no saber qué parte tomar en este nuevo y no esperado negocio. Y, bajando sin presteza de su jumento y con mucha resignación de su persona, esperó a que don Quijote tomase la palabra mientras se sentaba bajo la sombra amable de un pino y dejaba a su jumento que se alejase calmosamente unos pasos más allá.
Descabalgó a esta sazón don Quijote de Rocinante y fue a tomar asiento junto a Sancho Panza. Don Quijote, ceremonioso como por fuerza tenían que ser negocios de semejante calaña, enarboló el sucio periódico en una mano, al punto que decía estas palabras a su fiel escudero:
-Empezaremos, Sancho, por leer los titulares, que es de justo juicio que han de ser más suculentos y principales que el resto.
Dicho esto se hizo el silencio. Don Quijote sacó unas gafas que no ha mucho un óptico de la ciudad de Trujillo habíale confeccionado, que venían a subsanar con regular éxito su cansada vista de persona que frisaba la madurez de la vida, y, entornando la vista, comenzó a leer con voz firme e impostada:
-Varios millares de personas se manifestaron ayer reclamando reformas democráticas para su país.
No hizo más que leer lo que de esta guisa bien cierto es que había escrito en el periódico, cuando Sancho Panza interrumpió a su amo:
- Bien empezamos. Ya no entiendo yo nada de lo que vuesa merced está leyendo. Ni sé qué significa que las personas se manifiesten, ni tampoco, a fe mía, pudiera dar noticia de qué quiere decir la palabreja que le seguía. Mal haré si sigo oyendo lo que está dicho con semejantes vocablos, que no aclaran el entendimiento de las personas poco versadas en letras, sino que lo aturrullan y entorpecen. Y añado que no se hizo la miel para la boca del asno.
-Ahora digo- dijo don Quijote- que aquel que se muestra falto de la necesaria ilustración y cuidado en los asuntos tocantes a la escritura y la lectura, será bien que escuche y atienda a quien por su condición de caballero andante sí que es poseedor de la suficiente instrucción y enseñanza en los mencionados temas. Así que, mi buen escudero, has de guardar silencio y mucho celo en los motivos que voy a detallar.
-Comience pues explicando a qué viene empezar la lectura con semejantes términos y si son éstos, ni que fuera una pizca, tocantes a nuestros menesteres de caballeros andantes.
-Es claro que lo son. -sentenció don Quijote- Has de saber Sancho amigo, que no hay lugar en este mundo para aquel que no sepa manifestar como bien dice el referido periódico sus ideas, por muy vagas y anodinas que éstas sean. Manifestar su opinión o sus pensamientos es tarea y ejercicio muy propio y aun diría que necesario, del buen caballero andante. Por estas causas es muy bien y muy a propósito que la gente se junte en la calle y clame al cielo por sus razones. Aunque a quien van dirigidas estas proclamas, es de verdad que no es al cielo, sino al gobierno las más de las veces.
-Pues ahora aún entiendo menos -respondió Sancho- por qué habrán de arremolinarse las gentes para pregonar sus desvelos. Si mi señor se manifiesta todos los días ensalzando su amor por mi señora Dulcinea del Toboso, lo cual es bien y es de acomodo para la catadura de un caballero andante, no sería sino fuera de juicio que centenares de caballeros andantes hubieran de agruparse y gritar al unísono sus cuidados.
-Ya veo -dijo don Quijote- que no sabes nada de las cosas de caballería. Por eso harías bien en escuchar y callar. Y siguiendo las rectas reglas de la caballería observes obediencia a tu señor y después de oír estas acertadas argumentaciones que sin duda te voy a ofrecer deduzcas las prudentes enseñanzas que por fuerza de ellas se deriven.
Dicho esto, bajó la mirada en señal de sumusión Sancho Panza y fue a ponerla en la albarda que junto a sí había quedado, y sin mediar palabra fue a sacar un pedazo de queso que en ella había. En viéndolo don Quijote, quitóse las gafas y dejó la lectura al tiempo que decía:
-Ahora que te veo en este ejercicio, me viene a la memoria que no pruebo bocado desde antes que en el día de ayer anocheciera. Y es de razón que ahora haya un descanso en mi perorata y ocupe mi tiempo en ocupaciones menos transcendentes y más mundanas, pero asimesmo necesarias. Venga Sancho, acércame un pedazo de este queso.
Así, de esta furtiva manera quedó el coloquio entre señor y escudero aquella mañana, con la sincera intención de reanudarlo en próximos posts.

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