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Los selenitas, mi abuelo y yo



Yo tenía apenas cinco añitos. Comenzaba la década de los sesenta del pasado siglo. Aún nadie sabía que aquella década acabaría convirtiéndose en la “década prodigiosa”. De momento, en casa no había tele. Ni frigorífico. Ni teléfono. La calle estaba casi vacía de coches.
Es de noche. Hace calor. Mi abuelo Francisco está sentado en una sillita que hay en el pequeño balcón que da a un paseo donde acaban de plantar palmeras y donde están instalando altísimos postes que serán farolas. Pero ahora la noche es oscura. La luna parece un fanal en lo alto del cielo ceniciento.
Mi abuelo está mirando el cielo. Un cielo repleto de estrellas. Unas estrellas que brillan con una luz sideral que nunca supe de qué color era. Pero de entre todos los cuerpos celestes, aquella noche destacaba con fuerza nuestro, en aquellos tiempos, ignoto satélite.
Mi abuelo me llama. Yo voy corriendo y me siento en sus rodillas.
-Mira la luna. Qué brillante está hoy. Es luna llena.
Yo la miro. Y me fijo en su cara. La luna está risueña.
-¿Por qué se ríe la luna abuelito?
-Porque le hacen cosquillas los selenitas.
-¿Quiénes son los selenitas?
-Unos hombres raros que viven en la luna.
-¿Y cómo han podido subir hasta allí?
-No han subido, los ha absorbido la luna. La luna, en noches como la de hoy, puede aspirar fuerte desde donde ella está y llevarse a los niños que a estas horas aún no han ido a casa. Cuando se hacen mayores, se convierten en selenitas, los habitantes de la Luna.
-Desde aquí no se pueden ver los selenitas…
-¡Claro, porque viven en la otra cara, en la cara oculta de la luna!
-¿Los selenitas son buenos o malos?
-Son buenos. Mira que se divierten haciendo reír a la luna…


Sueño mortal



Aquella noche Felipe se levantó de su cama a las cuatro y media de la mañana. Salió de la habitación y se dirigió hasta la cocina. No sintió frío. Ni le molestó la oscuridad. Con parsimonia y sin prisa buscó en un cajón hasta que encontró un cuchillo. Lo blandió con cierta agitación y se fue hasta donde dormía su hermano. La puerta estaba entreabierta. La oscuridad era total. El silencio, solo cortado por los ronquidos acompasados y metálicos de su hermano. No lo dudó. Se acercó hasta la cama y de un certero golpe con el cuchillo degolló a su hermano. No hubo gritos. Ni agonía. Murió en el acto.
Cuando sonó el despertador, Felipe se asustó al ver su ropa manchada de sangre… y temió lo peor… 

¿De usted... o de tú?



-¡Hola. Buenos días! ¿Qué os pongo?
El camarero, un chico joven, se había acercado a nuestra mesa con gesto resuelto y jovial. Apenas nos acabábamos de sentar.
-Yo quiero una cerveza.
-Yo también.
-¡Marchando, dos cervecitas!
El camarero se fue hasta la barra.
Enseguida volvió con una bandeja con las dos cervezas y una tapita.
-¡Aquí tenéis!
-Gracias.
El camarero se fue a atender a otras mesas. Mi amigo y yo, los dos superamos la cincuentena, nos quedamos hablando de nuestras cosas. Y de pronto, mi amigo me suelta:
-¿Te parece bien que los camareros te tuteen?
-¿Cómo…?- la pregunta me había cogido en fuera de juego.
-Que digo yo, que si te parece correcto que un camarero se dirija a los clientes hablándoles de tú, como ha hecho este.
-Bueno, pues si te digo la verdad, ahora que lo pienso, es verdad, nos ha tuteado desde un principio. Y no me he sentido mal. Es más, me ha gustado. Me ha hecho sentir más próximo, más familiar. Como si nos conociéramos de toda la vida…
-Lo malo es eso, que yo a este camarero es la primera vez que lo veo. Y yo soy un cliente. Y, además, tengo edad para ser su padre. Luego, no sé a qué viene esa familiaridad gratuita.
-Mira, yo tengo compañeros de clase que obligan a sus alumnos a hablarle de usted. Y es más, él habla de usted a sus alumnos. Dice que lo hace por marcar distancias y territorio. A mí no me cabe en la cabeza que yo a un alumno mío le pueda hablar de usted. Me parece algo forzado.
-De todas maneras, yo creo que lo mejor que podemos hacer, ahora que estas razones nuestras salen en la red, es que sean nuestros amigos blogueros quienes opinen. A mí me parece muy importante lo que ellos y ellos piensan.
-Me parece estupendo. Espero sus comentarios.


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