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Todos los santos. (La barbería III)





-Damián, el otro día me acordé de ti.
-¿De mí?
Damián se siente orgulloso cuando alguien le dice algo así.
-Sí, Damián, me acordé de aquella conversación que tuvimos hace unas semanas, supongo que te acordarás. Que sí de dónde venimos, que si a dónde vamos…
-Sí, sí, ya me acuerdo…
-Pues un cliente, que me decía que si alguna vez me he preguntado eso.
-Y tú le contestaste que venías del vientre de tu madre y que ibas a la caja de madera.
-Exacto.
-¿Y que te contestó el cliente?
-Ca…que eso era una razón muy simplona. Y que si uno lo piensa bien, descubrirá que hay algo más… ¡fantochadas! ¡ya sabes como pienso yo…! Pero le dejé hablar. Y me dijo que él tiene pruebas concluyentes de que hay un más allá,
-¡Toma del frasco Carrasco!
-Sí, sí, así de claro.
-¿Y te aportó las pruebas…?
Damián hablaba sin mirar a Ángel. Damián estaba, sin saber bien por qué, absorto en el proceso de su corte de pelo que miraba a través del espejo.
-Sí. Me enseñó una foto de un hombre sentado al lado de la cruz de una tumba de esas que hay en la entrada del cementerio viejo de Castellón.
-Bueno, y ¿qué tiene eso de extraño?
-Eso mismo le dije yo. Y eso que el hombre de la foto, la verdad, era un poco raro, porque iba vestido así como muy antiguo, y llevaba un sombrero negro de aquellos de antes; no sé, algo raro, ya te digo. Y además, tenía una sonrisa que me pareció inquietante. No sabría explicarlo… Total, que me dijo que aquel hombre que estaba viendo sentado junto a la cruz de piedra, no estaba allí cuando él hizo la foto.
-¿Qué me dices…?
-Espera, que la cosa no queda aquí. Al día siguiente fue al cementerio con la foto y se puso a indagar en aquella tumba. Se acercó y leyó el epitafio. Allí yacía un tal Emeterio García Granell. Que se murió con cincuenta años, creo recordar que dijo que en el año 1940. Y también había allí una pequeña foto un tanto raída. Se fijó bien en ella. Sacó la foto de su cartera. Comparó las dos fotos, y descubrió que el que salía en la foto que él hizo era la misma persona que había allí en la foto de la tumba. Hasta llevaba el mismo sombrero y todo…
Se quedaron los dos callados. Uno esperando respuesta, y el otro sin saber qué decir.
Pero Damián pensó que cuando llegan estas fechas de todos los santos, muchos creen que las ánimas se retuercen en sus tumbas. Pero no quiso decir nada.



 


La guitarra


El paseante suele salir a pasear todas las tardes que puede.
Esta tarde hace un sol cálido y acogedor. Hay un confortable calor otoñal que invita a la gente a salir a la calle.
El paseante cuando sale a pasear, busca la verde sombra de los árboles. Le encanta el suave olor ocre y crujiente de las hojas muertas. Y el sabor terroso del suelo. Y el silencio atroz de los troncos retorcidos. Y el gorjeo feliz de los pájaros invisibles. Y la dulce paz de la gente que pasea.
Al paseante le gusta observar las cosas que va dejando a su paso.
Hoy ha visto a un hombrecillo de tez morena sentado en un banco que tocaba una guitarra.
Le ha llamado la atención la soledad de aquel hombre. Un hombre de breve estatura. Tal vez de origen magrebí. No. Pudiera ser que gitanillo. El paseante no lo tiene claro. Pero le llama la atención el entusiasmo con que acaricia la guitarra y pulsa sus cuerdas. El paseante se acerca a ver cómo tañe las cuerdas aquel raro personaje.
Como quien no hace la cosa pasa a escasos metros del concertista solitario.
Las notas brotan armónicas y pausadas de los dedos del anónimo músico. Es algo de flamenco. El ritmo se rompe cuando advierte mi presencia. Se para. Levanta la vista y me mira. Hay una leve sonrisa mutua. Y el músico anónimo, sin esperar respuesta, baja la cabeza y se introduce en su mundo de cuerdas y acordes. El paseante sigue su camino satisfecho sin saber bien porqué. Pero una cosa tiene clara. Cuando vuelva a casa, escribirá un post contando esta simple anécdota.


Acerca de la maldad.


Hitchcok dijo hace tiempo que una película era buena en tanto el personaje malvado, el malo, estaba bien conseguido. Él aseguraba que ponía los cinco sentidos en el tratamiento de este personaje. Porque al fin y a la postre de este siniestro personaje dependía el éxito de la película.
Ejemplos, los hay a miles. Podría empezar por Anthoni Perkins, en “Psicosis”, Boris Karloff en “Frankenstein”,  Robert De Niro en “El cabo del miedo”, Béla Lugosi en “Drácula”, Manuel Morón en “El Bola”… La lista, como decía, es interminable.
Todo guión que no resuelva acertadamente el tema del malo de la película, está condenado al fracaso. Es más, que a nadie se le ocurra escribir un guión (ya sea para película, teatro, televisión) o una novela o cuento, donde no haya un personaje odioso, antagonista y malvado. Si este personaje no existe, la obra carece de interés para el espectador-lector.
La verdad es que eso de introducir el mal funciona. El mal motiva al espectador. El mal vende. Al mal hay que tratarlo bien…
Es más, ya fuera de la ficción, en Historia, cuando cuento algún episodio donde aparece un personaje ruin y perverso, trato de afinar la nota. El éxito está asegurado.
¿Alguien me puede decir por qué los humanos somos así?


"Lluna" y el otoño


La lluvia cae fina y parsimoniosa sobre el parque. Junto al estanque hay unos patos blancos que están de pie dejándose mojar mientras sonríen en silencio. La perrita “Lluna” los mira extrañada. No comprende la gratuita satisfacción de estas aves que los humanos tenemos por simples y estúpidas.
-¡Deja en paz a los patos. No les molestes, “Lluna”!.
-Guau, guau, guau – responde la perrita.
Caen gotitas a través de las intrincadas ramas de los árboles y mojan los pequeños charcos. Cada gotita se transforma en un perfecto redondel efímero como pocas cosas en este mundo. Las hojas de los árboles, lanceoladas, picudas, alargadas, verdes, ocres, aparecen perladas de redonditas y diminutas gotitas de lluvia. 
“Lluna” se acerca a un pato hermoso. Blanquísimo. Grandote. Es casi tan grande como ella. La perrita, sigilosa y curiosamente acerca el hocico al pato. Quiere oler no sé qué. Los perros siempre van con el olfato por delante. Y cuando está a escasamente un metro, el pato agita con fuerza sus alas. “Lluna” se asusta y emprende la huida con el rabo entre las patas. El pato ha mirado de soslayo a la perrita, creo que ha sonreído, y sigue a lo suyo, allí plantado frente al estanque pensando en sus cosas.
-¿Ves lo que te pasa, tonta, por meterte donde no te llaman…?
La perrita ni siquiera me mira. Los perros no tienen sensación del ridículo. Y se aleja del estanque donde pacen los patos; eso sí, con la cola levantada y grácil. Yo creo que ya ni se acuerda de la afrenta del ave palmípeda.
Sigue lloviendo poquito a poco. ¡Como me gusta esta lluvia amable y sosegada!
-¡“Lluna”, mira! Los peces del estanque asoman su morrito. Parece que quieren beber el agua de la lluvia.
La perrita me mira, pero no me hace caso. Ella va a lo suyo. Acaba de cumplir seis años. Es una perra adulta.
Mi hija le hizo un simpático pastel con arroz hervido recubierto de jamón York el día de su cumpleaños.
Parece que fue ayer cuando nos la trajo mi hija a casa…



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