Leyendo un artículo de Carmen Posadas titulado "palabras feas" he llegado a la conclusión de que hay algunas palabras que pueden extinguirse porque están vacías de contenido. Si no sirven, si estas palabras no significan nada, lo mejor es eliminarlas del diccionario. Por eso digo que ciertas palabras están en serio peligro de extinción. Más que nada porque como no significan nada, no se usan, y lo que no se usa, se anquilosa y muere.
Lo malo es que estas palabras, que Carmen Posadas llama "palabras feas", sí que se usan, pero vacias de su genuino contenido. O peor aún, con un contenido tan edulcorado que a nada compromete y que las hace ciertamente vacuas.
Vayamos con las palabras en cuestión, aquellas que habríamos de desterrar del diccionario: la palabra "culpa", "responsabilidad", "esfuerzo" y "censura".
Empecemos por la última, la "censura". Tal vez el paso atroz del franquismo por la España del pasado siglo, que nos llevara a luchar contra aquella censura franquista, haya podido viciar el significado del término censura, que literalmente significa "juzgar el valor de una cosa, sus méritos y faltas", nada más. Aquellos polvos (con perdón) trajeron estos lodos, y hoy, nadie que se precie de moderno y progresista está moralmente autorizado a decir alto y claro que censura nada. Porque no hay nada censurable. Todo debe someterse a su libre devenir. Ni lo éticamente reprochable ni lo abiertamente malintencionado debe ser censurado. Todo vale, porque lo que no vale es censurar. Sólo censuran los fachas. Sin embargo, nosotros los docentes irremediablemente sí que censuramos ciertas conductas de nuestros alumnos, pero según en qué foros, más nos vale utilizar el verbo "reconducir" o "guiar" o "amonestar" que suena menos impositivo. Lo dicho, la palabra censura no la utilicemos, nos podrían tomar los devotos de lo políticamente correcto por lo que, ni de lejos, somos.
Tampoco es conveniente ir por estos pagos hablando abiertamente de "culpa". Otra vez el "nacional-catolicismo" del régimen anterior cobra sus aranceles. Antes la culpa y el pecado dominaban nuestras acciones. Todo estaba prohibido o era pecado. Según si se tratara de temas políticos o morales. Yo, que viví mi niñez en los sesenta y mi adolescencia en los primeros setenta, padecí esta represión psicológica. Y muchas veces me sentí culpable de conductas o ¡pensamientos! que se desviaban de la recta senda que dictaba nuestro gobernante y todo el aparato estatal de entonces. Hoy la gente está libre de todo esto. Libre de pecado, libre de culpa. Ya no existe el maldito yugo que atenazaba las conciencias de los españolitos y nos obligaba a ser suminos y obedientes al credo franquista. Tardamos casi cuarenta años en descubrirlo, pero hoy sabemos a ciencia cierta que nada es pecado porque el pecado no existe; era una invención, un engañabobos urdido maliciosamente por el régimen. Y la culpa, que va colateralmente unida al pecado, por el efecto dominó tampoco tiene razón de ser. Pensémoslo bien, quién me va a culpar de algo si realmente mis acciones están todas mediatizadas por el entorno y la sociedad, que inclementes, me empujan a hacer lo que hago. Culpable será el calentamiento global, o la desertización, o la globalización, pero ¿yo?, yo que reciclo el papel, y los vidrios, y el plástico, que no utilizo esprays porque merman la capa de ozono, que pago mis impuestos, que he apadrinado a una niña del Vietnam... creo sinceramente que estoy libre de toda culpa. Y mis hijos, educados como están en estas premisas, tampoco merecen ser acusados de nada por las razones susodichas. Si falla en clase, no me lo culpen, la culpa está clara: el Sistema Educativo. Y no le demos más vueltas. Y dejen a mi hijo ser feliz y que viva tranquilo y sin traumas como los que a mi me produjeron aquellos autoritarios maestros y profesores que se pasaban el día culpándome a mí de que si algo fallaba en mis notas la culpa era mía (sin saber que lo que fallaba, ya entonces, era el Sistema Educativo que propiciaba enseñantes de aquella calaña) (perdonand la ironia)
La otra palabra trasnochada es "responsabilidad". Yo me acuerdo en mis años mozos las veces que me repetían, tanto mis padres como mis maestros aquella manida cantinela de que teníamos que ser responsables, que teníamos que comportarnos como adultos. Ahora, en cambio el tema es al revés. Los niños no deben parecerse a los mayores. Son niños y por tanto deben comportarse de esta inocente manera el mayor tiempo posible. Sin darse cuenta que la responsabilidad o se aprende muy pronto, en la niñez, o no se aprende nunca. Y la infancia se alarga y se alarga... y la adultez parece no llegar nunca. Con lo que tenemos toda una generación de adultos aniñados que no quieren saber nada de responsabilidades. Bien haríamos los docentes en no cejar en el antaño empeño de inculcar esta fea palabra, que compromete a tanto, en nuestros alumnos, exigiéndoles sin ningun tipo de escrúpulo, aquello que nos exigían nuestros docentes, responsabilidad.
En este idílico mundo donde la culpa siempre es de otro, donde nada es censurable y en donde nadie tiene responsabilidades, no cabe pues utilizar la palabra esfuerzo. No tiene sentido. Para qué incomodar nuestro cuerpo y nuestra mente en conseguir resultados si no somos responsables de nuestro propio fracaso. Si la culpa, como hemos dicho, seguro que tendremos que buscarla en causas etéreas, y además, en este paradisíaco mundo, todo vale porque nada se puede censurar, no veo motivo para que un alumno se esfuerce en labrarse un puesto y un prestigio.
Me gustaría, para finalizar, hacer un llamamiento en pro de estas palabras que están en cierto peligro de extinción, y luchar, cada uno desde su puesto, en aras de una feliz recuperación de los mencionados términos que nos lleven a una sociedad donde "crecer", "madurar", "envejecer" (otras palabra feas) sean verbos venerables, y de uso feliz.
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