Es la clase de 2º E. Hoy es el último día de clase antes de las vacaciones de Semana Santa. Los alumnos me han pedido que no demos Historia. Que les deje la hora libre. O que hagamos otra cosa. He accedido a esto último y les he propuesto subirles los ordenadores portátiles. Alegría general. Le he dado uno a cada uno y ahí están tan contentos concentrados en las diminutas pantallas. Les dejo hacer. Cuando los alumnos están a gusto, mi mente se serena. Una alumna, Sara, se levanta y, dichosa, viene hasta mí mesa con el pequeño ordenador entre sus manos. Ha encontrado en el archivo del disco duro unas fotos de otro curso donde aparece el chico que le gusta. Me lo enseña. ¡A que es guapo! Y se va, sin más. Noelia se muestra malcarada y contrariada porque no acierta a entrar en Internet. Adrián, solícito, le ayuda. Noelia da un gritito triunfal. Por fin ha logrado conectarse. Raúl y Alberto se ve que están inmersos en plena tarea de matar marcianitos. Su semblante tenso y concentrado les delata. Ainoa está pegada a la pantalla, casi ni parpadea. ¿Qué estará mirando? Veo que Rebeca y Amal se han puesto los cascos, se ve que están escuchando música. Guillem se rasca la cabeza y esboza una sonrisa. Yanira teclea con diligencia y seriedad largas frases, parece que chatea con alguien. Julián y Joao, por los comentarios que les oigo, seguramente han entrado en un castillo y andan metidos en mil y un peligros. María aprieta los labios y entorna la mirada mientras mira con fruición la pantalla.
El tiempo pasa fluido y ligero.
Yo, desde mi mesa, tremendamente tranquilo y ufano, miro despacio a cada uno de mis alumnos. La paz reina en la clase. Es ésta una situación que raras veces se da, porque lo normal es que el ambiente sea movidito y desmotivado. Pero hoy se impone la calma y la bonhomía. Cada cual está absorto en su mundo. En la clase se han creado un montón de universos paralelos donde los alumnos son dueños del suyo, pero totalmente ajenos al de los demás. Yo, desde mi mesa, tengo una extraña sensación de dominio. Una ficticia impresión de poder controlar todos los micromundos que hay en el aula. Es una demiúrgica visión que me lleva a pensar que todos sus mundos se desvanecerán en cuanto yo lo ordene.
Se ha hecho la hora. Pronto sonará la música que señala el final de la clase, pero yo les digo que vayan apagando los ordenadores ya. Algunos alumnos se hacen los remolones. La verdad es que se lo han pasado bien. Suena la música y me voy con los ordenadores. Nos despedimos hasta el día trece de abril.
¡Buenas vacaciones para todos y todas!
El tiempo pasa fluido y ligero.
Yo, desde mi mesa, tremendamente tranquilo y ufano, miro despacio a cada uno de mis alumnos. La paz reina en la clase. Es ésta una situación que raras veces se da, porque lo normal es que el ambiente sea movidito y desmotivado. Pero hoy se impone la calma y la bonhomía. Cada cual está absorto en su mundo. En la clase se han creado un montón de universos paralelos donde los alumnos son dueños del suyo, pero totalmente ajenos al de los demás. Yo, desde mi mesa, tengo una extraña sensación de dominio. Una ficticia impresión de poder controlar todos los micromundos que hay en el aula. Es una demiúrgica visión que me lleva a pensar que todos sus mundos se desvanecerán en cuanto yo lo ordene.
Se ha hecho la hora. Pronto sonará la música que señala el final de la clase, pero yo les digo que vayan apagando los ordenadores ya. Algunos alumnos se hacen los remolones. La verdad es que se lo han pasado bien. Suena la música y me voy con los ordenadores. Nos despedimos hasta el día trece de abril.
¡Buenas vacaciones para todos y todas!