Estoy escuchando una canción preciosa. Es una de mis
favoritas. Se titula “I need you” de “América”. Su música es maravillosa.
Simple, sensual, armoniosa, suavemente rítmica. Los cantantes modulan
ingeniosamente sus voces y parece que están acariciando la melodía. Son voces
delicadas. Aterciopeladas. Sedosas. No hay ni un solo grito, todo es sutil y
dulce. El piano primero y luego las guitarras acompañan a las voces con un
tañido machacón, envolvente, definitivo. El pausado y rítmico rasgueo de las
guitarras cimienta el cálido color de las voces del trío. La canción se ha convertido en un monumento al
sosiego, a la calma, a la placidez. Son momentos para soñar. Y sueño.
No entiendo el inglés. Por lo tanto no sé qué dice la
canción. Sé que el título significa “te necesito”. Pero ya no sé más. Y entonces
es cuando paso a imaginar qué dirá la canción. Seguro que contará cosas
preciosas. Trato de desentrañar los extraños vocablos que recitan los cantantes
y entonces surgen en mi mente hermosas frases sin palabras que alegran mis
sentimientos.
-¿Quieres que te la traduzca?
-¡No…! Se rompería el encanto. Los versos cobrarían sentido
real. Las palabras serían materiales, mundanas. Se perdería la senda
somnolienta por donde transito cuando oigo las misteriosas frases hechas con
mágicas palabras que yo no entiendo pero sí que intuyo. No, no quiero que nadie
me traduzca la canción.
¡Divinas palabras!