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Viaje a Girona y sus alrededores


Acabamos de llegar de viaje mi mujer y yo. Hemos estado unos días en Girona y sus alrededores. Y por supuesto, hemos estado en la Costa Brava.
Esta tierra es maravillosa. Tanto en el interior como en la costa.
Teníamos el cuartel general en Girona, en el céntrico hotel “Carlemany” el cual recomiendo a todo aquel que se pase por esta ciudad catalana. De Girona diré que es una ciudad turística, cosmopolita y profundamente catalana. Precioso tanto su casco antiguo con la judería y la catedral, y dinámica y atractiva la parte moderna. Además, el río Onyar (que los lugareños pronuncian “Unyà”) y que atraviesa parsimoniosamente la ciudad, deja a su paso un poso de romanticismo gratuito en la urbe provinciana. Desde los puentes que vadean el río se puede apreciar la volandera fauna compuesta por oscuros patos y blancas gaviotas llegadas de la cercana mar bravía.
Del interior visitamos Figueres (donde está el museo de Dalí, de obligada visita pese a las kilométricas colas). Banyoles (con su romántico lago jalonado de exuberantes  formaciones herbáceas, y construcciones de un marcado aire decimonónico). Olot (capital de una sorprendente y fósil zona volcánica). Y por la costa anduvimos bordeando aquel mar nuestro (Mare Nostrum) que los romanos adoraron y que Serrat inmortalizó, de donde brotan como nacidos del azul marino, pueblitos encantadores. Estuvimos en Port Bou, frenéticas rocas azotadas lánguidamente por un mar amable y tibio. Estación de tren límite con el país vecino. Desde ahí y hacia el sur, una serpenteante carretera que bordea el mar lleva hasta la población marinera de Llançà. Extraordinaria gastronomía frente al mar. El excelso restaurante “Miralmar” con menú de 140 euros y el restaurante donde comimos nosotros (“Can Quim”) excelentemente, por cierto, son una prueba de ello. No hay que dejar de acercarse hasta el promontorio que, adentrándose en el mar, se eleva unas decenas de metros dibujando un historiado acantilado. Y en frente, a un centenar de metros, “El banc del Peix”, una eficaz obra de ingeniería que protege de los temporales de levante, acertadamente decorada por un artista de la zona y que le confiere la categoría de obra de arte. Siguiendo camino llegamos al cabo de Creus, el punto más oriental de la península Ibérica, y enseguida, a  Port de la Selva; blanco pueblo de pescadores donde la llegada de las barcas pesqueras al atardecer constituye un feliz y relajante espectáculo. Después llegamos a la singular población de Cadaqués. Villa rodeada por tranquilas y transparentes aguas que rezuma paz y sosiego. Y donde el visitante, mirando el cristal de las olas que acarician las rocas del paseo marítimo se promete así mismo volver algún verano…
A un tiro de piedra de Cadaqués está Port Lligat. Port Lligat es un sitio encantador. Idílico. Un breve espacio donde la vegetación mediterránea se confunde con el mar. Salvador Dalí vivió allí hasta el año 1982 en que murió Gala. Su casa es hoy un museo. Siguiendo camino llegamos a Roses. Una gran ensenada de arena dibuja un paisaje ameno y pronto al desenfado y el recreo. La playa arenosa es curva y muelle. Y uno siente deseos de correr, saltar, y sentirse como un niño. Es conveniente parar en Roses y buscar uno de los muchos y variados restaurantes que hay en el pueblo, para luego dirigirse más hacia el sur, donde es visita indispensable la población de L’Escala. L’Escala es un puerto de mar. Todo el pueblo exhala aroma a sal. A sal marina, se entiende. Y no es en vano, porque de allí salen las anchoas tal vez más sabrosas del mundo.
Y aquí acabó nuestro viaje. Un viaje feliz. Feliz porque la gente que nos acogió era gente feliz. Y eso se contagia. Son gentes que hablan el mismo idioma que nosotros, que como bien sabéis quienes seguís este blog, somos de Castellón y somos catalanoparlantes. Eso sí, con el habla propia de nuestra zona, el valenciano, lo cual curiosamente, propició un raro efecto. Ellos no nos entendían bien, pero nosotros sí los entendíamos a ellos, y por lo tanto terminamos por hablar en castellano. Y ¿Por qué esto es así si hablamos el mismo idioma?. Pues porque la manera de pronunciar es bastante diferente. Y si uno no está al corriente, tiene ciertas dificultades para entenderse. Lo que pasa es que los valencianos tuvimos la posibilidad, durante 25 años, de ver TV3 y nos hemos hecho al uso y maneras del habla de aquellas zonas catalanas, y ellos, no, porque nunca  sintonizaron Canal 9.

Total, que ya estoy aquí, otra vez en órbita. Y otra vez voy a ver si empiezo a visitaros, que os he tenido bastante olvidados. 

Gràcies  Sole.

La corbata o el sabio arte de no desaprovechar las ocasiones


Hace mucho tiempo, tal vez a mediados del siglo pasado, ocurrió en el desierto del Sahara un hecho insólito.
Un solitario aventurero se perdió en medio de la arena abrasadora del desierto. Su coche todoterreno tenía el depósito lleno. Pero su cantimplora estaba prácticamente vacía. Se moría de sed. Circulaba presuroso por un camino de arena que parecía conducir a algún lugar civilizado.
Tras salvar una enorme duna acertó a ver lo que parecía una casa junto al camino.
-¡Ojalá sea un bar…!
Cuando llegó, le sorprendió el letrero que había en el umbral de la puerta de aquella casita: “Ties”, “Cravates”, Cravattes” “Corbatas”
-¡Qué pinta una casa de corbatas en medio del desierto!
Paró el coche. Entró en aquella casita y vio que sí. Allí solo había corbatas. Corbatas de todas clases…
-¿Habla español?
-Un poco…
-¿Tiene agua?- hacía el gesto de beber con la mano llevándose el dedo pulgar a la boca.
-No agua. Corbatas. Muchas corbatas. Buenas. Corbatas buenas…
-No, no. Yo no quiero corbatas, quiero beber…
-No beber. Aquí corbatas. Beber, lejos… más 50 Km.
Se fue dando un portazo y maldiciendo cosas de  las que luego se arrepentiría.
Subió al Jeep y siguió camino. Nada. Aquel desierto era infernal.
Enfiló una recta y a lo lejos advirtió algo en la cuneta.
Cuando estuvo cerca, vio que se trataba de un vendedor ambulante. Había un camello sentado tranquilamente con un cargamento bien atado a su lomo. Su dueño estaba de pie, como esperando la llegada del Jeep. Con algo en la mano. Algo que, resultó ser un manojo de ¡corbatas!
Paró el coche.
Enseguida aquel lugareño se acercó hasta el vehículo, y sin dejar que bajara del coche, le mostró las corbatas.
-¡No quiero corbatas! ¡Quiero beber! ¡Me estoy muriendo de sed…!
El vendedor puso cara de extrañado y de no comprender nada.
El viajero aún comprendía menos.
-¡A la porra las corbatas! ¡Se han vuelto todos locos! Y diciendo y haciendo apretó el pedal del acelerador y se perdió envuelto en una nube de polvo.
El Jeep enfiló una recta infinita que se perdía en el horizonte. Ni rastro de civilización.
Pasó una hora, y después de adelantar a una pequeña recua de camellos cargados de corbatas, divisó a lo lejos en medio de la nada lo que parecía un pequeño hotel.
¡Por fin la civilización!
Aparcó el Jeep en el parking y raudo y veloz se dirigió a la entrada. La entrada estaba custodiada por dos encorbatados guardias jurado que miraban inquisitivamente al recién llegado.
Cuando llegó a la altura de la entrada del hotel, ambos le impidieron el paso.
El sorprendido viajero se paró en seco. Y su silencio fue tan elocuente como una pregunta.
El más alto de los vigilantes le señaló el cuello.
-No corbata.
-…Y dale con la corbata.
Entonces el viajero pensó en los vendedores de corbatas que había despreciado olímpicamente a lo largo de su camino. Y se sintió abatido y vencido.
-Si no corbata, no poder entrar. Ir a comprar corbata. Muchos vendedores por el camino. Tú comprar corbata y tú poder entrar en hotel…




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