Acabo de llamar a mi peluquería para pedir turno. Me ha cogido el teléfono una chica cuya voz me era desconocida. He preguntado si acaso me había equivocado, que si esto era la peluquería Ernesto, mi peluquería de toda la vida, vamos. Y me ha contestado muy amablemente que sí, pero que la peluquería la van a cerrar porque el dueño se ha jubilado, y que durante unos días, antes de inhabilitar el número de teléfono definitivamente, irán comunicándolo a los clientes, a la vez que ofrecerán los servicios de una nueva peluquería que han abierto en otro sitio de la ciudad. Bueno, qué se le va a hacer, la nueva peluquería no está demasiado lejos de mi casa, y he decidido ir allí. Mientras me tomaban el nombre para abrirme una ficha de cliente (burocracia hasta para cortarte el pelo…) he ojeado como quien no hace la cosa, la agenda de teléfonos donde tenía apuntado el de mi peluquería. Y he pensado que ahora tendré que borrarlo y sustituirlo por el de la nueva peluquería. Después de darme hora para el jueves he colgado. Pero he vuelto a la agenda de teléfonos.
La agenda de teléfonos de mi casa es vieja. La tenemos desde que nos casamos, es decir, desde hace casi treinta años. Y en ella hemos ido apuntando números y nombres durante estas casi tres décadas. Hay muchos nombres que están escritos con tinta reseca. Y su recuerdo es tan débil como la amarillenta tinta. Personas que un día tuvieron que ver con nuestras vidas y que ahora me suenan distantes y lejanas. Veo cantidad de compañeros que ni siquiera sé hoy nada de ellos. Veo el teléfono de Felisa, una mujer de la limpieza que tuvimos hace por lo menos veinte años, ¿Qué habrá sido de ella? Leo el nombre de la clínica donde nació mi hija, la derribaron y ahora allí hay unos pisos nuevos. También aparece el nombre de la gestoría donde hace tiempo nos arreglaban los asuntos de la declaración de renta. Allí están los teléfonos de cada una de las escuelas en las que hemos dado clase a lo largo de nuestra ya dilatada vida profesional. Hay números de teléfonos de médicos y especialistas que ya ni conozco; hay números de teléfonos de fontaneros, de pintores, de albañiles, de cerrajeros que un buen día nos sacaron de un aprieto y que apuntamos su teléfono por si acaso, y ya nunca volvimos a saber de ellos. He encontrado el número de algunos amigos que en otros tiempos eran íntimos y que hoy son unos perfectos desconocidos…
… Y me quedo pensando que este librito lleno de nombres y números que tengo en mis manos es como un acta notarial de recuerdos… ¿Tenéis la misma sensación que yo cuando revisáis vuestras agendas telefónicas?
La agenda de teléfonos de mi casa es vieja. La tenemos desde que nos casamos, es decir, desde hace casi treinta años. Y en ella hemos ido apuntando números y nombres durante estas casi tres décadas. Hay muchos nombres que están escritos con tinta reseca. Y su recuerdo es tan débil como la amarillenta tinta. Personas que un día tuvieron que ver con nuestras vidas y que ahora me suenan distantes y lejanas. Veo cantidad de compañeros que ni siquiera sé hoy nada de ellos. Veo el teléfono de Felisa, una mujer de la limpieza que tuvimos hace por lo menos veinte años, ¿Qué habrá sido de ella? Leo el nombre de la clínica donde nació mi hija, la derribaron y ahora allí hay unos pisos nuevos. También aparece el nombre de la gestoría donde hace tiempo nos arreglaban los asuntos de la declaración de renta. Allí están los teléfonos de cada una de las escuelas en las que hemos dado clase a lo largo de nuestra ya dilatada vida profesional. Hay números de teléfonos de médicos y especialistas que ya ni conozco; hay números de teléfonos de fontaneros, de pintores, de albañiles, de cerrajeros que un buen día nos sacaron de un aprieto y que apuntamos su teléfono por si acaso, y ya nunca volvimos a saber de ellos. He encontrado el número de algunos amigos que en otros tiempos eran íntimos y que hoy son unos perfectos desconocidos…
… Y me quedo pensando que este librito lleno de nombres y números que tengo en mis manos es como un acta notarial de recuerdos… ¿Tenéis la misma sensación que yo cuando revisáis vuestras agendas telefónicas?