Estoy en una joyería. Acabo de
hacer una compra. Me he quedado con un pequeño broche de oro. Es mi regalo de
San Valentín para mi mujer. Y es que este año mi hija nos ha regalado una cena
romántica. Y he pensado que estaría bien sorprender a mi mujer con este regalo.
La dependienta me ha dicho que esperase un momento y me limpiaría el oro. Espero. Mientras miro las joyas
expuestas en las vitrinas, se abre la puerta de la joyería y entra una señora
mayor con bastón y muchos años a cuestas.
La recibe el dueño y le ayuda a
sentarse en una silla frente al mostrador.
-¿Qué tal doña Herminia? ¿Cómo se
encuentra usted?
-Pues vamos tirando, don
Francisco, simplemente vamos tirando.
-¿Viene a por la sortija…?
-Sí. A ver si ya la tienen
arreglada…
-Enseguida se lo miro.
El dueño de la joyería saca un
cajón lleno de sobres color sepia y se pone a mirar rápidamente uno por uno…
-Sí, mire aquí está.
Destapa el sobrecito y le muestra
la joya. Doña Herminia la mira con detenimiento. Una mueca de satisfacción se
dibuja en el rostro de la anciana.
-Ha quedado prácticamente igual
que la otra-musita Doña Herminia- .
-Nosotros hemos seguido al pie de
la letra sus instrucciones…
-Espero que esta no me la roben.
Cuando oí esta palabra agucé mi
atención, que hasta ahora era prácticamente automática.
-¿Qué me dice doña Herminia…?
-Sí, Don Francisco. La otra
sortija me la robaron. Pero deje que le cuente… Hace un mes más o menos andaba
por el centro y me dio una subida de tensión que me dejó sin sentido. Me
llevaron al Hospital General y allí estuve en la sala de urgencias hasta que
empecé a recuperarme. Entonces noté un forcejeo en mi dedo. Parecía que estaba
soñando. Alguien estaba intentando quitarme la sortija. Con gran esfuerzo abrí
los ojos e instintivamente puse la mirada en mi dedo. ¡La sortija no estaba!
Poco a poco fui recuperándome y entonces me di cuenta que tampoco tenía el
collar. Intenté incorporarme de la cama y una enfermera se acercó y me dijo que
no me levantara. Que esperara al resultado de las pruebas que me estaban
haciendo. Quise preguntar por la sortija y el collar, pero me faltaron las
fuerzas. Esperé. Y cuando tuve suficiente energía, me dirigí a un enfermero que
andaba cerca de mi cama y le espeté: “¿Dónde está mi sortija y mi collar?” El
enfermero me contestó con displicencia que me tranquilizase y que ya me darían
instrucciones. Al cabo de una hora, ya totalmente recobradas mis constantes
vitales, vino una doctora, muy amable, eso sí, y me preguntó que cómo estaba.
Estaba bien. Ya me había repuesto del todo. Entonces me dijo que lo mío no era
nada de importancia. Una simple subida de tensión. Me administró unas
pastillitas y me extendió una receta con unos medicamentos que debía tomar.
Pero mi mente ahora estaba en otro sitio. Le dije lo de la sortija y el collar
y la doctora me contestó lacónicamente que esto salía pasar, que presentase una
denuncia…
…La presenté, y aquí estoy.