Hoy se ha roto la cerradura de la puerta de mi casa. He llamado al cerrajero y ahora
está arreglándola. Lleva hurgando en la puerta desde las cuatro de la tarde.
Son más de las siete y aún no ha terminado. Desde la salita donde tengo el
ordenador se escuchan los murmullos metálicos del cerrajero. Oigo pasos
silenciosos por el pasillo. Acaba de llegar mi mujer. Me dice que se ha
encontrado con una compañera de su escuela. Me cuenta mi mujer que le ha dicho
que este viernes tienen una cena. Mi mujer no va a esta cena. No va porque es
una cena solo para mujeres separadas. Me
explica que en su escuela hay muchas mujeres separadas. Y me cuenta que en
todos los casos el causante de la ruptura fue el marido. El marido, que se fue
con otra más joven. Me especifica algunos casos concretos: Pepa, que ronda los
sesenta años y que lleva cinco separada. Su ex marido está con una chica de
treinta. Begoña, de cuarenta años. Su marido la dejó por una alumna suya (del
marido, se entiende) veinteañera. El era el director de su tesis doctoral. Ana,
de cincuenta y pico. Hace diez años su marido se fue a Lleida a vivir con una
amiga de su hija. Carmen, de sesenta y pico años. Separada desde hace veinte.
Nada sabe de su marido en la actualidad, solo que la dejó por una jovenzuela
rumana que les limpiaba la casa. Parece ser que viven en Madrid.
El cerrajero me llama. No se aclara. La cerradura tiene unos tornillitos
dentro que dice que le impiden poner el bombín. Yo no entiendo de cerraduras.
Me dice que tiene que llamar al jefe para que le ayude a solventar el problema,
pero es tarde y no podrá ser hasta mañana. Yo me quedo pensando…