“Lo que pasa es que las mujeres envejecen antes que los hombres”. Esta lapidaria frase soltó Adela dispuesta a zanjar el tema que le había llevado a una acalorada discusión con su jefe.
Adela y Alberto, su jefe de sección, tenían lo que podría llamarse una relación cordial. Pero aquel día Alberto la llamó a su despacho y la recibió muy serio. Comenzó diciéndole con una fingida simpatía que estaban todos muy contentos de su trayectoria al frente de su puesto de atención a los clientes en estos últimos treinta años. Pero le tuvo que decir lo que a él ya le habían dictado desde más arriba. Que querían un rostro joven (femenino, naturalmente, y de buena presencia, por supuesto) al frente de aquel cometido. Y Alberto se lo tuvo que decir. En cambio, pensó Adela, no dijo nada de su compañero de mesa, que es cinco años mayor que Adela. El seguiría en su puesto de trabajo.
Adela y Alberto, su jefe de sección, tenían lo que podría llamarse una relación cordial. Pero aquel día Alberto la llamó a su despacho y la recibió muy serio. Comenzó diciéndole con una fingida simpatía que estaban todos muy contentos de su trayectoria al frente de su puesto de atención a los clientes en estos últimos treinta años. Pero le tuvo que decir lo que a él ya le habían dictado desde más arriba. Que querían un rostro joven (femenino, naturalmente, y de buena presencia, por supuesto) al frente de aquel cometido. Y Alberto se lo tuvo que decir. En cambio, pensó Adela, no dijo nada de su compañero de mesa, que es cinco años mayor que Adela. El seguiría en su puesto de trabajo.