Hoy, en clase de segundo de ESO
estábamos hablando de la estructura de la población. Una de las divisiones en
las que se puede dividir la población es por sexos: mujeres y hombres. Entonces
se me ha ocurrido contarles un chascarrillo que el otro día “El Gran Wayoming”
lanzó a través de su programa “El Intermedio”. Más o menos decía así: “eso que
he dicho es muy interesante para todos; mujeres, hombres y… Mario Vaquerizo”
La verdad es que la gracia que se
le suponía al susodicho chascarrillo no encajó entre mi adolescente público.
Pero alguien acertó a decir: “¿Se estaba refiriendo a los travestis?” Y yo que
le contesto: “Bueno, no exactamente. Lo decía porque esa persona es muy
peculiar…”. Y de ahí a ponernos a hablar del travestismo solo han mediado
treinta segundos.
Total, que entre el alumnado eso
del travestismo sonaba a algo propio de extraterrestres. Y casi me ponían en
duda que el hecho de cambiar de sexo fuera una cosa relativamente normal en los
tiempos que corren. Les remarqué, obviamente, la singularidad del hecho. No
quise hablar de porcentajes, porque no disponía de este dato, pero les dije,
que sin dejar de ser normal, es algo infrecuente. Y fue justo entonces cuando
me vino a la mente algo que ocurrió en mi instituto hace casi veinte años.
Había un chico de cuarto de la ESO que se enamoró de una
chica de su misma aula. Y ella se enamoró de él. Y hubo un tiempo en que se les
veía juntos y muy acaramelados por el patio. Pasaron varias semanas y ese amor
fue creciendo. Y creció hasta que un día ella llegó llorando al despacho de la
directora. Yo, que por aquel entonces era el subdirector del centro, estaba en
el despacho. La joven, sin dejar de llorar, empezó a contarnos lo que le había
pasado.
Que desde hacía unas semanas
estaba saliendo con un chico de su curso. Y que hoy, a la hora del patio, el
chico se ha puesto muy serio y le ha dicho. “Mira, Yolanda (el nombre es
ficticio) te voy a confesar una cosa: Yo no soy un chico. No soy Pedro (el
nombre tampoco es real), soy Sonia (el nombre no es el real). Porque debes
saber que yo no soy un chico, aunque tenga apariencia de chico. Soy una chica.
Y mi antiguo nombre, que es el que aún figura en mi carnet de identidad, es,
como te decía, Sonia”. Y entonces se echó la mano al bolsillo y le enseño su
DNI donde efectivamente constaba el nombre de Sonia y no el de Pedro. Pero yo
estoy enamorado de ti y quiero que continuemos saliendo juntos.
Hasta aquí pudo contar aquella
chica lo que le había pasado. Llamamos a la madre del chico para cerciorarnos
de la veracidad de todo. Y sí, efectivamente. Estábamos ante un caso de
travestismo.
Preguntamos en secretaría. Y
quisimos ver la ficha de aquel alumno. Efectivamente, figuraba el nombre de
Sonia. Entonces llamamos al tutor. Y nos dijo que desde un principio le aseguró
que era un error, que no le llamaban Sonia sino Pedro… Y el tutor dejó así las
cosas sin sospechar nada. Lo admitió como un error burocrático.
Hoy, ese chico, porque para todos
los efectos se ha convertido en chico, tiene más de treinta años. Y yo a veces,
lo veo por la calle. Se ha dejado barba. Y si no fuera porque lo sé, nunca
llegaría a afirmar que aquel chico no es un chico.
La pregunta que yo me hago ahora,
pasados los años, es: ¿Hizo bien en ocultar su verdadera identidad? Creéis que
sus padres hubieran tenido que hablar con el tutor y decirles la verdad a sus
compañeros? ¿o era mejor ocultarla?