Hace
un par de semanas que en mi instituto pasa algo misterioso. Los
servicios del segundo piso huelen a humo de tabaco. Esto no sería
nada extraño ni sorprendente si no fuera porque esto pasa a las ocho
de la mañana. Justo cuando los conserjes acaban de abrir las puertas
del instituto. Es imposible que nadie haya fumado porque yo, que
suelo llegar a estas tempranas horas, soy el primero que subo a este
segundo piso. Pero el tufo a cigarro está ahí: en los servicios que
hay al final del largo pasillo del segundo piso. Como sea que mi aula
está al principio del pasillo, no noto el olor. Pero una compañera
que tiene su clase al lado de los servicios me lo dijo hace quince
días. Y era verdad. Allí alguien había fumado. Y a esas horas no
había nadie. Ni alumnos, ni profesores.
Han
pasado los días y hoy, a las ocho y un minuto subía yo a mi clase.
Pero esta vez no estaba solo del todo. Delante de mí subía una
alumna de segundo de bachillerato que se dirigía al segundo piso. Yo
me quedo en mi clase, al inicio del pasillo. Ella va hacia el final
del pasillo camino de los servicios.
¡Ya
está! ¡ya sé quién es la persona que fuma a estas horas!
Pero
mientras metía la llave en la puerta de mi aula noto que alguien me
llama. Es ella, la alumna que iba a los servicios. Y me dice que allí
hace un olor insoportable a tabaco. Voy, y lo compruebo. El misterio
sigue...