Ayer, por casualidad, buscando
unos papeles en un cajón en la casa de mi madre me encontré este viejo
transistor, del cual, lo confieso, ni me acordaba. Porque ya hacía tiempo que
lo daba por muerto…
Este radio transistor lo compró
mi padre en el otoño de 1968. Aunque hoy el negro de su semblante es apagado y
mortecino, en el escaparate de la tienda “Electrodomésticos Cumba” del Grao de
Castellón, en “el carrer de devant”, refulgía vivamente vestido con su funda de
un potente negro acharolado. Daba gusto verlo. En su oscuro estuche de recio
cartón había una etiqueta blanca que destacaba en su negra piel. Era la etiqueta que marcaba su precio:
835 pesetas.
En un principio a mi padre le
pareció muy caro. Hay que tener en cuenta que mi padre, si la semana había sido
buena, ganaba unas 1.000 pesetas.
Después de pensárselo dos veces,
entramos en el establecimiento y lo compró.
Yo estaba tan contento como
cuando hacía dos años compramos el frigorífico. Casi tanto como cuando el
pasado año compramos la tele. Lo miraba y lo acariciaba. Era suave y coqueto.
En su parte superior disponía de un lacito de plástico muy a propósito para
llevarlo colgado de la mano de un sitio a otro. Ya hace tiempo que el lacito
negro no está. La marca era SHARP. Y disponía de AM. Lo de la frecuencia
modulada aún no se llevaba.
La modernidad, pensaba yo,
entraba en nuestra casa. La vetusta radio que teníamos incrustada en el pequeño
mueble del comedor donde mi madre oía los seriales todas las tardes, nada tenía
que hacer frente a las múltiples prestaciones del flamante transistor.
Mi padre oía los partidos del
Castellón los domingos por la tarde, y por la noche las noticias (el diario
hablado de radio nacional, más conocido como “el parte”).
A mí lo que de verdad me
importaba era la música. Los sábados por la mañana ponían música actual. El
último grito del pop. Eran peticiones de los oyentes. Y yo me llevaba el
transistor a mi cuarto, lo colocaba junto a mí, y me recostaba en la cama. Y
mirando el transistor oía las peticiones: “Tiempo de amor” de Juan y Junior.
“Las flechas del amor” de Karina. “La vida sigue igual” de Julio Iglesias.
“Arrodíllate” de Los Canarios. “La, la la” de Massiel. “Congratulations” de
Cliff Richard. “Cuéntame” de Fórmula V. “Dalila” de Tom Jones. “El puente” de Los
Mismos. “Cuando salí de Cuba” de Luís Aguilé…
Allí me enamoré definitivamente
de la música pop. Más tarde, ya en el año 1974 oí en el programa “El ritmo del
trabajo” de Radio Popular que hacían todas las tardes, una canción de la cual
quedé prendado: “Girl”. La cantaban los Beatles. Por supuesto que había oído
hablar de los Beatles, pero no los conocía musicalmente hablando. Al cabo de
dos días fui a la tienda de discos a comprar uno donde estuviera esa canción.
Él fue quien me descubrió a mis ídolos musicales…
En aquellos días empecé a
aficionarme (movido por mi padre) al fútbol. El pequeño transistor me acompañó
fielmente en las retransmisiones deportivas prácticamente hasta que me casé.
Además fue él quien una fría
mañana de noviembre del año 1975 me avisó de que Franco había muerto. Y él me
acompañó la larguísima noche del 23 de febrero de 1981 hasta que las noticias
fueron tranquilizadoras con la alborada. Pero antes de cenar tuve que escuchar
el bando que el general Milans del Bosch había redactado. Ni más ni menos que
el toque de queda. El estado de excepción…
En el verano de 1979 fui llamado
a filas. La mili. Y después del tiempo de instrucción en Cartagena me
destinaron a Madrid. Mi primer permiso lo aproveché para llevarme el
transistor. Me hacía sentir como en casa. Me lo llevaba a la litera y se dormía
conmigo. Allí me enteré una noche de que la U.R.S.S había invadido Afganistán. Reagan se
enfadó muchísimo y la tensión internacional subió hasta cotas semejantes a los
peores tiempos de la guerra fría. Y yo haciendo la mili… Menos mal que al final
la cosa no fue a más. Simplemente los americanos hicieron boicot a los juegos
olímpicos de Moscú 1980.
Poco después de licenciarme de la
mili me casé. Y el viejo transistor se lo quedó mi padre. Nosotros nos
compramos uno mucho mejor, con FM incorporada. Y poco a poco le fui perdiéndole
la pista.
Mi padre se compró un
radiocassette donde oía las cintas de sus artistas favoritos: Conchita Piquer,
El Príncipe Gitano, Rafael Farina, Juanito Valderrama, Bonet de San Pedro,
Antonio Machín, Marifé de Triana…
Y el transistor quedó confinado
en un cajón. Y allí quedó.
Y nadie supo más de él.
Hasta hoy. Que apareció sin hacer
ruido en los confines de un cajón de casa de mi madre.
Cuando lo vi, sentí algo extraño.
Algo que me recordaba que el pasado siempre vuelve. Nunca muere.
Lo cogí y miré a ver si tenía
pilas. Tenía unas pilas antiguas marca “Tudor” que estaban en muy mal estado.
Las saqué, lo limpié todo un poco y le coloqué unas pilas nuevas con el ingenuo
deseo de que funcionara.
Nada más ponerle las pilas, el
transistor dio un grito que me asustó. Era un aria que estaba cantando una
soprano, pero yo lo interpreté como un alarido de queja de mi transistor…
Y es que los objetos, aunque
muchas veces nos olvidamos de ello, tienen alma.