-¡Por fin se
ha puesto verde el maldito semáforo!
Después de algunos meses atrapado por la encarnada niebla de
la desidia y después de haber visto pasar coches y más coches, el peatón
observa feliz y dichoso el cambio de color del semáforo.
Ha sido a la postre una espera densa y productiva. Una espera propicia al descanso y la introspección.
La vida está repleta de semáforos rojos. Y hay que saber
esperar
pacientemente en cada uno de ellos. Porque al final, siempre acaba por
ponerse verde.
Durante este tiempo no ha pasado nada del otro mundo. Las vacaciones de verano pasaron. Con sus ratos largos de paseo por la playa, sus
baños, sus cálidas lecturas frente al mar y sus noches temperadas por la suave
brisa.
Después ha llegado el otoño. Y el curso ha empezado. Y el
peatón
ha pensado con cautela que este curso es muy especial para él. Es el
último curso entero que le queda antes de su jubilación. Por eso está tan
entusiasmado como cuando hace más de tres décadas empezaba en esto de la
enseñanza.
Pero por lo que más contento está de ver el semáforo verde es
de la posibilidad de ir otra vez a visitar a sus amigos y amigas…