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Anochecía... hace cuarenta y tres años de eso...



Era el mes de junio de 1970. Hacía poco que nos habían dado las notas del primer curso de bachillerato a mi primo Toni y a mí. Y las habíamos aprobado todas. Y además, a él le habían puesto una matrícula de honor en Dibujo. Y a mí una en Geografía. Estábamos eufóricos. Recuerdo la tarde que fuimos a por las notas. Nos acompañó mi padre. Y recuerdo el librito azul marino donde constaba nuestro expediente académico. Nuestra sorpresa y alegría fue mayúscula al ver las notas. No esperábamos las sendas matrículas que tuvimos el honor de recibir mi primo y yo. Me acuerdo que las notas de todos los alumnos de bachillerato estaban apiladas en un cuartito que había a mano derecha según se entra por la puerta principal del instituto “Francisco Ribalta”. Era donde tenía su cuartel general el temido conserje “el tío coño”. Y él era el encargado de repartir las notas. A los que tenían alguna asignatura suspendida les daba una hoja. Pero a los que habían aprobado todo nos daba el librito azul. Cuando vimos que tras facilitarle nuestro curso, 1º H, y nuestros nombres, el conserje, muy amable y alegre, todo hay que decirlo (a lo mejor sería porque íbamos acompañados por mi padre) nos ofrecía nuestro correspondiente librito azul, mi padre tuvo el gesto de darle una propina que, complacido, el “tío Coño” aceptó de buen grado.
Salimos del instituto, radiantes. Y entonces empezó a llover tímidamente. Como no llevábamos paraguas, pusimos las preciadas notas que acabábamos de recoger, bajo el  breve cobijo que proporcionaban nuestras prendas de verano. Por suerte, cuando llegamos al autobús, ya no llovía. Solo fueron cuatro gotas. Aquella tarde fue una tarde feliz. Al llegar al Grao, mi madre, mis abuelos, mis tíos, fueron partícipes de nuestra alegría. Y nosotros dos, que dicho sea de paso, nos lo habíamos ganado después de un curso bastante duro, nos mirábamos con complicidad sabiendo que teníamos ante nosotros un larguísimo verano sin la preocupación de las notas.
El tiempo libre de que disponíamos era casi excesivo. Las mañanas, siempre que nos dejaban, íbamos a la playa. Porque hay que decir que en aquel verano aún no nos permitían ir solos a la playa, por lo cual debíamos ir acompañados de alguna persona mayor. Pero en cambio, sí teníamos permiso para ir solos a pescar al puerto. A pescar preferíamos ir por la tarde, después de comer. Solíamos ir una caterva de amigos. Todos hijos de pescadores. Y apurábamos hasta que anochecía.
Un día, después de toda una soleada tarde vigilando el nervioso bailoteo del corcho de nuestras cañas, y de una pesca bastante infructuosa, empezaba a oscurecer. Nadie parecía darse cuenta, pero el sol ya buscaba las azules montañas.
Una poderosa barca de fanal (pesca de sardina o boquerón) a paso amarinado, aparecía por delante de nosotros poniendo rumbo hacia la bocana del puerto. A su paso dejaba una espumosa estela que se convertía en longitudinales y suaves olas que ondulaban por un momento la calma chicha de las aguas portuarias. Algunos hombres, apagados, cenicientos, casi diríase que tristes, permanecían sin ninguna expresión recostados sobre la borda de la barca, mirando como quien no hace la cosa a la gente que paseaba o pescaba en las escolleras, mientras la embarcación empezaba a cabecear armoniosamente al sentir en su cuerpo las primeras embestidas del oleaje de fuera del puerto.
Las aguas, en el interior del puerto, a medida que el sol perdía fuerza, iban adquiriendo una nueva tonalidad. Una distinta textura. Se tornaban más espesas, más opacas, más tenebrosas.
-Ahora cuando empieza a anochecer es cuando más pican…
Todos habíamos oído esta sentencia que con emocionada voz alguien de nosotros había lanzado al aire. Y todos, con inocente incredulidad, habíamos empuñado con más fuerza nuestra caña de pescar mientras mirábamos con ansiedad el bailoteo de nuestro pequeño flotador.
La incipiente oscuridad del atardecer penetraba intensamente en las aguas. Ahora ya no se veían las cimbreantes rocas donde los voraces pececillos mordían con sus dientecitos los organismos pegados a las rocas. Ahora ya no sabíamos qué pasaba en aquel micromundo sumergido que había debajo de nuestro flotador. Nuestra imaginación, sin embargo, iluminaba nuestra mente y la poblaba de extraordinarios animalotes marinos que deambulaban a sus anchas por aquellos misteriosos paisajes subacuáticos. El nervioso movimiento de nuestro señuelo bien podría indicar que algún pez enorme, que a estas horas había salido de su guarida, merodeaba nuestro cebo. Nuestro cebo, gambita de acequia, a estas alturas escaseaba, y lo que era aún peor, ya estaba mustia y pasada. Poco apta para hacer frente a los espectaculares ejemplares de peces que, según pensábamos, en estas crepusculares horas hacían suyos aquellos parajes submarinos.
De poco valían nuestras lamentaciones. La evidencia de que la jornada se acababa y que estábamos dejando escapar una oportunidad única para pescar un espléndido pez, se reflejaba claramente en los rostros resignados de aquellos muchachos aprendices de pescador.
Se había hecho tarde y ya era hora de volver a casa. Si no picaban con esta apergaminada carnada que aún quedaba en nuestra cajita, recogeríamos las cañas. Mañana ya veríamos si fuera posible guardar algunas gambas para estos momentos mágicos que ahora sentíamos que se nos escapaban de las manos.
Mientras esto pensábamos, otra barca de fanal, arrastrando “el bot de llums” (el bote de luces, es decir, el bote que lleva los fanales que, en la noche, atraerán a la sardina o el boquerón) y con las luces de posición encendidas, pletórica sobre las aguas, ya enfilaba mar abierta.
-…Si cogerá pescado… toda la noche pescando…
Bien pudiera ser que aquel chiquillo que miraba con verdadera admiración y con cierta infantil envidia aquel barco pesquero, hoy se haga a la mar como ellos al anochecer.






12 comentaris:

Clara ha dit...

Que bonito Miguel, que bien describes los recuerdos, si hasta parece que huele a mar....
Yo que tú me uniría a una de las barcas nocturnas y les acompañaría en sus quehaceres toda esa jornada. Seguro que será una experiencia inolvidable, como esta que nos has relatado.
Un abrazo fuerte amigo

Bertha ha dit...

Miguel: leerte es, como estar escuchándote... tienes una facilidad increible para explicar las cosas...me encanta esa proximidad y sobre todo ese amor a tu padre porqué... siempre esta en tus pensamientos.

Anímate y ya nos contaras que tal te ha ido.

Un abrazo feliz finde aun nos queda un tramito para finalizar el curso;)

TORO SALVAJE ha dit...

Gracias por compartir esos recuerdos.
Me ha parecido muy entrañable.

Saludos.

Miguel ha dit...

Clara: Sí mis recuerdos de infancia, tú bien lo has dicho, huelen a mar.

Bertha: Sí, es verdad, en mis recuerdos siempre está pendiente mi padre.
El lunes tenemos la evaluación final. Ya tengo ganas de acabar, la verdad.

Toro: Gracias por querer compartir estas vivencias mías.

Lourdes ha dit...

Qué bonitos recuerdos de la infancia... Sobretó, de esos días de verano, cuando acababa un curso difícil y tenías la satisfacción de haberlo terminado tan bien.
:)

Besos!!

Miguel ha dit...

Lou: Eso es. Eran momentos maravillosos. Momentos triunfales y de relax.

Vivian ha dit...


A veces los recuerdos se quedan tan latentes en nosotros que se vuelven parte del presente con solo cerrar los ojos, hasta podemos sentir los olores. Bonito texto Miguel
Un abrazo

Miguel ha dit...

VivianS: Es verdad. Cuando escribía el post, estaba reviviendo en presente el pasado.

Angie ha dit...

Describes muy bien esos momentos tan singulares de la adolescencia, cuando tenemos plena conciencia de lo que hacemos, y saboreamos esos minutos de nuevas experiencias que sabemos que tienen una duración limitada porque el tiempo cada día era breve pero intenso. Es una mezcla de experiencias con expectativas tan curiosa que nos hace "sentir" por encima de cualquier otra cosa. Quizás por eso permanece en nuestro recuerdo, en nuestra memoria y es posible que rememorarlo nos haga entender mucho de lo que somos ahora.

Final de curso y me siento como los niños cuando les dan las vacaciones.

Besos.

Miguel ha dit...

Angie: Es verdad, cuando rememoramos tiempos pasados, lo que estamos haciendo es comprender el presente.

María ha dit...

Jooo!! mi querido MIGUEL, te acabo de pedir disculpas en mi blog por lo muchísimo que he tardado en aparecer allí y aquí, pero ha merecido la pena la espera Mmmm vaya cosa más bonita has contado. T estás haciendo especialista en relatar recuerdos como nadie.

Así que una matrícula en geografía, jajaja a mi me pusieron una vez en esa asignatura que en mi caso incluía historia ( me gustaban las dos pero siempre se me dio mejor la historia ) y al año siguiente en literatura ( esta fue un regalo porque aun recuerdo que ni en aquella ocasión dejé de decorar mis exámenes con mis preciosas falta de ortografía:)) en fin, siempre tuve mucha suerte con los profesores que me tocaron, especialmente en estas asignaturas, también en filosofía supongo que por eso siempre fueron mis asignaturas favoritas.

Así que tu primo dibuja de maravilla y además es pescador... a lo mejor aquel cuadro del barco en le que faenaba tu padre lo pintó él, recuerdo que se llamaba pequeño Miguel. Siempre me habéis dado una envidia tremenda los que tuvisteis la inmensa fortuna de vivir vuestra infancia al lado del mar. Algunos de mis mejores recuerdos de pequeña son de mis vacaciones en un pueblo pequeñito y pesquero del norte de Lugo Foz, allí fui inmeensamente feliz durante los veranos.. también iban los niños a pescar al puerto, también de noche, pero allí pescaban chipirones ( calamares pequñitos)... siento que no tuvierais suerte en el día de tanto éxito, hubiera sido perfecto haberos ido a casa con un pescado cada uno enoorme... ojalá tu primo no vuelva a puerto con esa tristeza que describes en los barcos que se acercaron ese día... es muuy dura la vida de los marineros, mucho más si no traen pesca después de un duro día en la mar.


Monootones y montones de besos MIGUEL y muuy feliz verano... que pesques mucho esta vez:))


Feliz noche

Miguel ha dit...

María: Me alegro que te haya gustado mi recuerdo-relato. Me encanta plasmar por escrito mis recuerdos. Eso lo he heredado de mi padre que en paz descanse, pues él (con mi ayuda) publicó hasta tres tomos de sus memorias del Grao de Castellón. Yo también voy escribiendo mis memorias (de casta le viene al galgo), algún día las publicaré.
Pues sí, aquella barca que aparecía en el post (el Joven Miguel) es una foto de un cuadro al óleo que tenemos en el salón de mi casa que nos regaló mi primo Toni para cuando nos casamos.
Mi infancia es el mar, la pesca, y a ella vuelvo siempre que puedo (aunque solo sea con el recuerdo) pues fue una época muy feliz de mi vida.

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