En estos días se han cumplido setenta y siete años de aquel 14 de abril de 1931 en que se instaurara por aclamación la II República en España. Y los adictos al republicanismo lo han celebrado, y los otros, lo han recordado. Es ésta una fecha importante, que no puede pasarse por alto, que a nadie deja indiferente. Más importante que aquel lejano 11 de febrero de 1873 en que se proclamara la I República española. Hoy nadie se acuerda ni de la fecha ni de la esencia de aquella decimonónica, primigenia y efímera I República española que pasó como de puntillas por la Historia de España. En cambio el 14 de abril es otra cosa. Aquí hay connotaciones muy intensas. Tanto, como la conciencia de pertenecer claramente, sin concesiones y con orgullo a uno de los dos bandos beligerantes en la posterior contienda bélica (aún hoy); o como la nostálgica y firme adhesión a los principios renovadores y revolucionarios de aquella República que surgió como de la nada en la ancestral España de aquellos años treinta del pasado siglo que pretendía con toda la buena intención del mundo curar en un pispas todos los males de la España de la España de entonces.
Hagamos un poco de Historia. Estamos iniciando la tercera década del siglo XX. En España han pasado casi de largo las revoluciones liberales del siglo XIX (hay excepciones: no podemos olvidarnos del teniente coronel Riego y el trienio liberal, de 1920 a 1923, cuyo himno, el de Riego, será el oficial de la II República) pero la España profunda, la España atávica no sufrió modificación alguna. Las revoluciones están pues, pendientes. Cuando empiezan los años treinta del siglo XX nos encontramos con una España que acaba de salir de una dictadura (con la aquiescencia del Rey) y que ahora está siendo gobernada por la llamada “dictablanda”. Es una monarquía decrépita en la que el rey no sabe tomar las riendas del Estado. Los intelectuales y el movimiento obrero están sedientos de cambios. Hay que modernizar España. Son ideas revolucionarias para aquella anquilosada y caciquil sociedad que representaba la monarquía de Alfonso XIII
Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 dan mayoría en las grandes ciudades a los partidos republicanos. La gente, dos días más tarde, se echa a la calle y los acontecimientos se precipitan. Se proclama la República, y el rey tiene e hacer las maletas. Se ha producido un cambio de régimen sin derramamiento de sangre.
Pero la proclamación de la República iba mucho, muchísimo más allá del hecho de que ahora el jefe del Estado fuera el Rey o fuera el Presidente de la República. La salida del rey en barco desde Cartagena era vista como la marcha de todos los males que aquejaban a España en aquel momento y que la gente personificaba en la figura del monarca.
Una vez proclamada la II República hay una explosión de libertad. De derechos. De romper con todo lo antiguo. De construir una nueva España. Enseguida se convocan elecciones, se convocan Cortes Constituyentes, pronto está lista la nueva Constitución; se acometen la reforma agraria, la reforma del ejército, hay un impulso como nunca en la educación, el asunto religioso es tema de debate… España hierve… Tanta libertad y tantos derechos en tan poco tiempo acabaron por atragantársele a los españoles (unos por demasiado y otros por demasiado poco). Total, que aquella situación de efervescencia estalló, y como todos sabemos, dio paso a una cruel guerra civil y a una posterior y no menos cruel dictadura. Luego vino la modélica transición que nos llevó hasta la actual democracia en la que los mismos derechos y libertades que se plantearon hace más de setenta años hoy se han hecho realidad.