Cuando estoy solo me gusta dejar entreabierta la puerta de mis recuerdos y ver fluir por mi mente como retales de añejas películas episodios y vivencias de mi vida. A veces me pregunto cuál ha sido el tiempo más feliz de mi vida. Y no encuentro respuesta. Es más, todo el tiempo pasado merece mi respeto y admiración por igual. ¿En qué lugar del tiempo se encuentra la verdadera esencia, el auténtico ser de mi persona? No sé si responder que el único tiempo válido es el presente y anular todo el pasado, o no. Tal vez una respuesta válida para salir del paso sería que cada época es importante porque cada una de ellas es un eslabón en la forja de mi personalidad actual.
La vida es como un tren que tiene estaciones, pero no tiene paradas. Y es peligroso bajarse del tren en marcha. Porque este tren jamás para. Y nunca da marcha atrás. Cada estación es una época, un capítulo de nuestra vida al que llegamos casi por sorpresa y del que salimos igual como cuando entramos, sin darnos cuenta. Y es que la vida sigue y sigue sin descanso y no hay quien la pare. Y uno no puede quedarse mirando la vida pasar porque cuando viene a darse cuenta la vida ya ha pasado. Pero es bonito recordar cada estación. Y tener ilusión por llegar a una nueva estación.
La época más densa, más corta y más emotiva es la infancia. Yo vuelvo muchas veces a ella. Y me recreo conviviendo en el recuerdo con aquel niño que fui. Allí, en la lejanía temporal, viven aún todos mis amigos, mis juguetes, mis maestros, mis padres en la flor de su juventud…
Después vino el paso de niño a joven. Fue una época breve, vertiginosa. Llena de inseguridades, de crisis, de descubrimientos, excitante. Fueron los años del bachillerato en el Ribalta. Y fue la época de mi primer amor. La emoción domina estos años.
Ya hecho todo un hombre, con novia formal, la carrera acabada, y con la cartilla de la “mili” en una mano y la sombra de unas oposiciones en la otra, me embarqué en una época en la que tenía la sensación de estar continuamente al borde del abismo de mi futuro: Acabar la “mili”, aprobar las oposiciones, casarme…
Pasó aquella época. Me casé, aprobé las oposiciones, tuve una hija… y empezó otro capítulo de mi vida. Totalmente diferente y totalmente feliz.
Así, me encontré de pronto convertido en un padre de familia. La gravedad de esta condición me dio alas para iniciar una nueva responsabilidad en mi vida. Y fui feliz al ver crecer a mi hija y crecer en años y experiencia junto a mi mujer.
Y de esta manera tan simple y tan poco novelesca llegué a la actual época de mi vida. Feliz por los cuatro costados. Con la sensación de tener un billete que da derecho a un asiento preeminente en el tren de la vida, desde el cual la veo pasar con satisfacción y sin recelo.
La vida es como un tren que tiene estaciones, pero no tiene paradas. Y es peligroso bajarse del tren en marcha. Porque este tren jamás para. Y nunca da marcha atrás. Cada estación es una época, un capítulo de nuestra vida al que llegamos casi por sorpresa y del que salimos igual como cuando entramos, sin darnos cuenta. Y es que la vida sigue y sigue sin descanso y no hay quien la pare. Y uno no puede quedarse mirando la vida pasar porque cuando viene a darse cuenta la vida ya ha pasado. Pero es bonito recordar cada estación. Y tener ilusión por llegar a una nueva estación.
La época más densa, más corta y más emotiva es la infancia. Yo vuelvo muchas veces a ella. Y me recreo conviviendo en el recuerdo con aquel niño que fui. Allí, en la lejanía temporal, viven aún todos mis amigos, mis juguetes, mis maestros, mis padres en la flor de su juventud…
Después vino el paso de niño a joven. Fue una época breve, vertiginosa. Llena de inseguridades, de crisis, de descubrimientos, excitante. Fueron los años del bachillerato en el Ribalta. Y fue la época de mi primer amor. La emoción domina estos años.
Ya hecho todo un hombre, con novia formal, la carrera acabada, y con la cartilla de la “mili” en una mano y la sombra de unas oposiciones en la otra, me embarqué en una época en la que tenía la sensación de estar continuamente al borde del abismo de mi futuro: Acabar la “mili”, aprobar las oposiciones, casarme…
Pasó aquella época. Me casé, aprobé las oposiciones, tuve una hija… y empezó otro capítulo de mi vida. Totalmente diferente y totalmente feliz.
Así, me encontré de pronto convertido en un padre de familia. La gravedad de esta condición me dio alas para iniciar una nueva responsabilidad en mi vida. Y fui feliz al ver crecer a mi hija y crecer en años y experiencia junto a mi mujer.
Y de esta manera tan simple y tan poco novelesca llegué a la actual época de mi vida. Feliz por los cuatro costados. Con la sensación de tener un billete que da derecho a un asiento preeminente en el tren de la vida, desde el cual la veo pasar con satisfacción y sin recelo.