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La inercia de la tristeza


Hoy, Roberto, a sus cincuenta años, se ha acordado muy bien de un hecho puntual de su infancia. Roberto hoy estaba triste y no sabía por qué.
Su mujer ha sido quien se lo ha dicho:
-¿Te pasa algo…? Te noto tristón.
-No, no, no me pasa nada. Pero es verdad, estoy falto de alegría, triste, y no sé por qué.
Y entonces le ha venido a la memoria aquella tarde cuando estaba en la clase de parvulitos.
Roberto tenía entonces cinco años. Y la maestra, Doña Angelita, le sorprendió llorando desconsoladamente sentado en su pupitre. Sus lagrimones salpicaban el cuaderno de caligrafía Rubio y emborronaban los trémulos trazos que había escrito a lápiz Roberto. Roberto la vio venir y siguió llorando con más claridad y convicción.
-¿Por qué lloras Roberto…?
Y Roberto, mirando a su maestra, con gesto grave y seguro le respondió sin vacilar:
-…No me acuerdo…

Y gracias a este recuerdo Roberto se ha sobrepuesto a su tristeza. Porque ha pensado que hay veces en las que, como le sucedió de pequeño, la expresión de la tristeza va más allá de la propia tristeza…

La silla de ruedas


Javier trabaja en la oficina desde hace tiempo. Andrés es su compañero de mesa. Pronto hará tres años que trabaja en la empresa. La empresa tuvo a bien contratarlo a pesar de sufrir una seria parálisis que le obliga a ir en silla de ruedas. Pero es tan eficiente como el que más. Y cumple con sus tareas sin ningún problema. El director está muy contento con Andrés. Es un empleado ejemplar.
Javier lo admira. Sobre todo cuando lo ve llegar en su coche, que conduce él mismo. Cuando para, saca la silla de ruedas a la calle, la monta con una habilidad envidiable, y después, con un gesto preciso se arrastra desde el asiento del coche hasta la silla y se sube a ella. Después asciende con la silla de ruedas poco a poco por la rampa hasta la puerta de la oficina. Javier lo mira y no dice nada. Andrés se basta por sí solo. Sabe que no le gusta que le ayuden: “Por favor ayúdame solo cuando te lo pida…” Andrés le aseguró que bajaba su moral cuando alguien le ayudaba a hacer algo que él solo podía hacer. Y al revés, que se elevaba su autoestima cuando comprobaba que era capaz de valerse por sí mismo. Andrés, a pesar de su diversidad funcional, se vale por sí mismo. Por eso Javier lo admira. Andrés y Javier se caen bien. Se pasan el día juntos y no faltan las bromas y el buen rollito. Cada cual en su mesa resuelve los expedientes y las cuentas que el director les manda diariamente. Y si hay que atender al público, se le atiende. A veces es Andrés quien trata con los clientes, a veces, es Javier.
El otro día Javier se torció un tobillo en su casa. Y no vino al trabajo. Andrés tuvo que multiplicarse porque no mandaron a nadie en sustitución. Al día siguiente el director le dijo que Javier se había torcido el tobillo y que estaría quince días de baja. Que se hiciera a la idea porque no iban a traer a nadie.
Andrés se sujetó a los brazos de su silla de ruedas fuertemente, y sonrió con rabia…

Día de la mujer trabajadora


En el parque que hay enfrente de mi casa, desde hace un par de años, el Ayuntamiento ha tenido a bien montar los sábados por la tarde y los domingos por la mañana, unos talleres de animación al juego para los más pequeños. Allí van niños y niñas hasta seis o siete años.
De todo, de montarlo, de desmontarlo y de dinamizar los distintos talleres se encarga personal contratado por el Ayuntamiento. Normalmente suele haber ocho monitoras. Y lo digo en femenino porque todo son chicas. No hay ni un solo chico. ¿Por qué? El trabajo no es pesado, ni demasiado difícil, ni requiere de un conocimiento especial. Pero eso sí, se necesita tener sensibilidad y paciencia para tratar con la gente menuda. Y parece ser que esto no está al alcance de los chicos jóvenes (y menos de los mayores). En estos días que se celebra el día internacional de la mujer trabajadora, me viene a la mente la cantidad de trabajos a los que el hombre no quiere acceder. O no puede. Y me quedo con la duda de si es por educación o por genética. Será verdad que un hombre no puede desempeñar bien el trabajo de cuidar de un anciano, o de un enfermo, o de cuidar a los niños de un comedor escolar, o dar clase a niños de tres a cinco años, o de limpiar las escaleras de un piso…
Veo que la mujer, la mujer trabajadora, es un bien que tenemos la humanidad que no lo valoramos lo suficiente. Y de hecho, estos trabajos suelen considerarse como trabajos menores. Y no lo son. ¿Quién lo haría si ellas no lo hicieran? Y la pregunta definitiva ¿Por qué no lo hacen los hombres…? ¿Qué impedimento real hay para que los hombres no se encarguen de esos trabajos que requieren esta especial sensibilidad…?

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