Hoy, Roberto, a sus cincuenta años, se ha acordado muy bien de un hecho puntual de su infancia. Roberto hoy estaba triste y no sabía por qué.
Su mujer ha sido quien se lo ha dicho:
-¿Te pasa algo…? Te noto tristón.
-No, no, no me pasa nada. Pero es verdad, estoy falto de alegría, triste, y no sé por qué.
Y entonces le ha venido a la memoria aquella tarde cuando estaba en la clase de parvulitos.
Roberto tenía entonces cinco años. Y la maestra, Doña Angelita, le sorprendió llorando desconsoladamente sentado en su pupitre. Sus lagrimones salpicaban el cuaderno de caligrafía Rubio y emborronaban los trémulos trazos que había escrito a lápiz Roberto. Roberto la vio venir y siguió llorando con más claridad y convicción.
-¿Por qué lloras Roberto…?
Y Roberto, mirando a su maestra, con gesto grave y seguro le respondió sin vacilar:
-…No me acuerdo…
Y gracias a este recuerdo Roberto se ha sobrepuesto a su tristeza. Porque ha pensado que hay veces en las que, como le sucedió de pequeño, la expresión de la tristeza va más allá de la propia tristeza…
Su mujer ha sido quien se lo ha dicho:
-¿Te pasa algo…? Te noto tristón.
-No, no, no me pasa nada. Pero es verdad, estoy falto de alegría, triste, y no sé por qué.
Y entonces le ha venido a la memoria aquella tarde cuando estaba en la clase de parvulitos.
Roberto tenía entonces cinco años. Y la maestra, Doña Angelita, le sorprendió llorando desconsoladamente sentado en su pupitre. Sus lagrimones salpicaban el cuaderno de caligrafía Rubio y emborronaban los trémulos trazos que había escrito a lápiz Roberto. Roberto la vio venir y siguió llorando con más claridad y convicción.
-¿Por qué lloras Roberto…?
Y Roberto, mirando a su maestra, con gesto grave y seguro le respondió sin vacilar:
-…No me acuerdo…
Y gracias a este recuerdo Roberto se ha sobrepuesto a su tristeza. Porque ha pensado que hay veces en las que, como le sucedió de pequeño, la expresión de la tristeza va más allá de la propia tristeza…