Jorge siempre había considerado a
Esteban un hombre parco en palabras. Cuando a la hora del almuerzo se reunía en el bar con los compañeros del taller, casi nunca decía nada. Esteban
escuchaba las bravatas y los comentarios más o menos chistosos de los demás y
se limitaba a sonreír o reír abiertamente si la ocasión se terciaba.
Esteban, en cambio, había
observado Jorge, solía dirigirse a quien tenía sentado junto a él e
intercambiar largos pareceres. La presumible timidez de Esteban desaparecía por
completo cuando se trataba de conversar con alguien tête à tête.
Un día coincidieron en el bar
Esteban y Jorge en sillas contiguas. Tuvieron una conversación muy densa y
fructífera al margen de la que se estaba llevando en el grueso del grupo. No
parecía el mismo. Ocurrente, dicharachero, atrevido, locuaz…
Jorge se lo hizo notar a Esteban.
Y este le contestó lacónico:
-Es que yo prefiero las
distancias cortas…
…Y vosotros, ¿preferís como
Esteban las distancias cortas…?