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Septiembre de 1972


Recostados sobre una de las paredes del pequeño faro, mi primo Toni y yo mirábamos la mar abierta. Enfrente se elevaba altivo y poderoso el nuevo faro. El nuevo faro es alto y espigado, y está pintado a franjas negras y blancas.La bocana del puerto, franqueada por los dos faros, es lugar ameno y muy transitado. Por la entrada del puerto discurren sin prisa, cabeceando armoniosamente, buques de todos los tamaños y condición. A veces es un fugaz y saltarín velero, a veces un pesado remolcador, otras veces es un pequeño bote, o una atareada barca de pesca, o también, un monstruoso carguero que semeja un gran animal marino…
El horizonte, desde nuestra atalaya, se ve cercano. Son casi las cinco de la tarde. Pronto, desde aquella infinita y enigmática línea marina empezarán a surgir formas imprecisas que enseguida adquirirán maneras de barca de pesca.
Nosotros, después de todo un verano, hemos aprendido a distinguir desde la lejanía las barcas de arrastre del Grao de Castellón. Cada una tiene unas hechuras o algún rasgo que la hace particular. La de nuestros padres, el “Joven Miguel”, es el palo. Un palo rematado con un triángulo metálico de color blanco. Cuando la veamos aparecer, iremos a buen paso por la escollera de Garbí camino de la lonja a ayudar en las labores de pesaje y venta del pescado.
Mientras tanto, mi primo Toni y yo estamos sentados apoyados en la fría pared del pequeño faro (el “faret roget”) y hablamos de nuestras cosas. De vez en cuando nos reímos. Cualquier motivo es bueno para reírnos. Nos reímos, casi diría que gratuitamente, sin malicia ninguna, sin venir a cuento. La verdad es que nos reímos de pura felicidad.
Está acabando el verano. Con el otoño vendrá el nuevo curso. Este año emprendemos el cuarto de bachillerato. La Física y Química es la asignatura que más respeto nos impone. Y es que tanto Toni como yo somos de letras. Pero hay confianza en nuestras posibilidades. Y sabemos que en quinto cogeremos la rama de letras y dejaremos las matemáticas, la física y la química para quienes estén mejor notados en estos menesteres.
Mientras tanto, miramos el mar. Se diría que hay calma chicha si no fuera por esta sutil brisa que apenas despeina las sinuosas ondas marinas. Las primeras barcas ya están llegando. La que tendrá el número uno esta tarde en la subasta será el “San Ramón”. Su rechoncha figura bailotea en las verdes aguas costeras mientras la quilla aparece abrumada de blanca y borboteante espuma. Su paso amarinado en altamar se moderará ostensiblemente una vez entre en el puerto, pero en las aguas salvajes de altamar las barcas no conocen la palabra moderación.
Otras dos barcas se adivinan a lo lejos. Son la “Joven María” y la “Santa Mª de Blanes”. Van casi a la par. Más hacia levante otras tres se acercan a puerto: la “Sagrada Familia” el “San Facundo” y la “Marina”. En el extremo opuesto, por la banda de Garbí, aparecen “La Favorita”, el “José”, el “Joven Jaimito”, la “Carmen Luz” y la “Mari Pepa”.
Todas las barcas enfilan su proa hacia la bocana del puerto. Nosotros, desde “el faret roget”, miramos con fruición las variopintas barcas de arrastre llenas de marineros que aún se afanan en preparar el pescado recogido en el último lance antes de llegar a puerto. Cada barca se ve envuelta por un enjambre de volanderas gaviotas que revolotean sobre cubierta a la espera de despojos marinos… el paisaje es francamente animado. Y la espera se hace plácida y entretenida. Y de pronto, en la lejanía acertamos a ver el singular palo de nuestra barca: el “Joven Miguel”. Como movidos por un resorte, nos levantamos y dejamos de mirar la frenética procesión de barcas que están entrando a puerto…
-Tendremos por lo menos el número 20.
-Cuando acabemos, iremos a buscar a Juan y a Miguel. Aún tendremos tiempo de jugar al Monopoly.


La mascota del Planeta Blau


Ayer tuve clase por segunda vez con el 1º C de ESO. Son niños y niñas de once y doce años.
Yo doy clases de Sociales (Geografía e Historia). Y las doy en el aula que se me ha asignado este año (Planeta Blau) que en castellano es Planeta azul.
Los alumnos vienen aquí, a mi aula, cuando tienen clase de Sociales. Y luego se van al aula de matemáticas, o a la de Naturales etc. Es decir que son los alumnos los que van a las distintas aulas cada vez que cambiamos de sesión.
Ya hace cuatro años que en mi instituto funcionamos así, y la verdad es que la experiencia está siendo positiva. Más que nada porque los profesores pueden tener el material didáctico en sus aulas. Y las clases están personalizadas, y cada una tiene un nombre diferente que hace referencia a la materia que allí se imparte Eso sí, entre clase y clase hay un río de alumnos por los pasillos y las escaleras en busca de su nueva clase; pero eso, he comprobado, que lejos de ser un inconveniente, es una ventaja, porque los alumnos en este peregrinar cogen aire para la nueva sesión…
Pues bien, el otro día, a última hora (de 1 a 2) como decía al principio, tenía clase con 1º C. La clase transcurrió con total normalidad. Y cuando sonó la música que señala el fin de la sesión, ordenadamente los niños y niñas fueron saliendo de la clase rumbo a sus respectivos domicilios. Yo, de pie con mi cartera preparada y las llaves en la mano para cerrar la puerta, esperaba a que saliesen todos. Pero había una niña que, hurgaba y hurgaba en su mochila. Y no acababa de preparar sus cosas para salir. Le pregunté si había perdido algo. No, lo que pasaba es que estaba buscando una cosa que estaba en el fondo de la mochila y no acertaba a encontrarla. Yo, paciente, esperaba. Empezó a sacar cosas y las dejaba en el suelo. Y al final se le iluminó la cara. ¡Ya había encontrado lo que buscaba! Entonces cogió lo que parecía un muñequito de plástico azul y me lo enseñó al tiempo que me decía: “Mira este podría ser la mascota de la clase. Es un pitufo dormilón. Espera que ahora encuentro la hamaca en la que está durmiendo.” Yo, sorprendido, le dejaba hacer. Por fin apareció la hamaca. Y Gal·la, que así se llama la niña, lo cogió con una mágica infantil suavidad y lo colocó en la hamaca. Y entonces me dijo: “Está durmiendo. ¿Dónde lo podríamos colocar?” Miré a mi mesa y vi que estaría la mar de bien encima de uno de los bafles del ordenador. Y allí le pusimos.

Hoy, cuando han entrado los alumnos de las otras clases han conocido la mascota del Planeta Blau. ¡Y a todos les ha gustado!   

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