La puerta de la barbería se abrió y entró un hombre de
mediana edad.
-¡Buenos días, Angel!
-¡Hola Pedro…! Anda, siéntate un momento que enseguida estoy
contigo.
-No hay prisa, Ángel.
Ángel está en plena tarea de
cortarle el pelo a Damián. Damián no dice nada. Ni Ángel, ni el cliente que
acaba de entrar en la barbería. Hay un silencio un tanto violento. Repantigado
en el sofá carmesí, Pedro mira al techo. Seguramente estará calibrando el
alcance de la mancha de humedad que hay junto al plafón. Pero calla. Es
algo que a él no le concierne. Ya verá
Ángel si hay que repintarlo o quizá llamar al fontanero. Pero eso a él no le
importa, y calla.
Damián está mirando a través del espejo el
veloz y preciso movimiento de la maquinilla eléctrica que Ángel maneja con
rapidez y eficacia.
A Damián siempre le ha producido
un extraño placer mirar los volanderos pelillos blanquecinos que salen disparados al aplicar Ángel la
maquinilla sobre su cabeza. A Damián, que es un observador pertinaz, le llaman
la atención los pequeños calveros que se forman
al paso implacable de la maquinilla. Damián piensa que son como efímeros
caminos baldíos, inútiles y sin sentido, que no vale la pena tener en cuenta.
Damián piensa muchas veces que
hay multitud de pensamientos que son como esos caminitos. Pero también cree que
son necesarios. Son necesarios para alcanzar otros pensamientos. A veces se
siente tentado de afirmar que en este mundo todo lo que se piensa es útil. Pero
no lo tiene claro. Y entonces, calla. Y piensa.
De pronto hay una voz que rompe
el sortilegio silencioso de la estancia. Es Pedro.
-Parece que se acaba el verano.
-Pues sí, ya va haciendo
fresquito.
Es una conversación simple y
elemental, sin ninguna pretensión más que la de que alguien le dé a uno la razón.
Las obviedades es lo que tienen…
-Pues mira que ha hecho calor
este verano…- Deja caer Pedro siguiendo con la conversación fácil e
intrascendente que él mismo ha iniciado.
-Y que lo digas- le contesta
Ángel sin apartar la mirada de la maquilla eléctrica.
Damián no quiere intervenir en la
conversación, pero casi sin querer asiente imperceptiblemente a las palabras de
uno y otro. Damián en el fondo se alegra de que el verano se vaya diluyendo
poco a poco, como todos los años, dejando atrás días sofocantes de sol
abrasador y baños en la playa. Damián se sentiría mal si el verano se fuera
para nunca más volver. Pero no. El año que viene, por las mismas fechas, el
verano volverá. Y esta sucesión de tiempo, fiel como un reloj suizo, llena de
seguridad a Damián. Y Damián sabe que la seguridad es básica para ser feliz.
-Tendremos que ir sacando los
abrigos…
-Pues sí. Pero no tengas prisa.
Aún nos queda el veranillo de San Miguel.
-Ya…