En enero de 1980 estaba yo haciendo
la mili en Madrid. Eran tiempos difíciles por lo que respecta al problema
terrorista de ETA. Las acciones etarras eran tristemente frecuentes. Los
asesinatos a manos de ETA eran moneda corriente en aquellos tiempos. En el
ejército se notaba un cierto malestar, un amargo cansancio. Pero nadie se
pronunciaba. Solo la policía y la guardia civil luchaban (como hacen hoy) para
que estos asesinatos no quedaran impunes. Pero la sangría continuaba.
Patxi era un amigo mío que había
llegado a Madrid desde el País Vasco. Desde un principio nos caímos bien. Él,
como yo, había terminado la carrera de magisterio el verano pasado, y estaba
deseando licenciarse para poder ejercer su profesión (como yo). Solíamos hablar
del problema vasco, que él quería derivar a la Comunidad Valenciana
(él decía País Valenciano) con respecto a Cataluña de la que, según él,
formábamos parte (a mí me llamaba “catalán del sur”). Yo le rebatía y le decía
que no, que eran cosas distintas, y él que no, que igual que Euskal Herria, decía, constituían territorios ajenos al estado español. Total, que Patxi, como
habréis comprendido, era un auténtico abertzale. El peor insulto que le podías
decir a Patxi era “español”. Un día, alguien le ató una cinta con la bandera
española en su litera. No veas la que armó…
Una tarde, él y yo fuimos
requeridos para acompañar al chofer de una furgoneta a hacer unos recados.
Tengo que decir que el chofer no era militar, era civil, pero estaba adscrito a
la Armada Española,
era lo que llamábamos un maestranza.
Bueno, pues subimos a la paquetera (nosotros a la furgoneta de
llamábamos así) y nos dispusimos a transportar el material hasta el lugar
indicado. El conductor puso maquinalmente la radio. Estaban dando las noticias
de las seis. Y entonces surgió la noticia. La ETA había matado a un policía nacional. El chofer no dijo
nada. Pero Patxi, que lo tenía a mi lado, espetó:
-Bueno, un hijoputa menos…
Enseguida el conductor montó en
cólera y le dijo que retirase inmediatamente lo que había dicho o daría parte
hoy mismo al oficial de guardia. Patxi, sin inmutarse, y muy sereno, le dijo:
-No lo voy a retirar porque esto
es lo que yo pienso.
Yo estaba asustadísimo, pero no
abrí la boca. Después de este breve cruce de palabras se hizo el silencio. Y
llegamos al cuartel sin más novedad.
Al día siguiente por los
altavoces se requería la presencia ante el oficial de guardia de mi amigo
Patxi.
Ya no lo volví a ver más. Me
dijeron que a Patxi se lo llevaron al penal. Y ya no supe más de él.