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Acerca de la felicidad




A Bob Dylan, en el transcurso de una entrevista le preguntaron:
-¿Se considera usted una persona feliz?
A lo que lacónicamente respondió:
-Ser feliz no está entre mis prioridades.
Supongo que esta es una contestación propia de un ser humano inteligente. Y lo es porque esta respuesta puede abrir múltiples puertas. Cada cual es libre de interpretar las palabras de Dylan según su criterio. Y puede incluso abrirse un debate sobre qué es la felicidad.
Yo siempre había tenido por cierto que la felicidad, buscar la felicidad, era la más perentoria divisa del ser humano. Y que todo, absolutamente todo lo que las personas hacen y piensan va encaminado hacia ello. Pero esta contestación de Bob Dylan me ha abierto las puertas de mi mente. Y me ha hecho recapacitar si a lo mejor tendrá razón. Si la vida, tal vez, no debe basarse en el epicureísmo de buscar la realización personal basada en la consecución de la felicidad y la tranquilidad espiritual de uno mismo. A lo mejor, la vida es otra cosa. Es una lucha por conseguir el bien común, y no tanto el personal. Aunque este bien común desborde los límites de la felicidad personal.
No sé. Sigo pensando. ¿Qué opináis?

Patxi el vasco




En enero de 1980 estaba yo haciendo la mili en Madrid. Eran tiempos difíciles por lo que respecta al problema terrorista de ETA. Las acciones etarras eran tristemente frecuentes. Los asesinatos a manos de ETA eran moneda corriente en aquellos tiempos. En el ejército se notaba un cierto malestar,  un amargo cansancio. Pero nadie se pronunciaba. Solo la policía y la guardia civil luchaban (como hacen hoy) para que estos asesinatos no quedaran impunes. Pero la sangría continuaba.
Patxi era un amigo mío que había llegado a Madrid desde el País Vasco. Desde un principio nos caímos bien. Él, como yo, había terminado la carrera de magisterio el verano pasado, y estaba deseando licenciarse para poder ejercer su profesión (como yo). Solíamos hablar del problema vasco, que él quería derivar a la Comunidad Valenciana (él decía País Valenciano) con respecto a Cataluña de la que, según él, formábamos parte (a mí me llamaba “catalán del sur”). Yo le rebatía y le decía que no, que eran cosas distintas, y él que no, que igual que Euskal Herria, decía,  constituían territorios ajenos al estado español. Total, que Patxi, como habréis comprendido, era un auténtico abertzale. El peor insulto que le podías decir a Patxi era “español”. Un día, alguien le ató una cinta con la bandera española en su litera. No veas la que armó…
Una tarde, él y yo fuimos requeridos para acompañar al chofer de una furgoneta a hacer unos recados. Tengo que decir que el chofer no era militar, era civil, pero estaba adscrito a la Armada Española, era lo que llamábamos un maestranza.  Bueno, pues subimos a la paquetera (nosotros a la furgoneta de llamábamos así) y nos dispusimos a transportar el material hasta el lugar indicado. El conductor puso maquinalmente la radio. Estaban dando las noticias de las seis. Y entonces surgió la noticia. La ETA había matado a un policía nacional. El chofer no dijo nada. Pero Patxi, que lo tenía a mi lado, espetó:
-Bueno, un hijoputa menos…
Enseguida el conductor montó en cólera y le dijo que retirase inmediatamente lo que había dicho o daría parte hoy mismo al oficial de guardia. Patxi, sin inmutarse, y muy sereno, le dijo:
-No lo voy a retirar porque esto es lo que yo pienso.
Yo estaba asustadísimo, pero no abrí la boca. Después de este breve cruce de palabras se hizo el silencio. Y llegamos al cuartel sin más novedad.
Al día siguiente por los altavoces se requería la presencia ante el oficial de guardia de mi amigo Patxi.
Ya no lo volví a ver más. Me dijeron que a Patxi se lo llevaron al penal. Y ya no supe más de él.

Toros en la calle


En estos días la Universitat de València (UV) ha emitido un informe en el que rechaza la declaración como patrimonio cultural de las corridas de toros y los “bous al carrer” (toros en la calle) al considerar que estas prácticas con astados  “no reúnen los requisitos que establece la Convención de la Unesco”.



Quiero centrar el tema de este post no en los toros al uso, es decir los toros con torero y en la plaza, sino en lo que son los toros en la calle (“els bous al carrer”). Y es que en la Comunitad Valenciana fundamentalmente, es práctica muy común y de fuerte arraigo popular el celebrar ese tipo de corridas con toros que han venido en llamarse “toros en la calle”. Para los que no estén al corriente diré que en esta Comunidad es costumbre enraizada en casi la totalidad de los pueblos el organizar este tipo de corridas en sus fiestas patronales. La fiesta consiste en acotar unas determinadas calles del pueblo y luego soltar en ellas una vaquilla o un toro.
El programa taurino se divide en varias partes. La primera es la suelta de vaquillas (a veces también sueltan a algún toro). Aquí no se mata a la res. La vaquilla (o el toro) anda de aquí para allá persiguiendo a los mozos hasta que sacan al cabestro y la vaquilla, obediente, le sigue hasta el corro donde están sus compañeras de “trabajo”. A lo mejor, después de las fiestas de este pueblo, sin solución de continuidad se van a otro, y a otro, hasta que se acaba la temporada. La segunda parte de estos festejos la constituye “el bou embolat” (el toro embolado). Esto diríase que constituye el plato fuerte de “els bous al carrer”. Este toro lo compra una peña a una ganadería de más o menos renombre con el fin de matarlo al final del festejo. El festejo en sí consiste en lo siguiente: Lo primero es traer al toro encajonado con un camión al recinto donde se celebran las corridas de “bous al carrer”. A la hora prescrita se desencajona y el toro da unas vueltas por las calles acotadas persiguiendo a los mozos. Esto constituye lo que se llama “la prueba.”. Al cabo de media hora más o menos salen los cabestros y se le intenta reconducir hasta los corrales, tarea que no siempre se lleva a cabo con la prontitud y diligencia precisa. Hay veces que tras una hora de infructuoso empeño, se opta por lanzar una cuerda y prender al animal, y llevarlo casi a rastras hasta el corro. Aquí se acaba lo que sería “la prueba” del toro. Después, a la noche, normalmente suele ser a medianoche, se procede a la embolada. Esto consiste en sacar atado al toro desde los corrales y ensartar la cuerda en un pilón a la altura de uno de los cuernos. Allí el “embolador” le coloca dos antorchas, una a cada cuerno y después les prende fuego. Entonces corta la cuerda y el toro sale rebotado del pilón al que estaba atado. La imagen es la de un animal con dos antorchas enormes que va persiguiendo sombras por la calle. El espectáculo puede durar horas. Y cuando ya el toro está medio muerto de cansancio, se procede a sacrificarlo. Lo cual se lleva a cabo con más o menos gracia, descabellando al animal. Y esa es la fiesta del “toro embolado”.



En fiestas normalmente se suelen correr uno o dos toros embolados cada día, aunque hay días que se pueden embolar hasta tres toros. La verdad es que si se quitaran del programa de fiestas estos espectáculos taurinos la cosa quedaría en nada. La verdad es que en la Comunidad Valenciana esta costumbre es muy celebrada, pero últimamente se están oyendo voces que dicen que esto es una salvajada y que deberían suprimirse.
¿Vosotros qué opináis al respecto? 

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