Siempre que se acerca el fin de año tengo tendencia a mirar hacia atrás. Y
hacia delante. Y también me gusta recrearme en el momento sublime del paso de
año, es decir, me gusta el presente.
Por eso en estas fechas
soy muy proclive a poner encima de la mesa los tres estadios del tiempo: el
pasado, el presente y el futuro.
Yo me paso mucho tiempo echando la vista hacia etapas de mi vida pasadas.
Pero lo hago sin nostalgia. Pretendo soñar aquellos tiempos pretéritos en el
mejor sentido de la palabra soñar. No es bueno anclarse en el pasado y decir
aquello que cualquier tiempo pasado fue mejor. Porque esto no es así. Lo que sí
es cierto es que cualquier tiempo pasado, fue anterior. Y ya está. Y desde ahí
se puede recordar. Es bonito recordar y transformar en material somnoliento
estas vivencias. A mí, por lo menos, me gusta.
También soy partidario de aferrarme a los hechos cotidianos, a los
aconteceres actuales. Y vivirlos como si fuera lo último que voy a vivir. Cada
momento tiene su magia, y el presente te ofrece la posibilidad única de hacer
uso de este devenir, de este vertiginoso presente que no tiene vuelta atrás.
Y por último, amo el futuro. Me ilusiona y me apasiona mirar a lo lejos del
tiempo y verme allí. Y me gusta crear espacios y circunstancias que conviven
conmigo. Unas son buenas y agradables, y otras, no tanto, pero me veo vivo y
feliz junto a los míos, y esto me lleva a un estado de fortaleza mental difícil
de explicar.
Y vosotros, ¿en dónde os quedáis, en el pasado, en el presente, en el
futuro… o en los tres…?