Son las siete de la tarde. Acabo de llegar de la playa y me he sentado frente al ordenador. Voy a tratar de relatar un poco esos días de viaje que me han tenido apartado del mundo de los blogs. Y voy a empezar por el final.
Mientras escribo esto pienso que esta mañana nos hemos levantado a las seis y media en Venecia. Y después de un frugal y rápido desayuno nos hemos dirigido al muelle donde nos esperaba una lancha-taxi que nos tenía que llevar al aeropuerto de esta ciudad. A las diez ha despegado el avión que nos ha dejado en Barcelona a las doce menos cuarto. Después hemos cogido nuestro coche que nos lo habíamos dejado en el parquing del aeropuerto y a las cuatro ya estábamos en Castellón, en casa de mi hija. La hemos dejado allí y media hora más tarde llegamos al apartamento en Benicàssim. Y después de organizar un poco las cosas, me he ido a pasear por la playa mientras mi mujer terminaba de arreglarlo todo. Y paseando por la orilla de la playa me sentía raro. El aire cotidiano y fresco de Benicàssim acariciaba mi cara con una familiaridad que contrastaba con la desconfianza de las vaharadas de aire veneciano que con insolencia y descaro esta mañana golpeaba nuestros rostros a bordo de la lancha rumbo al aeropuerto. Es la magia de viajar.
El viaje lo empezamos en Barcelona. Vimos la actuación de Madonna que durante dos horas estuvo cantando y bailando sin parar. Me sorprendió que una mujer de cincuenta años tenga la forma física que tiene ella. Pero no salí satisfecho del todo del concierto porque a mí me resultó demasiado discotequero. Pero lo pasamos bien.
Al día siguiente volamos hasta Venecia. Allí nos esperaba una lancha-taxi que nos llevó hasta la plaza de San Marcos. Nuestro hotel estaba en una cale aneja a esta plaza. Después de cenar fuimos a dar un garbeo por los alrededores. La plaza San Marcos estaba llena de gente. Unos músicos joviales y cantarines amenizaban con sus orquestinas a las personas que estaban sentadas en las terrazas de los bares. Su alegre música llenaba toda la plaza de canciones populares.
Al día siguiente fuimos en tren a Firenze (Florencia en castellano). Allí estuvimos unos días respirando arte por los cuatro costados. No en vano Florencia está considerada como la capital del Renacimiento.
El Duomo (la catedral) de Florencia con su impresionante cúpula es algo que se queda grabado en la retina para siempre. Nosotros tuvimos el atrevimiento de subir los cuatrocientos treinta y ocho escalones (y otros tantos de bajada) que llevan hasta la linterna que corona la cúpula. Os aseguro que la vista que desde allí se contempla ablanda los signos de fatiga o las incipientes agujetas que uno pueda tener.
Al día siguiente cogimos un autobús y nos dirigimos a Pisa. La famosa torre inclinada nos esperaba allí desafiando a la gravedad. El conjunto monumental de la torre, el baptisterio y la catedral es algo que se ha de ver por lo menos una vez en la vida.
Después nos fuimos a Siena. Siena es una ciudad que irradia historia. Paseando por sus calles se puede saborear el señorío de esta antigua república. Su catedral es grandiosa.
Y ya por fin, de vuelta a Venecia. ¡Ah Venecia! Venecia es una ciudad diferente a todas. Una ciudad que parece engullida por el mar. Venecia está atravesada por centenares de canales de agua de mar que son las arterias viales de la ciudad. En Venecia no hay coches, hay lanchas, vaporettos y góndolas. Para desplazarse de un barrio a otro la gente utiliza el vaporetto, que es una suerte de barquito que hace las veces del metro de las grandes urbes.
Y envuelto en el cosmopolitismo de esta originalísima ciudad dimos por terminado el viaje. El periplo fue encantador y sabrosísimo, pero es bonito estar de vuelta.
Mientras escribo esto pienso que esta mañana nos hemos levantado a las seis y media en Venecia. Y después de un frugal y rápido desayuno nos hemos dirigido al muelle donde nos esperaba una lancha-taxi que nos tenía que llevar al aeropuerto de esta ciudad. A las diez ha despegado el avión que nos ha dejado en Barcelona a las doce menos cuarto. Después hemos cogido nuestro coche que nos lo habíamos dejado en el parquing del aeropuerto y a las cuatro ya estábamos en Castellón, en casa de mi hija. La hemos dejado allí y media hora más tarde llegamos al apartamento en Benicàssim. Y después de organizar un poco las cosas, me he ido a pasear por la playa mientras mi mujer terminaba de arreglarlo todo. Y paseando por la orilla de la playa me sentía raro. El aire cotidiano y fresco de Benicàssim acariciaba mi cara con una familiaridad que contrastaba con la desconfianza de las vaharadas de aire veneciano que con insolencia y descaro esta mañana golpeaba nuestros rostros a bordo de la lancha rumbo al aeropuerto. Es la magia de viajar.
El viaje lo empezamos en Barcelona. Vimos la actuación de Madonna que durante dos horas estuvo cantando y bailando sin parar. Me sorprendió que una mujer de cincuenta años tenga la forma física que tiene ella. Pero no salí satisfecho del todo del concierto porque a mí me resultó demasiado discotequero. Pero lo pasamos bien.
Al día siguiente volamos hasta Venecia. Allí nos esperaba una lancha-taxi que nos llevó hasta la plaza de San Marcos. Nuestro hotel estaba en una cale aneja a esta plaza. Después de cenar fuimos a dar un garbeo por los alrededores. La plaza San Marcos estaba llena de gente. Unos músicos joviales y cantarines amenizaban con sus orquestinas a las personas que estaban sentadas en las terrazas de los bares. Su alegre música llenaba toda la plaza de canciones populares.
Al día siguiente fuimos en tren a Firenze (Florencia en castellano). Allí estuvimos unos días respirando arte por los cuatro costados. No en vano Florencia está considerada como la capital del Renacimiento.
El Duomo (la catedral) de Florencia con su impresionante cúpula es algo que se queda grabado en la retina para siempre. Nosotros tuvimos el atrevimiento de subir los cuatrocientos treinta y ocho escalones (y otros tantos de bajada) que llevan hasta la linterna que corona la cúpula. Os aseguro que la vista que desde allí se contempla ablanda los signos de fatiga o las incipientes agujetas que uno pueda tener.
Al día siguiente cogimos un autobús y nos dirigimos a Pisa. La famosa torre inclinada nos esperaba allí desafiando a la gravedad. El conjunto monumental de la torre, el baptisterio y la catedral es algo que se ha de ver por lo menos una vez en la vida.
Después nos fuimos a Siena. Siena es una ciudad que irradia historia. Paseando por sus calles se puede saborear el señorío de esta antigua república. Su catedral es grandiosa.
Y ya por fin, de vuelta a Venecia. ¡Ah Venecia! Venecia es una ciudad diferente a todas. Una ciudad que parece engullida por el mar. Venecia está atravesada por centenares de canales de agua de mar que son las arterias viales de la ciudad. En Venecia no hay coches, hay lanchas, vaporettos y góndolas. Para desplazarse de un barrio a otro la gente utiliza el vaporetto, que es una suerte de barquito que hace las veces del metro de las grandes urbes.
Y envuelto en el cosmopolitismo de esta originalísima ciudad dimos por terminado el viaje. El periplo fue encantador y sabrosísimo, pero es bonito estar de vuelta.