Hace justo ahora un año escribí
este post. Ha pasado un año. La niña (Rosa), que como contaba en el post
recibía ayuda desde el aula hasta su casa por medio de un ordenador habilitado
con una cámara, al cabo de un mes vino a clase. Y lo hizo sentada en una silla
de ruedas. Tenía la pierna derecha entablillada. Al cabo de unos meses cambió
la silla de ruedas por unas muletas. Rosa estaba en tratamiento de un cáncer de
huesos. De vez en cuando faltaba a clase. Le estaban haciendo pruebas, después
del agresivo tratamiento a que había sido sometida. Pero Rosa es una niña muy
sensata y muy positiva. Y siempre que volvía a clase volvía con ganas renovadas
de ponerse al día en los estudios. Y así todo el curso. Al final aprobó todas
las asignaturas y pasó de curso.
Este año vi en la lista que me
dieron a principio de curso, que Rosa figuraba en ellas. Me alegré. Se trata de
una buena alumna. Y eso siempre se agradece. La duda que me asaltó cuando supe
que asistiría a mis clases era si vendría en silla de ruedas, o si por el
contrario entraría a clase con la autonomía que le daban las muletas.
El primer día de clase no vino.
Me dijeron que estaba en Valencia, que había ido al médico.
Pero el segundo sí que vino. Y no
lo hizo con silla de ruedas, ni con muletas, sino que lo hizo por su propio
pie. ¡Rosa estaba caminando sola! Me dio un vuelco el corazón. Me acerqué hasta
ella y le pregunté cómo estaba, y mientras yo observaba la longitudinal
cicatriz que tenía en la pierna derecha de arriba abajo, ella me explicaba que desde
el mes de agosto ya andaba sin las muletas. ¡Que ya está bien! ¡Que se ha
curado…!
Aquel día empecé la clase feliz,
muy feliz.