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Ellos (relato a la orilla de la mar)



Andaba paseando tranquilamente por una solitaria playa de Benicàssim a primeras horas de una tibia mañana de junio, cuando entre la mojada arena, acerté a ver una raída libreta con tapas de cartón. No pude resistir la tentación de recogerla y abrir sus hojas llenas de granos de arena. Sus páginas, carcomidas por la humedad, aparecían manuscritas con una caligrafía torpe y antigua. Limpié todo lo mejor que pude sus hojas y me dispuse a buscar el autor de aquellos escritos. Pero mi esfuerzo resultó vano. No ponía el nombre de su autor o autora en ningún sitio. Era una libreta misteriosa. Y esto me dio alas para empezar a leerla.
En la primera página, medio emborronado, aparecía un título un tanto enigmático: “Relatos de la otra parte”. Y más abajo emprendía lo que parecía ser el primero de los relatos, que paso a transcribir íntegro:

“Tal vez no lo sepáis, pero todas, y digo bien, todas las casas tienen sus propios fantasmas. Lo que pasa es que no todos se manifiestan de forma clara. Yo lo sé porque los he visto. Y, aunque os cueste creerlo, también os diré que entablé conversación con uno de ellos. Un fantasma bueno y cordial que me explicó muchas cosas sobre la vida fantasmagórica. Y esta información es la que paso a contaros a continuación.
Seguramente, muchas veces os habréis preguntado qué son esos ruidos incoherentes que pueblan la nocturna oscuridad de la noche en vuestra casa mientras intentáis dormir. Normalmente tratáis de darle una explicación lógica y queda satisfecha vuestra curiosidad. Pero la mayoría de las veces son ellos. Ellos que se levantan de sus escondites y salen a pasear por la casa. Y es que los espíritus descarnados prefieren evitar a las personas. Por eso actúan así; cuando saben que por el comedor no hay nadie, o que la cocina está vacía, o que la salita está desierta… ese es su mundo. Ahí andan ellos de un lado a otro indagando y manipulando todo lo que quieren. Tengo que decir que casi siempre son sumamente cuidadosos y después dejan todo como estaba, pero hay algunos que se distraen y dejan cosas fuera de su lugar, o incluso se han conocido casos de algunos que han cogido un libro o una figurilla de porcelana y se le ha caído de las manos. Y entonces es cuando oímos el ruido. Y ellos escapan. Y nos levantamos y encontramos el libro en el suelo, o la figurilla rota. Y nos preguntamos qué ha pasado. Y no somos capaces de darle explicación…
Pero lo más peligroso de todo es cuando durante el día nos vamos y dejamos la casa sola. En estas ocasiones suelen actuar los malos espíritus. Y toman formas grotescas y agresivas que podrían atemorizar a cualquiera. Incluso podrían dañar a quien se encuentre con ellos, como de hecho, ha pasado en más de una ocasión, aunque los medios hayan silenciado estos hechos.
Cuando ellos oyen cerrarse la puerta, y sienten cómo la llave hace deslizar la cerradura, ellos entienden que se quedan solos. A sus anchas. Inmediatamente irrumpen en la casa y se hacen dueños de ella. Por eso cuando salimos de casa, no es prudente volver inmediatamente a casa. Es cuando uno se da cuenta en el rellano que se ha dejado el paraguas, o las llaves del coche, y vuelve rápido y contrariado a abrir la puerta. La mayoría de las veces huyen y no se les descubre. Pero pudiera ser que no les diera tiempo. Y es entonces cuando tiene lugar el encuentro con estos seres de luz que han adoptado apariencia monstruosa. Y entonces ya no huyen, atacan. Y lo hacen de distintas maneras. Pueden penetrar en la mente y desgarrar el alma de su víctima, o directamente abalanzarse como una negra forma hacia el dueño de la casa y propiciarle heridas de feo aspecto. No, no, no hagáis esto. Si tenéis que volver rápido a vuestra, casa tomad precauciones. Por ejemplo lo que les ahuyenta es el ruido, por eso es conveniente tocar el timbre, o dar un golpe en la puerta, o abrir con violencia… así, escapan y no tenemos ocasión de encontrarnos con ellos.
Más de uno, al leer esto se habrá reconocido y habrá asentido en silencio. Era esto. Esto fue lo que me pasó a mí aquella tarde; fui atacado y no me sentí con fuerzas de contar lo que me pasó. Porque es que ellos son listos, casi diría que poderosos, y son capaces de confundir nuestras intenciones y desviar nuestra voluntad. Por eso, ellos se encargan de amedrentar a los humanos y convertirlos en dóciles criaturas que, sin que se sen cuenta, bailan al son que ellos marcan."

¿Dónde está el mes de junio...?




Por navidad, como todos los años, compramos un calendario de pared. Y en enero lo pusimos en la cocina. Como todos los años. Cada nuevo mes aparecía ilustrado con una magnífica fotografía. Un río salvaje, una montaña nevada, una mar embravecido…
Pasaron los meses y llegamos al mes de junio. El mes que nos vamos al apartamento de Benicàssim. Y el calendario lo dejamos allí, en la cocina, porque en el apartamento tenemos otro.
Yo quise rasgar la hoja de mayo y dejar al descubierto la de junio, y dejarla allí hasta nuestra vuelta, en septiembre. Y así hice. Y cuál sería mi sorpresa cuando vi que tras mayo llegaba julio. ¿Y el junio? ¿Dónde está el mes de junio? Enseguida me vino a la mente aquella preciosa canción de Joaquín Sabina, “¿Quién me ha robado el mes de abril?” Sí, alguien nos había robado, como en la canción, el mes de junio. ¿Pero estas cosas ocurren...? ¿Las canciones, los poemas, los relatos, las novelas… dicen verdades…?

Hay que ver el lado positivo de las cosas.




A Raúl le daba rabia cuando iba en coche y se encontraba con un ciclista que, pudiendo ir por el carril-bici que había habilitado el ayuntamiento, iba tranquilamente por la carretera interrumpiendo el tráfico. Algunas veces había llegado incluso a pitar a los ciclistas. Pero se daba cuenta que ningún automovilista, a parte de él, pitaba a los entrometidos ciclistas. Estuvo pensando seriamente sobre el tema más de un mes. Pero si la mayoría de los ciclistas van por el estupendo carril-bici, ¿por qué hay algunos que van por la carretera? ¿Para qué entonces se ha molestado el ayuntamiento en construir una auténtica red de carriles-bici por toda la ciudad si hay ciclistas que no los usan…? Su pregunta no obtuvo respuesta. Y siguió creando mala sangre cada vez que se topaba con un ciclista por la carretera. No sabía qué hacer. Ya no les pitaba a los ciclistas, porque más de uno le contestó de mala manera. Se ponía de mal humor, pero no conseguía nada. Hasta que un día dio con la clave. Y desde aquel día se solucionó el problema.
Pensó que lo mejor que podía hacer era alegrarse de ver a los ciclistas que iban por los carriles-bicis. Que eran muchos, la mayoría. Y desde aquel día, cada vez que veía a un ciclista que circulaba por el carril-bici sentía una extraña satisfacción: “¡Sí, eso es, por ahí es por donde tienen que ir los ciclistas!” . Y como sea que son muchos, pero muchos más los que van por donde tienen que ir, que los que se desvían y van por la carretera, pues ahora circula feliz y satisfecho en su coche por las carreteras de Castellón y sus inmediaciones.

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