Los
tibios rayos solares del declinante verano invitaban a pasear frente
al mar, y a sentarse en una terracita junto a la playa. Así hicieron
Andrea y Jaime. Y poco antes de comer decidieron tomarse unas
cervecitas en un bar cercano a la arena de la solitaria playa.
Jaime
y Andrea aún estaban veraneando en el apartamento que tenían en
Benicàssim. Su hija se había quedado sola
en su piso de Castellón.
En la
mesa de al lado había un señor de grave porte. Solo. De gafas
oscuras y barba encanecida por su mediana edad. Un vaso de wisky
presidía su mesa.
Jaime y
Andrea departían felizmente al socaire de las gaviotas volanderas y
la brisa amable de mediodía.
En un
momento determinado oyeron la solitaria voz del hombre de la mesa de
al lado. Estaba hablando por el móvil. Era una voz reposada y bien
modulada. Les llamó la atención su dejo particular. Parecía
extranjero. Tal vez de algún país del Este de Europa. No le dieron
demasiada importancia hasta que oyeron claramente que decía:
-…Si
nadie se va a enterar. Tú me abres la puerta y el resto corre de mi
cuenta. Tienes que saber que te he seguido desde que te vi. No
importa cuándo ni dónde. Y que te he deseado desde entonces. Y que
fue relativamente fácil hacerme con tu número de móvil. Y que
tengo muchas ganas de estar dentro de ti. No, no… ya sé que no me
conoces, pero para ti es mejor que no me conozcas. Tú, ya te digo,
tienes que dejar que yo haga. Si no… será mucho peor para ti.
Jaime
y Andrea callaron y aguzaron el oído. Parecía el guión de una
película de acción donde alguien de la mafia del Este extorsionaba
a una jovencita. La verdad es que no sé si el morbo o la prudencia,
o el miedo, les obligó a seguir callados y a escuchar lo que decía
aquel enigmático personaje.
-Si tú
quieres la cosa irá bien. Será cuestión de media hora. A lo mejor
un poco más. Pero esto será así si no pones dificultades. Tienes
que saber que no me gusta que me lleven la contraria. Y siempre,
siempre, me salgo con la mía. Por las buenas o por las malas. ¿Me
oyes? ¿Qué respondes? En poco más de un cuarto de hora aparco el
coche frente a tu piso. ¿Qué te pasa? ¿Estás llorando mi niña…?
Andrea y
Jaime, ajenos, pero próximos a lo que estaba sucediendo, se miraban
y no sabían qué hacer. En un principio pensaron que se trataba de
una broma, pero ahora estaban pensando seriamente que alguien podría
estar en un aprieto, pero no sabían nada. Por lo tanto no podían
actuar de ninguna de las maneras.
Entonces
vieron que aquel señor se levantaba y salía del bar.
Se
miraron sin hablar. ¡Qué hacer! Nada. Nada había que hacer porque
esto era algo que se les escapaba de su ámbito de actuación.
Y entonces
sonó el móvil de Jaime.
-Sí,
cariño- era su hija- ¿pero qué te pasa? no te entiendo, no llores
y cuéntame qué te pasa…¿qué dices…? ¿Que te acaba de llamar
por teléfono un señor con acento extranjero que no conoces de nada
y que te ha dicho que viene enseguida hacia tu piso…?