Es verano de 1969. Este año hemos ido a un pueblo de Castellón,
Borriol, a pasar el mes de julio.
Estamos en una casa que tiene en
dicha localidad mi tía María. Es la casa donde ella nació (a principios del
siglo XX) y donde vivió hasta que se casó con mi tío Facundo poco antes de la Guerra Civil.
Desde que se murieron los padres
de mi tía María, la casa estuvo abandonada.
Es una casa vieja. Vieja y
antigua. Tanto que no tiene cuarto de aseo. Nuestras necesidades fisiológicas
las llevamos a cabo en un cuartucho lóbrego (sin luz). Odio ir allí. Pero, no
hay otra solución. Para lavarnos usamos unas tinajas y una jofaina.
Es una casa grande. Allí nos hemos
instalado mis primos Toni, José Francisco, Javier y Regina con sus respectivos
padres.
Durante la semana los niños
estamos con nuestras madres, porque los padres están pescando en el Grao de
Castellón. Mi tío Juanito, no va a casa, duerme en la barca, a la antigua
usanza (a su mujer, mi tía Rosarito, la verdad es que no le hace ninguna
gracia). Mi padre, no. Mi padre duerme solo en casa. El viernes por la tarde
vienen. Y la casa se llena de gente.
Mi padre los sábados y domingos
por la mañana nos lleva a pasear por los alrededores del pueblo a mi primo Toni
y a mí. José Francisco, Regina y Javier son demasiado pequeños para exponerse a las
aventuras que mi padre nos propone. Yo ya tengo once años y Toni los acaba de
cumplir. Suficiente para enfrentarse a los peligros que las cercanas montañas
nos van a presentar. Mi padre nos advierte de las serias amenazas que entraña
el campo salvaje. Como aquel día que en un descampado encontramos una enorme
araña del tamaño de mi mano. Aquel lugar lo bautizamos como la “llanura de la
repugnancia”. O aquella montaña enigmática, de difícil acceso que parecía tener
una cueva negra en su cúspide. Y a la que nunca pudimos llegar. Mi padre pensó
que aquella montaña no podría tener otro
nombre que “Bocanegra”. Seguro que allí
se escondían los piratas que atracaban en la playa de Castellón huyendo de la
justicia. A lo mejor aún quedaban restos de tesoros…Era un sitio misterioso…
Pero la montaña más misteriosa,
la más deseada, era aquella que se levantaba justo delante de nuestra casa.
Tenía una cima plana. Y una falda verde, verde de tupida vegetación, que nos
impedía ascender hasta el final. Mi padre la bautizó como “la deseada”.
Un día que, cerca de la hora de
comer, volvíamos a casa después del largo paseo dominical, al girar un recodo
del camino, vimos a un hombre sentado bajo la sombra apacible de un gran árbol.
Se trataba de un hombre mayor. Un anciano, tal vez. Estaba sentado y miraba el
paisaje. No hacía nada. Solo miraba. Cuando estuvimos a su altura, con una
sonrisa afable, nos saludó. Mi padre le contestó. Nos paramos. Mi padre entabló
conversación con aquel hombre. No sé bien de qué hablaban, cosas de gente
mayor… Lo único que escuché y que se me quedó grabado fueron las palabras de
despedida de aquel anciano:
-…Pues yo no necesito nada más.
Todo lo que necesito es esto. Este árbol, esta sombra… ¡Aquí estoy mejor que
Franco…!
13 comentaris:
Evocación del tiempo mágico de la infancia y la preadolescencia en una década especial y espacial en que todavía estaba Franco, figura que es inabordable con libertad en este tiempo políticamente correcto.
El relato describe personajes, circunstancias, momentos de aquel verano de 1969 en que llegó el hombre a la luna -dicen- en la casa de Borriol de tu tía María.
Es curioso que el relato dé vueltas para luego resolverse en esa frase enigmática de ese personaje -anciano- que está allí sentado mirando el paisaje.
¡Aquí estoy mejor que Franco...!
(O Franco estaba muy bien o eso suponía este hombre y con él muchos más). Pero ¿quién era Franco? Esta es la clave oculta del cuento que no es desvelada.
En fin, este cuento de infancia tiene hoy características diferentes de otros tuyos pero lo dejas como otras veces in media res para que sea el ingenuo lector el que lo resuelva en su caletre o en su sistema de valores.
Una abrazo.
Anteayer, como quien dice, quedaban aún en España viviendas como la que describes y trabajos como el de aquellos pescadores, tu padre entre ellos. Nos has trasladado con tu magnífico texto a aquellos veranos de tu adolescencia. El tiempo suele ser piadoso con ciertos recuerdos. De niños todo tiene una dimensión diferente. Seguramente las montañas no eran tan altas ni la araña tan grande, pero esos detalles no disminuyen un ápice la hermosura de tu relato. Lo mejor, ese final cargado de sensatez (algunos dirán de filosofía) que caracteriza a las personas que han vivido mucho y conocen el valor de lo que tienen.
Sigue disfrutando de esa tierra que tanto amas, del hermoso Mediterráneo, de tu familia, te lo mereces y sé que lo aprecias en lo que vale. Un fuerte abrazo.
Joselu: Franco en aquella época era poco menos que un dios para muchos españoles. Este anciano feliz es un ejemplo. Pero este anciano se comparaba y superaba la omnipotencia del también anciano en aquel tiempo dictador.
La carga filosófica, epicúrea, de aquel hombre, a parte de las anecdóticas connotaciones políticas, sigue vigente hoy en día.
Yolanda: Me encantan tus comentarios, querida colega. Tienen una dosis de buenas vibraciones que hacen que este lugar sea fiel a su propósito inicial.
Bueno, voy a contestar tu comentario. Sí. Seguramente no, seguro del todo. Aquellas montañas no eran tan altas ni la araña tan grande. Pero a mí sí me lo parecieron. Y eso es lo que queda en la memoria.
La casa sí que era tal como la describo. Y me he dejado en el tintero que las calles del pueblo no estaban asfaltadas. Y que en vez de coches pasaban burros...
Borriol está muy cerca de Castellón, a escasos ocho Kilómetros, pero a mí me parecía que aquello era la otra parte del mundo. Y es que yo no estaba acostumbrado a acostarme y no oír el murmullo del mar...
Pues ese hombre tenía razón, oye. Una sombrica de un árbol, el paisaje, la tranquilidad...
Estaba mejor que Franco y mejor que muchos.
jejejeje
Besos, Miguel!!
P.D: Me encantan estos relatos de la infancia. :D
Cada vez tengo más claro que la en la sencillez de las cosas radica la esencia de la felicidad.
Saludos.
Conozco alguna vivienda como la que describes. Se han quedado ancladas en el tiempo y dan testimonio de una época que nos hace ver lo mucho que se ha progresado a pesar de nuestro eterno descontento...
"Mejor que un rey" es la frase que sí he escuchado alguna vez. Lo de Franco no acabo de entenderlo. No parecía muy feliz ese hombre...A lo mejor le pesaban los remordimientos. No sé.
Un abrazo
Lou: Pues seguro que aquel anciano lo dijo muy convencido de lo que decía, y tenía razón.
Toro: Estoy totalmente de acuerdo contigo.
Luís Antonio: Yo creo que aquel anciano tenía a Franco como a un ser superior, casi como a un dios. Por eso, de tan bien que estaba se comparaba casi a un dios.
La infancia, es país donde no gobiernan dictadores.
Raúl: Efectivamente.
Y en los recuerdos solo habitan los sueños llenos de buenas vibraciones
Seguro¡ sin duda alguna, que el anciano no necesitaba más.
Bss
Y es que a veces la felicidad la tenemos tan cerca que no la vemos
La naturaleza da para mucho y si la descubres en la infancia y te la correteas jamás olvidarás su magnitud, merendar bajo la sombra de un árbol, estirarse en el prado verde y ver correr las nubes o adivinar las constelaciones, el olor a pino y a mar metiéndose en tu pituitaria, la suave brisa en la cara te hará correr hacia el monte más alto, la humedad de la niebla te calará el paisaje infantil de una bruma misteriosa, el rocío hará bellas las flores de agosto, el amanecer del gallo y las noches de ranas y grillos, el estruendo del rayo hará que cuentes hasta cinco, la lluvia en la ventana te llevará a tus cuadernos, los colores del bosque mojado se parecerán a sus ojos recién despertados, el olor de las casas del pueblo impregnarán los recuerdos de un sutil perfume de veraneo, las calles en silencio, la siesta en la playa, el vaivén de las olas...con todo me conformo :D
http://www.youtube.com/watch?v=sX7fd8uQles
Esto es para los inquietos hijos de los marineros :D
Petons.
¡Qué comentario más bonito!
Me has hecho soñar
Gracias
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